Mi experiencia en internet se remonta a diez días y a haber entrado sólo tres veces. Hasta entonces no sabía qué era Google, ni Mercado Libre, ni Facebook, ni nada: estaba afuera del futuro. Pero como buen periodista que soy, con esos únicos tres ingresos estoy en condiciones de recomendar lo mejor y lo peor, de escribir largos artículos sobre el tema y de establecer hipótesis plausibles sobre todo el mundo virtual. Escribir u opinar sobre lo que no se sabe no tiene nada de raro. Conozco a una persona que –me consta– no llega a leer tres libros de literatura argentina por año y que sin embargo vota todos los diciembres “el mejor libro de narrativa argentina” en una encuesta en un suplemento cultural. Pues, habiendo ya reparado la semana pasada en la revista virtual Tónica, llegó el momento de glosar otro sitio de internet dedicado a la crítica literaria, seguramente uno de los más interesantes del momento: Lector común (www.lectorcomun.com).
A cargo de Miguel Dalmaroni, Jorge Monteleone y Alberto Giordano, entre sus colaboradores se encuentran Adriana Astutti, Sandra Contreras, Sergio Cueto, Silvio Mattoni y Judith Podlubne, entre muchos más (se verá que varios de ellos son rosarinos: no deja de ser curioso que aún no se hable de la “Escuela de Rosario” como se habla de la de Ginebra –Starovinski, Béguin– o de la de Constanza –Jauss, Iser–).
Lector común tiene un diseño gráfico amable, una cierta ironía sobre ellos mismos (“Un sitio de críticos patéticos”), y una serie de secciones bien diferenciadas. Pero sobre todo, mantiene el gusto por el rigor intelectual y una convicción acerca de la crítica que no necesita levantar la voz. No se leerán allí proclamas sobre la necesidad de la crítica, ni descripciones apocalípticas sobre el fin de la crítica, ni ninguna otra clase de autovictimización como las que, para volver a la semana pasada, salen de la boca de algunos de los entrevistados de Tónica. Simplemente (¡como si fuera simple!) se la ejerce. Se ejerce la crítica literaria con las herramientas teóricas de la época.
Entre la gran cantidad de artículos, quisiera reparar en uno de Sergio Cueto, titulado “Kafka interpreta a Flaubert”, publicado originalmente en la revista Nadja y relinkeado (¿se dice así?) por Lector común (vengo leyendo a Cueto desde Maurice Blanchot. El ejercicio de la paciencia). Escribe Cueto: “En cuanto opinión y juicio, la crítica nunca será más que periodismo. Su proximidad con la literatura sólo puede medirla el concepto de interpretación. La crítica literaria es, ha sido siempre y no puede ser otra cosa que interpretación, en el sentido musical de la palabra. El texto es la partitura. La interpretación hace oír la voz, el modo, el tiempo y el sentido que constituyen el intervalo de expresión del texto. Todo está en el texto, pero como intervalo. La interpretación no añade nada, no tiene que añadir nada al texto, pero insinuándose en el intervalo, que es como la intimidad silenciosa del texto, permite que el texto cante, suene, se escuche. El crítico no es el autor, es tan sólo el intérprete. Vano resulta decir que uno y otro escriben por igual, que a ambos los une esa práctica que hace décadas se llama la ‘escritura’, pues a despecho de tanta teoría la diferencia entre uno y otro sigue siendo innegable para todos”.