La korrupción perpetua y la corrupción crematística son diferentes. En Argentina un grupo de políticos quiso perpetuarse en el poder, corrompió a algunos, engañó a bastantes, dijo que iba por todo y casi se queda con todo. En Brasil algunas empresas quisieron asegurarse contratos y corrompieron a partidos y políticos de todas las tendencias con objetivos netamente económicos. Eran empresarios, hacían inversiones. Ninguno compró medios de comunicación, ni patrocinó un 567, ni ordenó a su chofer que invirtiera millones en medios de comunicación, ni compró intelectuales o movimientos sociales.
Políticamente las dos presidentes no se parecen. En los años 70, Dilma Rousseff participó en la guerrilla, estuvo presa y fue torturada, mientras Cristina Fernández amasaba una fortuna trabajando como abogada, aunque en los tribunales no defendió a presos políticos, ni a trabajadores, ni reclamó por los desaparecidos. Dilma es militante de un tiempo en que la honestidad era un valor revolucionario. Ironías de la vida, algunos creen que sale por corrupta, aunque sólo pudieron acusarla de maquillar cifras del presupuesto, algo que no justifica la destitución de una presidenta.
Quienes sí están acusados de corrupción son sus principales adversarios. Eduardo Cunha, su principal adversario, fue destituido de la presidencia de la Cámara de Diputados por el sospechoso manejo de un fondo laboral, la contratación de buques de perforación petrolera y la operación de un yacimiento de Petrobras en Benin. Renan Calheiros, presidente del Senado, tiene siete investigaciones pendientes por el escándalo de Petrobras y está acusado de recibir sobornos para entorpecer la investigación de otros casos de corrupción. El presidente Michel Temer, además de otras acusaciones, aparece 21 veces en la contabilidad de la empresa Camargo Correa recibiendo dinero que la Justicia atribuye a sobornos. El 60% de los 594 legisladores de ambas cámaras, pertenecientes a casi todos los partidos, está bajo la lupa de la Justicia. Dilma se defendió mal. Habló de un complot norteamericano y de un golpe de Estado irreales que no importan a la mayoría. El impeachment, debería realizarse sólo cuando el presidente comete un delito grave, pero se convirtió en un sustituto socialmente aceptado de los golpes militares de antaño. En treinta años, 14 gobiernos latinoamericanos terminaron cuando se desplomó su popularidad cuando tomaron medidas de ajuste o comunicaron mal. Dilma juntó ambas causas.
La comunicación y la acción del gobierno están íntimamente ligadas: el presidente se comunica a través de lo que hace y de los escenarios en los que aparece. En Brasil la comunicación política depende de “marketeiros”, publicistas que no manejan investigaciones y análisis políticos profesionales. Temer confunde política con publicidad: lo primero que hizo fue diseñar un logotipo para la presidencia y anunciar un paquete de medidas de ajuste. Presentó un gabinete visto por el círculo rojo como un dream team, pero inaceptable para la gente: todos son hombres, son blancos, algunos imputados en el Lava Jato. En medio de un bosque que arde, un presidente se sienta en una caja de dinamita a escoger dibujitos.
La imagen del PMDB, principal partido de gobierno, es tan mala como la del Congreso. Temer carece de estrategia política y de estrategia de comunicación y es víctima del voluntarismo. Cuando apareció en una entrevista de televisión el domingo pasado, provocó un cacerolazo masivo en las grandes ciudades del país. Un gobierno que navega por aguas tan turbulentas sin una estrategia de comunicación no tiene futuro. Lo más probable es que termine convocando a elecciones presidenciales anticipadas. Es injusto decir que todos los políticos brasileños son corruptos. Conozco a excelentes líderes, colaboro en São Paulo con Raps, una fundación que promueve la transparencia y el desarrollo sustentable. En todos nuestros países la política arcaica agoniza, pero ya llegarán tiempos mejores.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.