COLUMNISTAS
la mirada DE Roberto Garcia

Cruje “el modelo”

Sin conocerse los resultados de mañana –es decir, ignorando la victoria o la derrota de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, lo cual obligaría luego a conductas difíciles de prever–, es un secreto a voces que el gobierno de su esposa igual discute una nueva mano de pintura.

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Sin conocerse los resultados de mañana –es decir, ignorando la victoria o la derrota de Néstor Kirchner en la provincia de Buenos Aires, lo cual obligaría luego a conductas difíciles de prever–, es un secreto a voces que el gobierno de su esposa igual discute una nueva mano de pintura. O más de una, como una casa con el frente descascarado que requiere otra imagen. A pesar de que algunos conocedores del influyente consorte aseguran que él se niega a cualquier cambio. Aun para esos acontecimientos naturales: la refacción de paredes, el cambio de color de los cuartos, la eliminación de escamas o manchas de humedad. En rigor, nada de esto es natural para el matrimonio, ni siquiera esta función doméstica: ellos entienden que cualquier remoción en su hogar revela un fracaso, significa una rendición ante apremios ajenos, someterse al hastío o la protesta que expresan encuestas y, con seguridad, los votos, ya que mañana resultará negativa la adhesión ciudadana a la pareja en todo el país. Y no solamente por la pérdida de mayorías en el Congreso de la Nación. Sin importar los números que brindará el escrutinio, entonces, hay que prepararse para una eventual alteración de hombres y nombres que gente alterada puede generar a su alrededor. Suman más de media docena los funcionarios en una lista negra –a aplicarse entre la semana próxima y la última de julio– cuyo nuevo destino será una sinecura en el exilio paga, el olvido transitorio y la desaparición sin queja. Para algunos, aunque mermen sus ingresos, puede ser un alivio.

El disgusto
Volviendo al principio: a Kirchner (el apellido también encierra a su esposa) le disgusta despedir personal, inclusive aquellos que incurren en flagrantes equivocaciones. Nadie objetaría esa costumbre si se aplicara sólo en su casa. Ocurre sin embargo que la pareja presidencial transitoriamente ocupa la responsabilidad de otros. Si proceden los cambios, ellos se separan de un amparo primario que los rige, el que expresa debilidad por modificar equipos, permitir que se vaya gente; a su entender político, ese reconocimiento constituye un error, la pérdida del control y la confianza sobre el resto del elenco que los acompaña. Esos que tienen garantizado trabajo y mensualidad sin examen de eficacia. Por lo tanto, en seis años los Kirchner echaron a determinados personajes por obligación, forzados por inconductas o rebeldías (Gustavo Béliz, Martín Lousteau), impudicias jamás aclaradas (Felisa Miceli), mientras otros se escaparon bajo la ficción de la prudencia (Rosatti o Peirano), algunos también desorientados frente a la vida (Alberto Fernández). Casi excepcionales los cambios en la historia del matrimonio, como si fueran en ese sentido más conservadores que Francisco Franco.
Ahora, las modificaciones que se anuncian vienen con una paradoja adicional, desgraciada: los funcionarios a desplazar, podría imaginarse, se apartan por falta de convicción del “modelo” o, en todo caso, por algún cuestionamiento sugerido al “proyecto” ( aceptando en ese entrecomillado, aun con falta de respeto a la estética del lector, la insubstancial fraseología que utiliza el kirchnerismo). Pero si uno repasa los candidatos a ser exonerados, en rigor advierte que ellos son la esencia de ese “modelo”, los que mejor quizás aplicaron el “proyecto”. Podrían purgar, en todo caso, la condición de haber sido los mejores alumnos, los que sin pronunciar palabra aceptan el castigo como un premio (recordar Claudio Uberti, tampoco nunca aclarado su episodio), militantes o serviles de un código y un jefe –para servirse otra vez de la jerga santacruceña– que los incluye como activos o pasivos de una banda, de una asociación y de sus reglas. Como se habla de metáforas, por supuesto, y para no caer sólo en las despectivas, se conviene que este tipo de asociación no sólo sirve para el delito, puede ser la respetuosa pertenencia a un rígido club inglés o al presupuesto intelectual de una revista literaria. Uno, conociendo a los participantes, elije la categoría en la que le place ubicarlos.

