COLUMNISTAS
america latina

Corrupción y clase media

El foco creciente sobre los escándalos revela el peso cada vez mayor de una clase que quiere el fin del trato privilegiado para las elites políticas y económicas que han gobernado en la región.

default
default | Cedoc

Los escándalos de corrupción tienden a aumentar cuando la economía se estanca. En vez de atribuir el enfriamiento al ciclo económico o a condiciones externas, la gente culpa a políticos de robarse el dinero que debería estar alimentando el crecimiento económico. Pero independientemente de las condiciones económicas, la preocupación por la corrupción también aumenta cuando la clase media se fortalece. Las prácticas de corrupción normales en el pasado comienzan a ser inaceptables para una clase media que exige una cancha pareja y un gobierno más transparente. En América Latina, la mayor notoriedad de casos de corrupción en meses recientes responde a ambas causas.
En meses recientes, desde México hasta Chile y Argentina, distintos escándalos de corrupción gubernamental han capturado la atención de la opinión pública. En Brasil, los escándalos amenazan con derribar a la presidenta Dilma Rousseff, pero también tienen en la cuerda floja al vicepresidente, a los principales líderes del Congreso e incluso al otrora popular ex presidente Lula. En México, la imagen del presidente Enrique Peña Nieto se derrumbó a fines de 2014, cuando estallaron los escándalos de la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa y de las propiedades obtenidas por la familia presidencial de empresas que recibían jugosos contratos del Estado. En Guatemala, la elección de fines de 2015 estuvo marcada por un escándalo de corrupción que forzó la renuncia del presidente saliente Otto Pérez Molina.
Varias elecciones recientes han estado también marcadas por escándalos de corrupción. En Bolivia, el presidente Evo Morales perdió un plebiscito que permitiría la reelección presidencial indefinida en parte producto de un escándalo amoroso que alimentó especulaciones de trato preferencial a una empresa china donde trabajaba su ex pareja. En Perú, la primera vuelta de la elección presidencial de hoy está marcada por la exclusión de dos candidatos que en conjunto tenían casi un 25% de apoyo en las encuestas. Uno de ellos fue sacado de carrera por haber hecho un regalo de dinero en una actividad de campaña. Como otros candidatos que también se vieron involucrados en dádivas monetarias –incluida Keiko Fujimori, favorita para ganar hoy– no fueron sancionados, inmediatamente aparecieron acusaciones de corrupción contra la institucionalidad que vigila el proceso electoral.   
Incluso Chile y Uruguay, países que tradicionalmente han sido considerados como más probos, han pasado por escándalos de corrupción y de engaño de las autoridades. En Chile, las investigaciones por financiamiento irregular de campaña involucran a más de 25 legisladores, ex candidatos presidenciales e incluso a personas en el grupo cercano a la presidenta Bachelet. Otro escándalo involucra al hijo y la nuera de Bachelet en negocios cuyo éxito dependía del acceso privilegiado a espacios de poder. En Uruguay, el vicepresidente Raúl Sendic ha sido acusado de falsificar su título universitario.
Hay una noticia mala y otra buena respecto de esta ola de escándalos de corrupción en América Latina. La mala noticia es que la preocupación ciudadana con la corrupción aumenta cuando la economía deja de crecer. Cuando aumenta el desempleo, suben los precios y se reducen las oportunidades, las personas buscan culpables en la clase gobernante.  Aunque el enfriamiento de las economías de América Latina tiene más que ver con el ciclo económico internacional y el fin de los altos precios de las materias primas que exporta la región, la gente cree que la corrupción de la clase gobernante explica por qué ha dejado de llover café en el campo. Como los casos de corrupción ocurridos en la década más reciente, cuando el ciclo económico era favorable, no generaron tanto descontento ciudadano, resulta razonable concluir que el enfriamiento de la economía es lo que ha hecho que la gente ahora le ponga más atención a la corrupción.
Pero también hay una buena noticia que se puede derivar de la mayor preponderancia que tienen los casos de corrupción en los países de la región. Históricamente, el sector que más denuncia la corrupción en las democracias del mundo es la clase media. Cuando los países se dividen entre una elite gobernante que coincide con la elite económica –y que se reproduce en el poder– y una mayoría que vive en la pobreza, no hay masa crítica que pueda denunciar la corrupción. Mientras la elite se beneficia de la corrupción, la gente está demasiado preocupada en sobrevivir como para organizarse y lograr que el Estado funcione mejor.  Pero cuando la clase media crece y se consolida, la corrupción se convierte en la muralla que obstaculiza su desarrollo.  Esa clase media comienza a denunciar hechos que han sido normales para la elite pero que ahora se convierten en un freno a las aspiraciones de la clase media por obtener mayor influencia política y por desafiar la posición dominante de las elites tradicionales.
Como la profundidad de la crisis económica varía de país en país, y también el tamaño y la importancia de la clase media, los escándalos de corrupción que han golpeado a casi todos los países de la región no pueden ser atribuidos a la misma causa en todas partes. La naturaleza y el tamaño de los escándalos varían. Mientras en Brasil amenaza con derribar a buena parte de los principales líderes, en Bolivia sólo derribó el intento del presidente Morales por lograr la reelección indefinida. Con todo, no resulta correcto entender los escándalos de corrupción sólo como una señal negativa que da cuenta del difícil momento económico por el que atraviesa la región. El foco creciente que se ha puesto sobre la corrupción en América Latina refleja también el peso y la influencia de la clase media que aspira a construir una democracia con más oportunidades, una cancha más pareja y el fin del trato privilegiado que ha tenido la elite económica y gobernante en la forma en que se asignan los recursos del Estado

*Profesor de Ciencias Políticas, Universidad Diego Portales, Chile. Master Teacher of Liberal Studies, New York University.