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PERONISMO

Contra el pragmatismo extremo

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La unidad político-conceptual del peronismo inaugural estalló por el aire a mediados de los años 70 con la muerte de Perón y se reconstruyó con renovación peronista en los 80. Experiencia desplegada, entre otras cosas, bajo la fuerte influencia que al interior del peronismo tuvo la figura de Alfonsín.

Luego, la unidad restaurada se quebró de la mano del pragmatismo del que Menem fue abanderado. Pragmatismo que abrió completamente las compuertas al neoliberalismo y lo situó como ideología orgánica del peronismo en fase menemista.

Un proceso similar habría acontecido ya en la UCR, donde también el pragmatismo neoliberal dio por tierra con la unidad político-conceptual del partido de Yrigoyen durante el gobierno de Alfonsín, quien sin prisa ni pausa tuvo un giro conservador democrático, claudicando finalmente.

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A diferencia de la UCR, el peronismo logró su recuperación como dispositivo de representación político-social de mayorías populares, tras la megacrisis neoliberal de 2001.

Esto se dio bajo el impulso de su nueva fase histórica, la kirchnerista. En términos estrictamente electorales, la fase kirchnerista fue la más eficaz de la historia del populismo peronista. En efecto, el peronismo en fase K en ninguna elección del prolongado ciclo obtuvo menos del 33% de los votos nacionales. Récord por donde se lo mire.

Sin embargo, las tensiones al interior de peronismo reconstruido en su capacidad de representación social y política están nuevamente a la orden del día. Otra vez la modalidad de aparición del discurso neoliberal al interior del movimiento nacional asume el formato de pragmatismo extremo.

Son los que se calzan el traje de peronistas pragmáticos  para los cuales sólo es cuestión de observar dónde está el poder y actuar con la convicción de que de esto se trata el jueguito de la real politik.

Es ese pragmatismo extremo la ruina del peronismo como experiencia populista. Esta modalidad ya fue insinuada en los 70 durante el isabelato y su modalidad de aparición económica fue el Rodrigazo. Luego fue reproducida y ampliada en los 90 durante el menemato, y su expresión económica, la convertibilidad.

El pragmatismo extremo supone aceptar la orientación social y económica –y luego la conducción política– que imprimen las corporaciones en general y –en esta etapa con gran potencia– el sector financiero, y en particular con la actitud que debe sostenerse frente a la extorsión de los fondos buitre convalidada por Griesa y orientada a desplomar toda la reestructuración de la deuda soberana. 

Son muchos los dirigentes opositores y algunos oficialistas que proponen desplegar un pragmatismo conservador frente a este tema. Puede hacerse pragmatismo populista conservador y hasta con algún éxito electoral de circunstancia; sin embargo, si tan penosa práctica se materializara, sólo una cosa es segura: no se sostendrá la unidad político-ideológica y su expresión electoral tan exitosa, inaugurada en mayo de 2003 por Néstor Kirchner y continuada a partir de octubre de 2007 por Cristina Kirchner, que supuso siempre y antes que nada “no abandonar las convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno”.

Hoy, sólo una cosa es segura, en caso de que enfrentemos un giro conservador del peronismo en fase K, no se sostendrá la unidad político-ideológica construida desde 2003, ni su expresión electoral tan exitosa.

En palabras exactas de J.W. Cooke, si una experiencia popular conservadora se desplegara, inexorablemente “nos encaminaremos a la disgregación, a la esterilidad histórica”.

*Director de Consultora Equis.