En su célebre ensayo Contra los poetas, Witold Gombrowicz contaba que había llevado a cabo una serie de experimentos para desenmascarar no a los falsos poetas, que de esos sabemos que hay millones, sino a los falsos lectores de poesía, porque nuestra fe en la Humanidad nos lleva a creer que de esos hay menos: combinando frases sueltas construía un poema absurdo y lo leía ante un grupo presentándolo como un nuevo poema de algún poeta unánimemente admirado, suscitando la esperada admiración unánime. ¿Cómo era posible algo así?, se preguntaba el polaco. ¿Cómo era posible “deleitarse tanto con la ‘precisión matemática’ de la palabra poética y no percatarse de que esta precisión estaba siendo puesta radicalmente patas para arriba”? Es importante recordar esas palabras: “patas para arriba”, porque volveremos pronto a ellas. Gombrowicz se sorprende de que puedan convivir el deleite en las supuestas sutilidades y matices de la expresión poética, y que al mismo tiempo quien experimenta algo semejante pueda cometer un pecado tan brutal, vergonzozo y primario.
La historiadora y curadora de arte Susanne Meyer-Büser descubrió que un cuadro de Piet Mondrian estuvo colgado patas para arriba durante 77 años en el K20, el Museo de Arte de Renania Septentrional-Westfalia, en Düsseldorf, Alemania. Meyer-Büser se dio cuenta de que algo no andaba bien y luego de algunas investigaciones dio su veredicto: “Estoy cien por ciento segura de que el cuadro está colgado al revés”.
Sin embargo, la historiadora alemana desaconsejó poner el cuadro en la posición correcta, porque dado que la obra se arruinó un poco con el tiempo y las cintas adhesivas con que fue realizada en parte se despegaron de la tela, se correría el riesgo de arruinarla: girarlo ahora cambiaría el aspecto general del cuadro, porque las cintas despegadas caerían en la dirección contraria. La ley de gravedad atenta contra la verdad. Algo así como el gatopardismo aplicado al arte: conocer la verdad cambia algo, pero en realidad nada cambia.
El cuadro se llama New York City I, data de 1944 y fue realizado con cintas rojas, amarillas y negras dispuestas perpendicular y horizontalmente. En 1945 se expuso en el MoMA de Nueva York, pero luego se exhibió en varios museos hasta 1980, cuando pasó a manos del K20, donde se encuentra actualmente.
Según Meyer-Büser, uno de los posibles motivos por el que el cuadro pudo haber sido colgado al revés sin que nadie se diera cuenta es que no está firmado, probablemente porque Mondrian murió antes de terminarlo. Uno de los indicios que Meyer-Büser cita a favor de su tesis es que en una foto tomada en el estudio de Mondrian pocos días después de su muerte y publicada en la revista Town and Country en el número de junio de 1944 (Mondrian había muerto en febrero) se ve la tela apoyada en un caballete al revés de como estuvo expuesta hasta ahora.
Pero hay otro indicio: en un óleo similar de Mondrian, también dedicado a la ciudad de Nueva York pero realizado dos años antes, en 1942, y expuesto en el Centro Pompidou de París, las líneas son más densas en la parte alta del cuadro, mientras que en la que está expuesta en el K20 la mayor concentración de cintas está en la parte de abajo. Según Meyer-Büser la cosa tiene sentido: las líneas más apretadas en lo alto dan la idea de un cielo oscuro.
Pecado grave y elemental, diría Witold Gombrowicz, la misa del arte se desenvuelve en una iglesia completamente vacía. Si no fuéramos capaces de divertirnos con estas tonterías, seguramente estaríamos aterrorizados.