En el subdesarrollo conviven todas las épocas, todas las velocidades, desde la lentitud del neolítico a la aceleración de las partículas de la posmodernidad. Somos un auto a 200 kilómetros por hora y un carrito a caballo que se encuentran en la oscuridad de la noche argentina. Caballos de fuerza, caballitos botelleros.
En este país, según las estadísticas, se mueren más de 7 mil personas por año en accidentes de tránsito, unas 20 personas por día. Los accidentes son la primera causa de muerte, antes que las enfermedades y los asesinatos. En este panorama, la tecnología y la desaprensión forman un combo cada vez más peligroso.
El cadete viene caminando por el centro escuchando su mp3. Lo cargó con buena música. La publicidad decía: “Ahora tu vida tiene banda sonora”. Y es verdad, suena perfecto, y viene cruzando las calles metido en su video clip personal. Tiene el sonido disociado del tráfico: la cabeza en Second Life y el cuerpo en una de las ciudades donde peor se maneja en el mundo. Es parte de un nuevo ejército de peatones sordos, gente con auriculares.
El colectivero, apurado por el horario que le impone la empresa, viene fuerte, cruzando en amarillo los semáforos, haciendo sonar esa bocina que aparta las aguas del océano humano del microcentro en hora pico.
El motoquero viene con el casco de vincha, aprovechando la onda verde de la avenida medio vacía para ir a fondo y de paso contestar en el celular un mensajito de texto que le mandó la novia. El conductor del auto maneja sin cinturón de seguridad, buscando algo bueno en la radio. El ciclista se apura a contramano.
Se están por encontrar, se están por convertir en un tumulto, en tragedia familiar, en estadísticas.