Creo que los diarios argentinos se han hecho eco de la crisis energética en China, que tiene una triple causa: el compromiso con las pautas de emisión de gases, la escasez de carbón (el 72% de la energía china se produce en centrales carboníferas) y la fuerte demanda de la industria.
El asunto repercute mundialmente. El titular de La Vanguardia de hoy (6 de octubre) señala un máximo histórico para el precio del megavatio-hora en el mercado mayorista, lo que se vuelca en el consumo industrial y hogareño. Se han establecido franjas horarias con diferentes precios (lo que no parece demasiado lógico). La gente ya empezó a lavar la ropa de madrugada y los aires acondicionados domésticos no se prenden nunca antes de la medianoche (los valencianos con los que hemos hablado dicen haber pasado un verano infernal).
En los edificios piden que el ascensor solo se use para eso, para subir. Para bajar, están las escaleras. De planchar o de usar el lavavajillas, mejor ni hablar. El gobierno de España anunció esta semana una reducción de varios impuestos sobre los precios de la electricidad: pan para hoy y hambre para mañana, como bien sabemos los argentinos.
Además de la escasez de carbón y de la merma en las reservas de gas (cuyo precio está también por las nubes), el verano europeo no ha tenido demasiado viento, por lo que los campos de producción eólica han trabajado poco. Europa podría enfrentarse a un duro invierno, con posibles apagones, cierre provisional de fábricas, escalada de precios y aumento de muertes por frío.
La catástrofe del covid no ha terminado y la Tierra todavía no se repone de los dislates civilizatorios de la sobreproducción y el hiperconsumo. Producir energía para producir más bienes parece ya un nudo gordiano: las fuentes renovables son intermitentes o no alcanzan y las otras son, directamente, la muerte. Pregunté a mis amigos: “¿Qué onda con el hidrógeno?”. Para qué. Es complicado el hidrógeno, porque si bien es abundantísimo está siempre acompañado y es, por lo tanto, carísimo (o consume mucha energía) aislarlo.
Reconozco y en parte comparto la algarabía que produce en Europa actuar como si nada hubiera sucedido o como si hubiéramos salido de una pesadilla colectiva.
Pero la verdadera pesadilla recién comienza, por la incapacidad de todos los Estados para superar el fracaso suicida de un modelo de acumulación. Lo que está en crisis es la energía de la imaginación.