Alcanza, y ahí nomás, para una Coca Zero de litro y medio.
Y no alcanza para el diario de hoy, por ejemplo, éste: faltan 50 guitas.
Ayer, una importante cadena de supermercados ofrecía el roast beef, la tapa de asado y la carnaza (todos de novillo) a 4,77: habrá que tener buena dentadura (o un buen perro) para disfrutar hoy, al borde del fuego, alguno de esos bocadillos. Los cortes promocionales fueron la principal información de la agencia oficial Télam durante un largo rato.
El José de San Martín verdoso de los billetes de 5 pesos está devaluado. Equivale a un dólar con 60 centavos: tres veces menos que cuando, con el mismo diseño (pero “convertible de curso legal”), equivalía a 5 dólares y le dábamos tan poca importancia. Hoy, 5 pesitos son 5 pesitos...
En el reverso, al lado de un granadero corneta, la última versión lleva la firma de Julio César Cleto Cobos y un grabado del momumento ubicado en el cerro de la Gloria, en Mendoza, donde hoy el vice correrá una maratón en homenaje al Libertador. Después de su voto “no positivo” en el Senado, el rostro de Cobos fue montado por inquietos internautas sobre la misma efigie que aparece en el billete de 5 (un San Martín bastante idealizado, por cierto).
Perdónelos, General, no saben lo que hacen. Eso sí: permítanos que lo bajemos del bronce por un instante. Porque usted es el Padre de la Patria y, tal vez, ahí mismo radique alguna parte de las cosas que nos pasan ahora. ¿O es que existen padres perfectos?
Hoy, cuando mandan las intrigas de palacio y un ex presidente puede decir de su propio invento (Eduardo Duhalde de Néstor Kirchner, para más datos) que le hace acordar a Adolf Hitler y a Benito Mussolini, acaso sea bueno no olvidar que San Martín fue más que la batalla de San Lorenzo, el cruce de los Andes y la liberación del Perú. Fue un político formado militarmente en un ejército monárquico y, si se quiere por el mismo motivo, un firme partidario de la mano dura, los poderes excepcionales y hasta de estilos tiránicos que (también hay que decirlo) prefirió no asumir jamás en términos personales.
No vayan a creer que era un tipo fácil, Don José Francisco.
El político. San Martín asumió como gobernador de Cuyo por orden de Gervasio Posadas, nuestro primer Director Supremo, quien estrenó ese cargo gracias a que la Asamblea era presidida por su sobrino, Carlos María de Alvear, que lo sucedería después. El General y Alvear (almas pater de la Logia Lautaro) habían impuesto el nuevo orden al derrocar al Triunvirato.
Como gobernador y jefe del ejército instalado en El Plumerillo, San Martín supo quemarle la cabeza (por carta) a Tomás Godoy Cruz, diputado cuyano ante el Congreso de Tucumán, para que apuraran la Independencia de una buena vez. La intención era noble, quién lo duda. Pero ningún Poder Ejecutivo se inmiscuirá en los asuntos del Legislativo invocando causas indignas. Si San Martín lo hizo...
Hasta que San Martín rompió con Alvear, sus enemigos lo combatían por anglófilo. En realidad, su socio lo era hasta las tripas: apenas asumió como Director Supremo, Alvear ofreció las Provincias Unidas como protectorado de Inglaterra, y el General dio el portazo. A partir de entonces, con Bernardino Rivadavia en ascenso, empezaron a acusarlo de empleado de Portugal. Ninguna de las versiones era absolutamente arbitraria. Inglaterra primero y los portugueses después, eran aliados ideales en el tablero sanmartiniano, cada uno a su tiempo. Los fines eran nobles, quién lo duda. Pero nadie hará una alianza con nadie (con Bush en los 90 o con Chávez en 2008, por poner ejemplos más actuales) agitando intereses antipatrióticos.
El tiránico. La desconfianza de Simón Bolívar y la anarquía en el país lo llevaron al exilio. Quiso volver en 1829, pero pegó la vuelta al enterarse de que Juan Lavalle había fusilado a Manuel Dorrego, quien había terminado con el experimento porteñista y pro inglés de Rivadavia (una “innoble persona”, según San Martín). Rechazó ofertas de Lavalle: “Sería un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hay algunos, y Lavalle es uno de ellos, a quienes no he fusilado de lástima cuando estaban a mis órdenes en Chile y en Perú. Son muchachos sin juicio, hombres desalmados”.
Odiaba a los diarios de la época. Si con Rivadavia había considerado “espantoso” al Centinela, más revulsivo aún le resultó El Pampero, que lo trataba de cobarde y traidor. Era prensa oficialista.
En ese clima, San Martín propiciaba un “gobierno vigoroso”, la aparición de un “salvador” y algo más tajante aún. Con más anarquía que nunca, el 1º de noviembre de 1831 le escribía a Tomás Guido, su gran amigo de siempre: “¡Libertad! Maldita sea la libertad, ni será el hijo de mi madre el que vaya a gozar de los beneficios que ella proporciona, hasta que no vea establecido un gobierno que los demagogos llamen tirano. (...) El hombre que establezca el orden, sean cuales sean los medios que para ello emplee, es sólo el que mereciera el noble título de libertador”.
Halló a aquel hombre en Juan Manuel de Rosas, mala palabra para el progresismo desde Domingo Faustino Sarmiento a nuestros días. Eslabón ineludible en la línea imaginaria que une a San Martín con Juan Domingo Perón, según la visión de quienes hoy habitan la Casa Rosada.
Néstor Kirchner se cree San Martín.
A Cobos lo caricaturizan como San Martín.
Duhalde quiso ser Bolívar y dejó el poder temiendo acabar como Dorrego.
Hay algo mucho más devaluado que el billete de 5: las enseñanzas de la historia.