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Una larga hilera
Ministros como Sergio Massa, Carlos Fernández, Graciela Ocaña, Aníbal Fernández y hasta Julio De Vido encabezan la hilera de nominados al desempleo inminente. Otros, varios, de menor jerarquía pero de importancia clave: Ricardo Jaime y Guillermo Moreno. Cada uno con su historia, casi todos caracterizados –de ahí la sorpresa– por una fidelidad extrema al dúo presidencial, más exactamente al mandato unipersonal del varón. Al secretario de Comercio ya lo opacaron y hasta él se clausuró la boca con un pescado, para que nadie le advierta sobre posibles excesos. Más temprano que tarde, es público, se modificará el engendro de su INDEC, sus afrentosos números, culminaron sus 30 minutos de ególatra fama y, si todo le va bien, quizá continue como locatario estatal al frente de una papelera privada, contaminante y endeudada, para proteger el sueldo de 600 trabajadores. Casi una vuelta a la ferretería familiar luego de haber dominado, desde la revolución peronista de los controles, el gas, las comunicaciones, el agua, la electricidad, los supermercados y, si le parecía conveniente, hasta el almacén de la esquina. Por fortuna para su futuro, la mujer se ha especializado en una sociedad que se dedica a los fideicomisos, y éstos parece que se perpetuarán mientras persista el kirchnerismo.
Con Jaime, la puerta de salida podría ser más traumática, menos disimulada: a ella, de la señora presidenta hablamos, nunca le agradó el secretario de Transporte, ni aun cuando éste –con otras funciones, en otros años– supo acompañar a su marido en Santa Cruz. Esa relación entre un (nacido y criado) y un cordobés le cayó indigesta a Cristina. Tendrá sus razones. Ahora, parece, hubo un “hasta aquí llegamos” (de él, claro), generado en la información periodística de que Jaime se había aficionado como los Kirchner por viajar en aviones particulares de su casa (Córdoba) al trabajo (Capital Federal). Y no sólo disponía, casi como el matrimonio, de naves aportadas por proveedores para viajar los fines de semana a la provincia donde le queda algo de familia, sino hasta de otro sofisticado jet que algunos maldicientes se lo atribuyen como propio. La divulgación y denuncia sobre esta repentina propiedad aérea habría escandalizado a los Kirchner, aunque nadie entiende cómo gente tan informada sobre hábitos y costumbres de su personal –por no hablar del resto de los ciudadanos– se haya notificado por los diarios de esta novedad; la cual, por otra parte, será de imposible averiguación por parte del juez Oyarbide –empeñoso investigador del caso, se supone, como otros empeñosos magistrados colegas– por el dédalo de sociedades offshore, norteamericanas, caribeñas, que aparecen como titulares, superpuestas, de la escritura del avión. Como si un pancho en la calle hubiera que adquirirlo con una manifestación escrita por 45 personas. Apenas si el juez logrará la lista de quienes han viajado con o sin Jaime en ese avión cuestionado, entre ellos Jorge Cupeiro, una lícita y comprensible compañía: el empresario y eximio ex corredor de autos se dedica a la comercialización de ese tipo de aeronaves, también de helicópteros. Tema clave porque la señora mandataria, aseguran, en ocasiones utiliza los servicios de un aparato que le brinda una empresa cercana, argentinizada en el l5%, mientras su marido siempre hizo campaña con el oficial, presidencial, pero casi nunca solo: siempre estuvo acompañado por el ministro del Interior, Florencio Randazzo, lo que evitaría cuestionamientos judiciales por servirse de atributos del Estado que no le corresponden. Otro caso de devaluación sería el de Jaime, si ocurre su retiro: vendría a perder el puesto por un avión de fin de semana luego de controlar rutas aéreas, terrestres, subterráneas, férreas, compañías de transporte, la frustrada negociación con los chinos para solventar la deuda externa argentina, impulsar el tren bala –y, por supuesto, su mantenimiento– y acceder semanalmente sin testigos ni jefes intermedios a Néstor Kirchner. Finalmente, si Jaime se va, no se quedará a la intemperie como al parecer le pasó a Béliz; el jefe no abandona, como el desodorante.

