Mientras el país se incendia y derrama sangre, ellos hacen la suya, como si nada. Está claro que las diferencias ideológicas se pueden borrar al ritmo de la negación y las conveniencias.
Cristina Fernández de Kirchner no sólo no se hizo responsable de nada de lo que ocurrió. Volvió a abrazar la teoría del complot y danzó con artistas en el escenario de la Plaza, ignorando a la decena de muertos por la violencia social, a quienes no les dedicó ni una sílaba.
Después, otro chequeo médico en la Fundación Favaloro y el ansiado vuelo familiar a su amada Santa Cruz, lejos de todo y de todos.
Mauricio Macri también tuvo sus dislates. Entre gallos y medianoche, acordó con el controvertido Cristóbal López recibir un mayor canon por el juego en la Ciudad (que nadie sabe ni controla cuánto dinero mueve) a cambio de perdonarle impuestos adeudados. El representante oficial en la negociación fue el ministro sin cartera Nicolás Caputo, empresario, íntimo del jefe de Gobierno y experto en esto de anudar tratos sinuosos.
El jefe de Seguridad porteño jugaba al fútbol en el césped de la Bombonera cuando hordas boquenses (el mismo club que aman Macri, el ministro Montenegro y el presidente mauricista Angelici) empezaron a saquear el Centro. La Ciudad pagará todo (esto es, nosotros), nadie renunció y a seguir corriendo con Usaín Bolt por TN.
Pese a que quiere ser presidente en 2015, el futuro no parece inquietar demasiado a Macri. Al tiempo que en el Conurbano y en muchas provincias se aguarda con alta tensión social el aniversario de los estallidos de 2001, el líder Pro tiene previsto irse con su mujer e hija a Villa La Angostura.
Difícil que una sociedad se haga responsable de lo que hace si ni siquiera sus líderes lo hacen.