La situación de la educación en la Argentina es crítica. Todos los datos disponibles lo ponen de manifiesto. El gobierno nacional tiende a negarlo, posiblemente porque se siente políticamente vulnerable en ese plano; pero, con algunas excepciones, desde los espacios opositores hay pocas señales de que el tema sea enfocado con la profundidad y la urgencia que requiere, posiblemente porque se eluden debates internos que son vistos como divisivos. En el plano de la educación esa tendencia a eludir el debate de temas importantes para preservar supuestas o reales cohesiones políticas o ideológicas es fatal.
La educación es un plano crítico porque determina el futuro de varias generaciones. Si hoy no formamos jóvenes para que mañana puedan ser trabajadores competitivos, está claro que los jubilados de pasado mañana representarán una carga más pesada a los trabajadores de ese momento, porque sus ingresos serán menores. Ninguna ideología, ningún malabarismo retórico, puede modificar esa realidad: una economía menos competitiva es una economía más pobre. La educación es uno de los factores centrales en la compleja cadena que ha ido alejando al país de los estándares competitivos del mundo.
La mejora de la educación parece, y posiblemente sea, una tarea ciclópea. Hay diversos diagnósticos. El sistema educativo es menos inclusivo de lo que debería ser, en primer lugar en el nivel secundario, que ya tendría que ser universal, pero también en el primario –un problema que, si bien es más reducido, es más dramático–. Igualmente grave es que cursar la educación formal no garantiza una formación adecuada. Las serias dificultades de comprensión de textos y de expresión escrita, la nula asimilación de información histórica y geográfica, los déficits que señalan las prueba PISA, son constatados en todo el país. Basta recordar que hace unos años un experto internacional, después de visitar diversas escuelas en distintos niveles socioeconómicos en nuestro país, identificó dos problemas que consideró muy graves: uno es que muchos chicos no van al colegio, otro es que algunos chicos, bien dotados intelectualmente, van al colegio, y allí muchas de sus capacidades intelectuales son anuladas o desaprovechadas.
Otro problema es el escaso número de días de clase efectivos, producto en parte de decisiones políticas inexplicables pero también de los paros docentes que son parte del estado natural de las cosas desde hace décadas. Los sindicatos son un problema; en privado lo reconocen muchos dirigentes políticos, pero lo cierto es que parte del poder de los sindicatos se refleja en su capacidad de paralizar toda iniciativa que pueda llevar a establecer como prioridad para todos el mejoramiento de los estándares en calidad de la educación y en prestación de los servicios que se esperan de los docentes. Los gremios son un obstáculo para ambas cosas. Para mejorar la situación educativa es imprescindible encarar un diálogo constructivo con los gremios docentes; y para que ese diálogo pueda tener lugar es imprescindible una estrategia orientada a la búsqueda de soluciones estables y no sólo de parches circunstanciales.
No hay duda de que hay un problema en la relación entre la oferta y la demanda educativa. La demanda –por lo menos en los niveles preescolar, primario y secundario, pero en parte también en el universitario– son los padres. ¿Por qué el involucramiento de las familias de los padres en las escuelas en la Argentina es bajo? Hay datos y registros que dan para avalar las más diversas teorías. Hay una crisis de valores en la sociedad: a muchísimos padres no les interesa el desempeño educacional de sus hijos, no demandan una mejor educación. Es indudable. Pero hay instancias contrarias; para no ir más lejos, la cantidad de padres, o madres solas, muy pobres que deciden enviar a sus hijos a escuelas privadas para asegurarles mejor educación es una señal inequívoca de compromiso. El mayor involucramiento de los padres en la educación de sus hijos tiene que ser estimulado. En muchos casos son los directores y los docentes quienes producen esos estímulos; como regla, no parece ser una política generalizada.
Para mejorar la educación habrá que hacer muchas cosas. Algún día hay que empezar. Y hay que informar a la sociedad de lo que se hace y de los resultados. También en ese plano estamos muy rezagados en comparación con el resto del mundo, incluyendo a nuestros vecinos de la región, donde hasta el desempeño de cada escuela es conocido por toda la población.
*Sociólogo.