Parte de la religión
Ese líder grupal, como se sabe, también emprendió hace tiempo una aventura religiosa, casi de apostolado o cruzada: decidió convertir a quienes provenían o se formaron en institutos no creyentes en el Estado, como la UCeDé. El primer ejemplo fue Massa, ahora le siguen Ricardo Echegaray y Amado Boudou, todos admiradores de Alsogaray. Con el actual jefe de Gabinete, la experiencia no es satisfactoria, él mismo pretende despedirse, integra el lote o el loteo de ministros en zozobra. Así lo confesó el propio Massa, desahuciado en su momento por Kirchner –no por la “Presidentaaa”–, convencido de que no quiere reiterarse en el escarnio sufrido y sujeto a las recomendaciones de aquellos que no son simpatizantes del ex mandatario y lo frecuentan. Con alguien habló para decir que, después de julio, él no sigue en el cargo. Y habrá que creerle, finalmente es un sensible que vive pensando en contratar o hacer contratar cámaras de TV para que haya más seguridad en las calles, los baños, las ciudades, los pueblos, el país y, si es posible, hasta en Naciones Unidas. No es el único con esa devoción en el oficialismo, también abundan sensibles en la oposición. Si deja el hueco, perfilado para sucederlo aparece Echegaray –otro de los reconvertidos a la religión–, quien jamás imaginó desde la oscuridad de la Aduana que podría trepar a la Jefatura de Gabinete. Si otros manifiestan en su declive una devaluación prodigiosa (Moreno, Jaime), por el contrario Echegaray indicaría un ascenso meteórico, impensado: es que el kirchnerismo hace milagros. Más precisamente el jefe, quien transforma a un réprobo en elegido y hoy le confía la mayor cantidad de controles (justo a quien, presuntamente, se educó pensando en un paraíso de falta de controles), de la Aduana a la AFIP, sin olvidar institutos subalternos como la ONCCA (a propósito, ya le deben haber sugerido a Echegaray un sistema de control empresario que diseña Brasil que envidiría la ex Unión Soviética). Lo mismo aplica Kirchner a otro réprobo del liberalismo, Boudou, en la vidriera de los elegidos para reemplazar a Carlos Fernández en Economía, tal vez no sólo para ponerse el traje azul sino también para otorgarle una voz al Ministerio. Por su parte, la Hormiguita Ocaña, mutada al dengue o al virus de la gripe, está condenada por una CGT –y Hugo Moyano– que pidió su retiro. Verdaderos oráculos: las pandemias demuestran que, en ese ministerio, como cabeza por lo menos, debe figurar un médico. Nadie se atiende del corazón con una profesora de historia.

Una soga filosa
Parece dudoso que, de pronto, el Gobierno se desprenda de dos Fernández. Pero, si alguna vez tuvo tres, bien puede quedarse sin ese noble apellido en el Gabinete, en ocasiones mal interpretado por sus legatarios. Además del titular de Economía, la sombra de la soga flamea sobre Aníbal, el de Justicia, tan dócil para declarar lo que Kirchner desea –y, además, hasta hacerlo más agresivo– que más de uno se asombra por ese posible corrimiento rumoreado. Pero, tal vez, tanta inflación oficialista empiece a operar en su contra, los mundos –judicial, policial– en los que trisca podrían sufrir también algunos cambios. Su salida, sin embargo, no dejaría tan estupefactos a los que escucharon otra versión: el epílogo ministerial de Julio De Vido, hoy alejado de ciertas decisiones, convocado sólo para emergencias, útil en el tráfico con los intendentes y hasta en operaciones para programas de TV. Evidente es su distancia de Kirchner, la subida de algún colaborador inmediato en la preferencia del ex mandatario, quien –como se sabe– ha sido el único sostén del arquitecto populista: ella nunca le prodigó simpatía y, antes de asumir, hasta pensó en suplantarlo por el susurro constante de Alberto Fernández, quien propalaba sospechas sobre la gestión del colega (notables las performances de aquel jefe de Gabinete ya renunciado, ya que algunos colaboradores no fueron inmaculados y él hoy escribe, como si fuera Carlos Ruckauf en el exterior, sobre la ética institucional cuando en su escritorio se forjó la operación Borocotó).

El inquieto
De Vido, cuentan, se inquieta por las causas judiciales que lo sobrevuelan, aunque ha sido favorecido en una, hace pocos días, por enriquecimiento ilícito; igual él entiende que hay cierta furia de imputaciones en distintos fueros que le impiden trabajar. No serían esas acusaciones, sin embargo, las que lo hacen titilar en su relación con Kirchner, más bien hoy se presenta como un cuerdo para distintos sectores mientras se desentiende de las opiniones de un jefe que no exhibe la misma cordura. Casi una insolencia para la doctrina Kirchner. Nadie lo imaginaba afuera de la familia, tal vez ni Cristina, pero nunca abundaron como hoy tantas especies sobre su continuidad. Afortunadamente, también él, como Moreno, tiene una esposa experta que se ha especializado en fideicomisos, palabra nutriente dentro del kirchnerismo, con lo cual sin angustias económicas podría dedicarse a sus pájaros. Si le toca partir.
Dilema para los Kirchner este de los cambios a partir de la próxima semana, confirmados entonces los números de la elección que ellos mismo convirtieron en decisiva. Un episodio comicial en el que los principales competidores se contradicen a sí mismos (Kirchner convocó a la Plaza y se desdijo porque pensó en el cajón de Herminio Iglesias: Francisco de Narváez se pronunció por estatizar empresas, ¿pensando en Canal 2 y en su predio de la Rural?), sin importarles demasiado la opinión que generan al respecto. Por esa gente quizás, Barack Obama no considera –y lo expone– a la Argentina como un país importante en la región y, como delegada embajadora, envía a una dama para el juego de las semejanzas. Es una mujer, como Cristina, política como Cristina, luchadora por los derechos humanos como Cristina. No tiene demasiadas luces –dicen–, al contrario de Cristina.