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Cuando los drones eran palomas

No me gustan las palomas, esas ratas con alas, como las llamaba Milagros López, por eso añoro el tiempo en que existía una buena razón para amarlas, cuando servían a la comunicación primitiva entre las personas.

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No me gustan las palomas, esas ratas con alas, como las llamaba Milagros López, por eso añoro el tiempo en que existía una buena razón para amarlas, cuando servían a la comunicación primitiva entre las personas. Pero el uso y la explotación de las palomas fueron más allá del mero intercambio de columbogramas sujetos a las patas. Las primeras fotografías aéreas se tomaron usando barriletes y globos aerostáticos. Arthur Batut  fue quien se especializó a partir de 1880 en fotografías hechas desde cometas, y tanto Nadar como James Wallace Black hicieron lo mismo desde globos a partir de mediados del siglo XIX. El problema era que con los barrilletes no se podían fotografiar cosas muy lejanas y los globos aerostáticos costaban muy caros. Pero a comienzos del siglo XX apareció un farmacéutico alemán, Julius G. Neubronner, a quien se le ocurrió experimentar una idea alternativa: usar palomas amaestradas. Fabricó entonces una pequeña cámara fotográfica automática que se colocaba en el pecho de las palomas mediante un pequeño arnés de aluminio. En 1907, cuando quiso patentar la idea tuvo problemas: hacía falta probar que las fotografías habían sido sacadas por palomas, cosa que hizo, y obtuvo la patente al año siguiente, presentada bajo el título Método y medios para tomar fotografías de paisajes desde arriba. Neubronner paseó su invento por varias exposiciones de tecnología en Alemania, recalcando su utilidad con fines científicos y militares. Ahora las fotografías de sus palomas aparecieron en un libro, The Pigeon Photographer, publicado en Italia por el sello Rorhof.

Al parecer, cuando Neubronner construyó su cámara fotográfica no quería obtener fotografías bellas: su intención era descubrir qué recorrido hacían las palomas en sus desplazamientos cuando las usaba para el envío de medicamentos. La idea se le ocurrió porque una de las palomas se perdió durante un viaje y apareció cuatro semanas después –más tarde se enteró de que su paloma había estado bajo la custodia del cocinero de un restaurante de la ciudad de Wiesbaden, distante de su ciudad, Kronberg, poco más de 37 kilómetros. Su invento tuvo mucho éxito en el ámbito militar y fue utilizado por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. En aquella época ya se usaban los aviones, pero las palomas adiestradas eran más silenciosas y pasaban más desapercibidas, lo que las hacía más seguras para los soldados. Como ocurre con casi todas las buenas ideas, al finalizar la guerra fue abandonada. Pero en la década del 30 volvió a la carga de la mano de un relojero suizo (Neubronner había muerto en 1932). En la Segunda Guerra Mundial muchas palomas se usaron en reconocimientos aéreos. Al parecer la CIA usó palomas para espionaje en los años 60, pero es información que aún permanece clasificada.

Las cámaras de Neubronner pesaban alrededor de 30 gramos. Las aves volaban más rápido que de costumbre –se supone que para liberarse antes de la carga extra– y a una altura que rara vez superaba los 50 metros. Para facilitarles el ingreso en el palomar, Neubronner había fabricado una espaciosa pista de aterrizaje y había agrandado el agujero de entrada.

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Mirando hoy esas fotos no se puede dejar de pensar en las fotografías hechas por drones, que a diferencia de las palomas van exactamente donde se quiere que vayan y no tienen el problema de las plumas que en determinadas tomas tapan parte del objetivo en algunas fotos de Neubronner. Lo raro es que esas son las fotos más encantadoras.