Tiger Woods se retiró por seis meses, Peter Robinson se retira por seis semanas. Tiger Woods es un golfista, el mejor de todos los tiempos; pero engañó a su mujer en ocasiones reiteradas con tal o con cual chiquilina, y se entiende que nadie quiere ver jugar al golf, así lo haga muy bien, a una persona capaz de comportarse de un modo tan feo. Sus sponsors elaboraron un razonamiento semejante: ¿quién querrá afeitarse cada mañana con la misma maquinita que usa un malandrín de esta calaña? Así razonaron y en consecuencia, le retiraron el apoyo comercial.
¿Y Peter Robinson, a qué juega? No juega a nada, es el jefe del gobierno regional de Irlanda del Norte. ¿Y a quién engañó? Según parece a nadie. Más bien lo contrario: acaba de revelarse que su esposa, la puritana en el decir Mrs. Robinson, mantuvo largos amoríos con un joven de 19 años llamado Kirk, después de haber hecho por cierto tiempo lo propio con el padre del muchacho. No contenta con mantener esta aventura (o muy contenta con mantener esta aventura), la señora Robinson parece haber beneficiado además a Kirk con unos créditos otorgados por vías no demasiado legales.
Peter Robinson deja su cargo por seis semanas para ocuparse de “limpiar su nombre”, así como Woods dejó por seis meses el golf con ese mismo propósito. Ahora bien, alguien podría perfectamente alegar que, sobre una misma materia, uno fue claramente el victimario y el otro fue claramente la víctima. ¿Cómo explicar entonces que ambos deban retirarse por igual a limpiar su nombre y honor? Ignoro dónde conviene acudir a buscar la respuesta a esta pregunta: si a la avanzada del feminismo victorioso o si a la retaguardia del machismo resistente.