Cuando aún no había surgido la Perestroika, le preguntaron a Hélène Carrère (1929), la gran “sovietóloga” francesa (de origen georgiano), cómo hacía para informarse con tanto detalle de los vericuetos de la política rusa (antes de la era de internet), respondió que su receta era 95% pública: leo todo lo que se publica. Esa lección de sentido común de quien hoy es la secretaria vitalicia de la Academia Francesa podría aplicarse a la actual crisis energética por la que transita el país mientras sufre las temperaturas más altas en muchas décadas. No hay que bucear mucho para encontrar el diagnóstico del problema, pero sobre todo el curso de acción a tomar para que deje de serlo en el corto plazo.
Es sabido que la electricidad, como también podría ser la provisión de agua corriente o de gas en el invierno, se valora mucho más si peligra su abastecimiento o directamente cuando escasea. Como otros servicios de su tipo, económicamente es un bien que, justamente por sus características, es de demanda inelástica: podría subir el precio sustancialmente y el consumo no variaría en la misma proporción. Es que es un monopolio en casi todas partes del mundo (solo podría romperse con formas alternativas de generar electricidad, a veces muy caras con el capital necesario) y por eso los gobiernos deciden intervenir: protegiendo al que se supone es el eslabón débil de esta cadena y tratando de conservar un equilibrio estable en la dinámica del negocio, lo que incluye el cúmulo de inversiones necesarias para poder ampliar la oferta para satisfacer el crecimiento del consumo.
El sector está fraccionado en tres segmentos diferenciados: la generación, el transporte y la distribución. En el primero las fuentes son diversas en lo que se conoce como la “matriz energética”: hidroeléctrica, nuclear, térmica y nuevos tipos (como la eólica o la solar, de reciente desarrollo). Se basan en fuertes inversiones de lenta maduración y requieren un marco regulatorio y tarifario de largo plazo.
El otro tramo es el del transporte (de los generadores a los distribuidores), que también requiere una corriente de fuertes inversiones y mantenimiento. Finalmente, el de distribución, que es el que nos lleva la energía a los hogares, pero también a las industrias y comercios.
Luego de la privatización del sistema, hace treinta años, transcurrió una década de fructífera estabilidad: a principios de los 2000, el precio del kilovatio era el más barato de América y el sistema no requería de subsidios directos para su estabilidad. Pero la devaluación de 2002 y la consecuente pesificación de las tarifas introdujeron dos consecuencias: la ruptura de los contratos con pleitos en la corte de arbitrajes de la Ciadi y la manipulación política de las tarifas. El subsidio apareció como la fórmula posible de congeniar costos crecientes con la promesa que la devaluación no se traduciría en una carga. La introducción de la variable política en la ecuación de beneficios de una industria que debería tener horizontes de largo plazo espantó a algunos inversores o atrajo a otros “expertos en mercados regulados”.
La inflación también fue aumentando costos (sobre todo los operativos vinculados con la mano de obra y los de capital, cada vez más remiso de apostar al retorno de un sector contaminado por las decisiones cortoplacistas solo entendibles en la mira de una elección). La Secretaría de Energía y los entes reguladores están dirigidos por alfiles del kirchnerismo, que mantiene entre sus principios fundantes que la población urbana de recursos medios y bajos pague poco por su consumo energético. El sistema mayorista de distribución de energía,
Cammesa, que abastece al mismo precio base a todos los distribuidores minoristas, tiene acreencias por $ 240 mil millones, en una bola de nieve que mantiene artificialmente bajo el costo energético para sus clientes. Así, maquilla la mala performance de muchas eléctricas, una virtual caja política y un fondo desempleo encubierto, aun cuando sus tarifas llegan a triplicar las subsidiadas del AMBA.
Que en una semana en la que las temperaturas en la zona metropolitana pasaron los 40 grados haya habido problemas de suministro no debería llamar la atención. En todo caso, que no hubiera ocurrido antes.