Lloviznea. Será que sigo bajo el efecto del conmovedor tributo que le ofrecimos al Negro Fontanarrosa en Rosario la noche del pasado miércoles 19, cuando se cumplían diez años de su muerte. En ese instante de penumbra y silencio, sentado en la última fila, recordé que en una de las charlas de café, mientras transcurría el Congreso de la Lengua que él había inaugurado con su festejado discurso sobre “las malas palabras”, le dije que había inventado una: “Lloviznea”. Le gustó. Traté de explicarme: “Es llovizna más melancolía”.
La sala mayor del Centro Cultural del Parque España, situado junto al río, estaba espléndida. Más de 450 personas aguardaban expectantes el comienzo de la obra Negro y Rosa, de la que soy autor. Entre el público se recortaban los perfiles de su amada Gabriela Mahy, de “los galanes”, “Chiquito”, “el Pitufo”, “el Colorado” y otros amigos. De pronto, en una enorme pantalla al fondo de la escena, apareció Joan Manuel Serrat. Me había llamado por teléfono para decirme que estaría ahí de alguna manera. Dos días más tarde me llegó el video.
Serrat, con boina, en primer plano, diciendo a cámara: “‘El mundo ha vivido equivocado’. Así titula Roberto Fontanarrosa uno de sus más exitosos libros y, efectivamente, el mundo no sólo ha vivido equivocado sino engañado. Empezando por el propio Negro Fontanarrosa que, hay que aclarar, no era negro. Como mucho, era un tipo así, cetrino, con una mirada profunda, torva y maliciosa. Pero negro, lo que se dice negro, es otra cosa. Digamos... Pelé, Pelé es negro. Kunta Kinte... Cassius Clay era negro, eh... Menem... Menem también... Menem es negro, turco y peronista, aunque no siempre...”.
Luego habla de la obra, y sigue: “(...)es por eso, ésta, una noche de unidad rosarina. Porque el Negro Fontanarrosa era capaz de congregar unanimidades, de juntar gorilas y peronistas, leprosos y canallas, judíos y cristianos. Cuando en el ir y venir de la vida, algún rosarino se acerca a mí y se identifica como argentino, me aclara ‘de Rosario sabe usted, y era muy amigo del Negro Fontanarrosa’. No dicen muy amigo de cualquier otro, con el debido respeto, no dicen: soy muy amigo del Negro Olmedo que, por cierto, era todavía mucho menos negro que Fontanarrosa. No dicen: soy muy amigo de Valeria Mazza, ni del Che, o recurren a Menotti, a Poy, a Bielsa, o al Tata Martino ni al mismísimo Messi. Me dicen: ‘Era muy amigo del Negro Fontanarrosa’, quizá porque un día se lo cruzaron en Alberdi y él se detuvo y cruzó unas palabras con ellos. La verdad es que todos presumimos del Negro Fontanarrosa porque nadie es tan querido como él, a pesar de los diez años de ausencia, porque nadie en Rosario es tan de todos, tan nuestro. Rosarinas y rosarinos, como decía el maestro: ‘Hasta la victoria, a veces...’”.
Se apagó la pantalla, creció de fondo el sonido de un corazón latiendo, se hizo un camino de luz desde bambalinas, entró Arturo Bonín (como “el Negro” en la ficción) y comenzó la acción. Escuché las carcajadas, las risas, y percibí también la emoción intensa en algunos momentos de la trama. Y lloré con ellos. Al fin, yo no era más que uno de esos que alguna vez se cruzaron o se encontraron con él en un café, en una entrevista, en alguna reunión –cuando se apareció de sorpresa para acompañarme en mi cumpleaños–, uno más de los que también presumían de su amistad.
Después, abrazado a ellos, bromeando con ellos –“viejos y abrigados como están tendrían que pasar a llamarse ‘la mesa de los gabanes’”–, fue cuando comprendí que el Negro nos había escrito y dibujado a todos y que ahí estaba, vivo entre nosotros, tal como se demuestra en la obra. No hay muerte que pueda con tipos como él. Ya de madrugada escribí: “Extrañable”. Una nueva palabra que, “anoten las docentes”, algún día será aceptada por la Academia como necesaria bajo la siguiente acepción: “Es mucho más que extrañar a alguien entrañable. Fue usada por primera vez, al tiempo que ‘lloviznea’, en un texto dedicado al Negro Fontanarrosa. Un rosarino universal que, debe aclararse, no era negro”.
*Periodista.