Avanzaba la noche en una esquina de la calle Cazón, en plena Horqueta de San Isidro, mientras un vecino escribano alistaba carnes y cordero en un asador y en un horno de barro, despertando apetitos con el humo embriagante. En otra casa elegante, con piscina calefaccionada, con celosos custodios, se vivía otro ambiente gastronómico, menos familiar: llegaba un ministro (Julio De Vido), quien de tantas comidas incrementó sus índices de diabetes, también un ex gobernador cordobés (José Manuel de la Sota), poco afín –hasta ahora– con la administración oficialista. Recibía el anfitrión: Ernesto Gutiérrez, a cargo de Aeropuertos Argentina 2000, reputado por Néstor Kirchner como el “mejor empresario” en su peculiar y transitorio ranking de favoritos, ascenso que implicó el desalojo como número uno de quien antes presidía esa hilera poco confiable para el ex presidente, el petrolero Carlos Bulgheroni.
A los tres convocados parece reunirlos la obra pública, al menos el aeropuerto de Córdoba. De Vido, hoy en rol de canciller militante para el universo doméstico de los Kirchner, emprendía un acercamiento con el cordobés, una de las tantas líneas que ha arrojado al mar esta semana por mandato de Néstor, sea en la política, sindicalismo o empresariado. Misión: búsqueda de apoyos para auxiliar a Cristina en el último tránsito de su mandato. Para De Vido no hay enojos con De la Sota y lo pendiente está olvidado (además, si Néstor le dice que hay que olvidar, él olvida); el cordobés, con la misma piel de hipopótamo, puede argüir que no es lo mismo hablar con De Vido que con Kirchner, no es el mismo enemigo. Excusa poco sutil: nadie ignora que el ministro-recluta es una rigurosa encarnación del lado bueno y el lado malo de Néstor, si es que éste tiene sólo esos dos flancos. Gutiérrez, una celestina, a su vez se remite a unir partes sueltas, alentar eventuales expectativas y UTEs políticas (De la Sota para presidente o vice) o institucionales (mantener la gobernabilidad para que continúen los Kirchner). De negocios pasados, ni hablar: aún lamenta el esfuerzo poco agradecido de los últimos meses, junto a la familia Werthein y la bendición del matrimonio presidencial, que concluyó en la imposibilidad de hacerse cargo de Telecom, empresa que los italianos se niegan a entregar y por la cual se combate en la Justicia entre otros terrenos obvios.
Gordos y Mesa de Enlace
El De Vido todoterreno llevaba una semana proficua en comidas y encuentros: para unir, por ejemplo, a los “gordos” con Hugo Moyano en laCGT, mejorando los salarios de las cúpulas gremiales que provienen de las obras sociales. No es lo único: también ha intentado convencer a empresarios de distintos rubros para que no hagan causa común con la agropecuaria Mesa de Enlace en sus protestas y vuelvan a las alfombras rojas de los despachos oficiales, como en otros tiempos. Para recuperar adhesiones, promete cambios en el Gobierno, asegura que se le plantó a Néstor con los datos de la realidad que Olivos no quiere observar y que le explica lo que el santacruceño se niega a escuchar de otros sobre el rumbo económico. Además, dice que le reclama avales para la conducción de Amado Boudou y hasta se erige como una voz disonante en la planicie oficial. ¿No fui yo quien hizo renunciar a Ricardo Jaime de Transporte? ¿No soy yo quien promovió el alejamiento de Guillermo Moreno, a pesar de que Cristina dijo: “Moreno soy yo”? Y, si no lo puedo sacar, suspira, al menos quizá pueda apartarlo de la Secretaría de Comercio –también de cualquier posible interferencia en el INDEC– para hundirlo en la silenciosa área de Comunicaciones, quizá para disgusto especial del Grupo Clarín (ya jaqueado hoy con el tema de las transmisiones del fútbol, que los Kirchner desean –a través de Julio Grondona– sólo en Canal 7). Guiña el ojo con esta movida, y del que se fue (Jaime) y del que tambalea (Moreno) ni siquiera recuerda que eran funcionarios de su jurisdicción, que presuntamente respondían a sus órdenes. Nadie más apto que De la Sota como interlocutor para comprender que en la política se entra y se sale, se gana y se pierde, los colaboradores o amigos son de ocasión, como en el vanidoso mundo del espectáculo.
Si con dinero ya calmó al gremialismo, De Vido avanza con señuelos semejantes ante las distintas cámaras empresarias (industria, comercio, construcción, bancos, la Bolsa, etc.), hoy menos dispuestas a enredarse en los reclamos del campo, atentos a que ese sector asumió una campaña demasiado agresiva para sus gustos. Ocurre que, además de la grasa oficial para disipar ciertos chirridos empresarios, muchos se afectaron con la ofensa de Biolcati, Llambías, Buzzi y De Angeli, quienes con un discurso sectario, monocolor (empapado de ira por la provocación del Gobierno con el engaño constante) se proclamaron ganadores de la última elección, protagonistas exclusivos del desarrollo argentino, únicos luchadores contra el autoritarismo. Ni siquiera agradecieron, piensan algunos, las manifestaciones comprometedoras y solidarias que a su favor demostró el resto de los empresarios. De ese parcial agravio pasan a otra inquietud: no les parece aleccionador que los dirigentes agropecuarios merodeen el Congreso, espiando diputados y senadores como si fueran la SIDE, para descubrir y denunciar si la muchachada legislativa responde o no a lo que demanda el agro. Lo sospechan exagerado, casi una forma de kirchnerismo al revés, esa existista petulancia argentina que se propaga, enfermiza, concediéndole razón a un conocido refrán: “Sólo la hermosura no se contagia”.
