La lucha contra el machismo no ceja y no debe cejar. Embanderado como estoy en esta causa, me permito aportar aquí un señalamiento acaso útil para el progreso de la igualdad de género en sociedades como la nuestra. Es de uso, y también de forma, en los casos en los que un padre y una madre no viven bajo un mismo techo, que el padre se haga cargo de la parte que le toca respecto de los gastos que los hijos que hayan tenido ocasionan a la madre en el día a día, y que suelen ser mayores si los niños pasan con ella más tiempo que con el padre. De los gastos que ocasionan en el tiempo que pasan con el padre, sin embargo, así sea menos el tiempo y así sean menores los gastos, la madre no se hace cargo para nada, en absoluto, ni en parte ni en proporción. De eso se desentiende, no siente que le competa; el deber de compartir los gastos no tiene reciprocidad: en su caso muy a menudo reconoce y aporta cero, es decir ni aun la mitad de algo, ni siquiera la mitad de un poco.
¿Cómo entender semejante circunstancia, cómo explicar tamaña disparidad, en la era en que la igualdad avanza inconteniblemente? Tengo para mí que se trata de un rezago inaudito, de un lastre inconcebible, de un modelo familiar que pereció hace treinta o cuarenta años más o menos. Un modelo eminentemente machista, que asignaba a la mujer las tareas del hogar y el monopolio de la crianza de los hijos, mientras al hombre le tocaba salir a ganar el sustento para el mantenimiento económico de la familia. Por suerte cada vez más mujeres se salen de semejante jaula, que era jaula también para el hombre, aunque eso se notara menos.
Hoy los roles se intercambian y se comparten funciones. No se es padre de aquel modo ni se es mujer como antaño. Pero según parece hay un aspecto de la vida familiar, concretamente el que corresponde a los padres no convivientes, en que la desigualdad de género persiste con un retraso alarmante; el macho que para la olla sobrevive en la palabra “alimentos”, el macho que aparece de a ratos a estar un poco con los hijos sobrevive en la palabra “visita”. Los perjuicios del machismo, que no dañan a un género solo, perduran en todo esto, aunque en tantos otros aspectos por fortuna han retrocedido.
Seguí con bastante atención la batalla de los huevitos Kinder. Y confieso que me resultó insustancial debatir sobre sus envoltorios, que eran rosas o celestes tan sólo para adelantar al comprador la clase de juguete que cada huevo contiene. Seguí también, y también atento, la polémica sobre Francella. Y diré que, en mi opinión, no fue correctamente entendido el drama singular de ese personaje de ficción, que es justo el de no poder avanzar sobre esa chica de edad tan corta. En todo caso me parece preferible atender tanto mejor a este tema que aquí modestamente propongo, y que empobrece y esquematiza el lugar social de la mujer de manera más extendida y con efectos tangibles. Será mejor para todos y en especial para los niños, que en esto, como en todo, deben ser los únicos privilegiados.