Está duro ser policía de Macri: le renuncian todos (antes que currículos, tienen prontuarios: uno encubrió a participantes en el atentado a la AMIA, otro intervino ilegalmente teléfonos, el último regenteó prostíbulos). Van quedando cada vez menos en la Metropolitana (como siga así, la tan mentada demanda de seguridad de los honestos vecinos va a ser cuidarse de la policía urbana). El de Macri es el peor gobierno desde que Buenos Aires es una ciudad autónoma. Y sin embargo, es altamente probable que sea reelecto. La democracia es como un supermercado: uno elige entre los productos que hay en la góndola. Y si no parece haber alternativa a Macri es porque el espacio (auto)denominado progresista presenta un grado de debilidad política, carencia de ideas y falta de riesgo intelectual aún mayor que el del “gran gobernante”, como lo definió el empresario ultrakirchnerista y papá, Franco Macri. Pero como decía mi abuela Clara, “en la mesa no se habla ni de política ni de religión”, así que mejor cambiar de tema. ¿Hacia dónde? Hacia la literatura, por supuesto. Por ejemplo, por qué no hablar de cierto escritor que, según parece, está redactando a las apuradas un ensayo para llegar a ser publicado, campaña de marketing mediante, durante la Feria del Libro por una editorial multinacional, en el que declara… ser indiferente a las presiones del mercado. Efectivamente, mejor cambiar nuevamente de tema.
Y mientras buscaba asuntos para amenizar este domingo, recordé una carta de una lectora relativamente crítica con este columnista. Publicada hace algunos meses, comentaba una columna en la que yo escribía sobre Svetislav Basara, escritor serbio nacido en 1953, que yo había leído en la edición francesa de la admirable editorial Les Allusifs. La lectora estaba levemente indignada con el hecho de que recomendase libros no traducidos y difíciles de conseguir. No viene al caso discutir ahora si tiene o no razón, pero sí me parece que vale la pena detenerse un momento en una palabra que, en la frase anterior, es probable que haya pasado desapercibida. Es una palabra que informa mucho sobre el estado actual del periodismo cultural: recomendar. Si hay algo que jamás hice en este espacio es recomendar un libro. Poco o nada me importa si los libros sobre los que escribo son exitosos o no (es evidente que un comentario mío no cambia en absoluto la suerte de un libro), sin contar que muchos de los libros sobre los que escribo son malos, es decir, irrecomendables. En cambio, con mayor o menor destreza, siempre he intentado pensar a partir de los libros; discutir, debatir, reflexionar tomando el libro como disparador, como material de análisis para pensar problemas específicos de la literatura y la cultura contemporáneas. Pero nada más lejos de mí que desear rebatir a la lectora. Al contrario, más bien hay que tomarla como un síntoma. Si usa la palabra recomendar, es porque en verdad una parte del periodismo cultural se ha vuelto meramente recomendador (tres estrellitas, siete puntos, cuatro copas de vino) renunciando voluntariamente al pensamiento crítico.
Pero ése tampoco es el tema de hoy. Pues vayamos al grano: para gusto de la lectora, la obra de Basara ya se consigue en castellano. Disponible en librerías argentinas, la también admirable editorial española Minúscula acaba de publicar Guía de Mongolia, en el que el autor de la aún no traducida novela Napluko ogleadalo (traducida en francés como Le miroir fêlé) narra magistralmente una entre kafkiana y grouchomarxesca historia, en la que en el hotel Gengis Khan de Ulan Bator conviven desde Charlotte Rampling hasta un oficial ruso convertido en lama, más litros de vodka y frases inquietantes como ésta: “Las especulaciones racionales sobre el pasado sólo perjudican al presente”.