COLUMNISTAS
POR QUE uno mas uno NUNCA SUMA dos EN LOS ABURRIDiSIMOS BALANCES DE FIN DE AO

Contra la dictadura del número

|

—Pobre Leonorcita, morirse tan cerca de cumplir los 100 años. Si hubiera esperado un poquito más…

—Veo, señora, que es usted devota del sistema decimal.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Jorge Luis Borges (1899-1986), recibiendo el pésame de una amiga de su madre, Leonor Acevedo, fallecida en 1975, a los 99 años.


Los números gobiernan el mundo, dicen, aunque todos sabemos –y los que no, vayan enterándose ahora– que en el amor y en muchas otras cuestiones importantes de la vida, no siempre uno más uno suma dos. Ojalá las cosas fueran tan fáciles. Pero no. Ni ahí.

Eso mismo, intuyo, debió haber pensado aquel gerente de Loma Negra, cuyo nombre he olvidado, desesperado por cuantificar productivamente un oficio tan subjetivo como el periodismo. Nos conocimos en el viejo edificio de la calle Azopardo, donde se hacía La Prensa, el diario que Amalita acababa de comprar en 1993. Yo había dejado Playboy –¡qué idea genial, Asch!– y llegaba para ser secretario de Redacción. Allí tuvimos este diálogo, breve y encantador.

—¿Qué le parece si hacemos un cálculo de lo que escribe cada redactor y se paga de acuerdo a la cantidad de líneas entregadas?

—Un desastre. ¿Ve aquel pelado? Diez líneas suyas valen 2.500 de las que escribe el nabo que tiene sentado enfrente.

—(Suspira) Asch… Lo que busco es información, ¿entiende? A ver, ¿cuántos viajes al exterior cree que tendremos en el año?

—Y, si se muere el Papa hay que ir a Roma. Si no se muere, no.

—OK, ya entendí. Dígame, en el caso de viajar, ¿qué incidencia en la venta tendría una inversión de ese tipo?

—Imposible saberlo. Probablemente ninguna. Eso sí: un crimen en Ezpeleta o acá a la vuelta sí puede hacernos duplicar la tirada…

El tipo se volvía loco y debo admitir que me divertía mucho no ayudarlo en nada. No me caía simpático, el proyecto parecía cada vez menos sólido, los números no eran mi fuerte y nada sabía yo de cemento, lo que podría haber ayudado a mejorar nuestra relación. Una pena.

¿Por qué habré escrito esa vieja historia si mi idea era hacer un triste balance del año? Ah… vaya uno a saber. Trucos del inconsciente. Quizá haya sido culpa del tiempo vacío que traen las fiestas, con tanto racconto y estadística, esa curiosa ciencia capaz de demostrar –decía Shaw–, que si mi vecino tiene dos autos y yo ninguno, ambos tenemos uno. O tal vez porque ese diálogo de sordos debe ser similar al que muchos dirigentes deben tener en estos días de verano con sus futuros ex técnicos.

—Sea sincero, mister. ¿Podemos ganar algo con este equipo?

—Olvídese, son de madera.

—Mmm… Qué lástima. Su ciclo está cumplido. Tenemos que clasificar a una copa y vender al tronco del 9 o perdemos las elecciones y la hinchada nos mata. Gracias por todo. Lo reemplazaremos por su colega Rigoberto Sanatelli, un gran motivador que nos acercó el grupo inversor Washing Sport International. Sabrá disculparnos, pero nos está esperando en la otra sala con sus 27 ayudantes para firmar el contrato. ¡Va a llevarnos a Japón!

—¿A Japón? ¡En Devoto van a terminar ustedes, atorrantes…!

Fin. Telón rápido.

Me apena que cada vez haya menos críticos. Críticos de verdad digo, no opinólogos berretas de la tele. Esos tipos raros, dedicados a privilegiar el contenido, que aún sobreviven escribiendo por ahí sobre cine, teatro o música. ¿Televisión? No, ése es un caso perdido. Allí solo existe lo que da rating y a nadie le importa si es bueno o malo. Son las reglas del juego que la mayoría acata en nombre del “show” y de aquello que suelen llamar con piedad perdonavidas “la gente”. La gilada, bah. Nosotros.

En el fútbol es lo mismo o peor. Bilardo jura que nadie se acuerda de los segundos. Maldito sea, ¡odio esa frase! Porque Van Gog no le vendió un cuadro a nadie, Kafka quería que Max Brod quemara sus textos, Ciudadano Kane perdió el Oscar de 1941 con Qué verde era mi valle y el tango Hasta el último tren le ganó a la Balada para un loco de Piazzolla en un ridículo Festival de la Canción de 1970. Y hay más “perdedores” en mi lista, muchachos. Ay… Creo que voy a vomitar.

Todos citan el mismo caso: la Holanda de Cruyff que pudo ganarle la batalla del tiempo a la Alemania campeona de 1974. Pues yo coloco a Ermindo Onega sobre los mil títulos de Ruggeri y a Rubén Paz por encima de la estatua de Merlo. Y rescato a Buzz Aldrin, segundo del gris Neil Armstrong en la Luna, un tipo capaz de eludir el bronce y contar su crisis de angustia y alcohol después de semejante experiencia. ¿Entendiste, Bilardo? ¡El boludo era el primero! El de la frasecita sobre el pequeño paso para el hombre y el gran paso para la humanidad. Aj.

¡Basta de números! Detesto los hits, los top no-sé-cuánto y los ridículos porcentajes de posesión del balón. Estudiantes y Vélez fueron los mejores, eso es obvio, y no tiene gracia escribir más sobre eso. Gracia tiene ser Verón, gane o pierda; o jugar como el Burrito Martínez, el que se quedó con las ganas. Gracia tiene el futuro de Lamela, el presente de Silva y lo aún no visto de Gio. Y Gracia tendrá 2011 si sabemos elegir a quien mejor entiende el juego y nos da pelota, compatriotas.

No a los que terminan haciendo jueguito con nosotros.