Ya comenté desde esta columna que, en materia de política antiinflacionaria macro, la Argentina
es un país a la deriva.
La apuesta oficial, en ese sentido, se limita a una eventual baja estacional de algunos
productos. A la efectividad de los acuerdos y/o controles de precios de la Secretaría de Comercio.
A diversos mecanismos de subsidios y gasto fiscal, para compensar costos o incentivar oferta.
Mientras, la política monetaria se acomoda a la tasa de inflación prevaleciente. Y la política
cambiaria administra una relación competitiva con el real brasileño, para proteger a la industria
local.
Eso es lo mismo que se viene haciendo desde hace años y no ha evitado que la Argentina entre en
su quinto año de inflación anual en dos dígitos altos, y que pertenezca a un muy reducido grupo de
países en esas condiciones.
El diagnóstico del Gobierno es que se puede convivir pacíficamente con este panorama
inflacionario mientras la economía vuelve a crecer fuerte de la mano de la recuperación de la
cosecha de soja, de la demanda brasileña de ciertos insumos y productos industriales y de un
escenario internacional relativamente calmo en materia financiera. Esto último, amenazado en las
últimas semanas por los problemas de deuda de Grecia.
Algo así como volver a 2007/2008, cuando la economía avanzaba a buena marcha pese a una
inflación ya instalada cómodamente entre el 18% y el 20% anual.
Sin embargo, hay algunos elementos diferentes que hacen dudar de la posibilidad de repetir
dicho escenario.
El primero, claramente, viene de afuera de la economía propiamente dicha. El deterioro
creciente del poder político del matrimonio presidencial, la pérdida de control del Congreso y las
señales de cierta independencia del Poder Judicial le ponen un límite a la capacidad de acción
discrecional y autoritaria del Ejecutivo.
Este no es un dato menor, cuando se pretende manejar la puja distributiva que siempre genera la
alta inflación, en un entorno de crecimiento de la economía, más con reuniones, discursos y
aprietes que con políticas. En especial, ante dirigencias gremiales cada vez más combativas, en
busca de su lugar bajo el sol, después de 2011.
El segundo, y ya metiéndonos en la economía, es el panorama fiscal y de endeudamiento. Si
bien con algún abuso de contabilidad creativa, los números de la caja del Gobierno y de los pagos
de deuda lucían muy diferentes en 2007 que ahora. Ni siquiera la expropiación de los fondos de
pensión, tanto en el stock como en los nuevos impuestos, ni el récord de presión tributaria han
podido frenar el creciente deterioro de las cuentas públicas de la mano de un aumento desbocado del
gasto nacional y de provincias, cada vez más dependientes de las transferencias federales.
El problema es tan grave que el Gobierno nacional ya necesita recurrir con más energía a la
emisión del Banco Central, poniendo al borde del delito a su directorio, mientras los gobiernos
provinciales echan mano a recursos inauditos (como retener sumas impositivas al sector privado que
no corresponden, para ser devueltas en algún momento del futuro, o proponer, ahora, en lugar de su
anulación, la “coparticipación” del Fondo del Bicentenario o de la recaudación de
impuestos distorsivos, como el del cheque).
El tercer elemento diferencial respecto de la situación previa a la recesión de 2009 viene del
escenario internacional. El contexto de fiesta financiera que caracterizaba al sistema global antes
de la crisis de finales de 2008 y la idea de “party is back” (la fiesta está de
regreso) que predominó en la segunda mitad de 2009 están ahora siendo, lentamente, reemplazados por
un escenario más cauto y menos bullanguero.
Con evidentes problemas de ajuste en las economías más débiles de Europa, y con los Estados
Unidos haciendo equilibrio para lograr crecer y bajar el desempleo y, simultáneamente, financiar
sus desequilibrios fiscales y rearmar la solidez patrimonial de su sistema financiero, sin tener
que subir demasiado sus tasas de interés.
Sumados todos estos elementos, resulta difícil aceptar la tesis oficial de crecimiento
fuerte, aun con alta inflación, para 2010.
Probablemente, tengamos que conformarnos con un escenario más modesto de crecimiento y mucho
más conflictivo en materia de precios y salarios. Después de todo, es imposible bañarse dos veces
en el mismo río.