El ministro se postula, sin decirlo, como una alternativa contemporizadora en la obcecación oficial, sufriente miembro de un equipo al que desde las alturas acusan de medroso. Aunque por alguna razón les permiten sobrevivir. En esas diferencias internas, ninguno ignora que el implacable –en su escritorio, claro– Carlos Zanini se despacha a menudo transmitiendo mohines o mensajes de la mandataria (y de El, naturalmente), como la sensación de asco que a este grupo le provocó la conferencia de prensa protagonizada por Aníbal Fernández, Amado Boudou y Débora Giorgi –la misma que en simultáneo irritó al campo, lo que revela la intemperancia e insalubridad que reina en la Argentina–, según la señora mandataria demasiado blanda, casi humillante, frente a la hostilidad de la Mesa de Enlace. No trepida De Vido en ubicarse en ese gremio de mentecatos si a través de esa función consigue aislar los intereses del campo del resto de los empresarios y, luego, con esa demostración quirúrgica, entregarles el agro en bandeja a los famélicos Kirchner. Más que una pelea de métodos entre pingüinos, lo que De Vido encabeza es el premeditado dualismo oficial tan característico de su jefe, quien predica como única salida institucional el transversalismo, la nueva política, el progresismo, el fin de los aparatos y, al mismo tiempo, le cede al intendente Mario Ishii el picaporte de su puerta. Y, si es necesario, la llave de la caja.
A De la Sota le susurró el ministro la inexistencia de rencores, lo mismo que extiende a los empresarios con los que come y digiere, garantizándoles en las reuniones que Néstor no les endosa el epíteto de “traidores” que supo cultivar antes y después de los comicios, y que por supuesto el Gobierno nada tiene que ver con ciertas persecuciones personales que aparecen en la prensa (en la más adicta al Gobierno, claro). Como si Jorge Brito y Héctor Méndez hubieran perdido la memoria, por ejemplo, u otro menos conspicuo titular de una cámara olvidase que por objetar tres veces a la administración cristinista –luego de haber sido un felpudo de ella–, en los últimos meses tuvo ninguneos escandalosos, dos de sus padrillos resultaron heridos una madrugada en un stud (rememorando, modestamente, alegorías de Mario Puzzo) y él mismo padeció una visita impensada de elegantes y fornidos señores, en su casa, en la cual hicieron destrozos, pintaron las paredes, golpearon a su mujer y, como señal de intimidación, no le robaron nada. Si alguien desea el nombre, puede preguntar. Advertencias, como la última del bar Pepino, en San Isidro, hace un sábado, donde una camioneta depositó temprano 100 ejemplares de este medio, PERFIL, para ser repartidos gratuitamente: en esos ejemplares se incluía la declaración ante la Justicia de dos habitués del lugar, implicando al renunciado Ricardo Jaime en el affaire del avión. O sea que el pasado reciente ha sido, en algunos aspectos, una equivocación. O un accidente, diría De Vido. Más de Puzzo y su novelesca.
Fantasías
El raid del ministro implicó, en la semana, entrevistas no sólo con titulares de diversas cámaras. También pasó dos horas con Ignacio de Mendiguren, del dividido elenco de la UIA, quien le manifestó comprensión, voluntad de apoyo y ningún tipo de trato con lo que el Gobierno considera elementos destituyentes (De Mendiguren también se había visto con Eduardo Duhalde en su casa de Lomas, esta vez por seis horas, a quien le renovó su lealtad, la voluntad de apoyo y su comprensión ante cualquier iniciativa que éste decida auspiciar). No importa el interlocutor: el mensaje siempre es el mismo, intrínseca cualidad del “vasco” De Mendiguren, quien –si le preguntan por las dos entrevistas– dictaminará que en estos casos vale tomar en cuenta el tiempo dedicado a ambas, como si él fuera un jefe de Estado. O sea, fue más importante la de Duhalde. Es de suponer que el apellido bonaerense debe haber ocupado parte del diálogo De Vido-De la Sota, finalmente el regresado despierta al menos curiosidad por su activa agenda, mostrándose con artículos en los diarios –duda de aparecer personalmente debido a que las encuestas no precisamente lo favorecen–, tiene comunión diaria con el arrepentido Alberto Fernández, se cruza cálidamente con Daniel Scioli y, a pesar de esta relación recuperada, estimula a Felipe Solá en sus nuevos objetivos: ya éste blanqueó su intención de postularse en 2011 a la gobernación de Buenos Aires, con lo cual la bullente sociedad con Francisco de Narváez pronto entrará en crisis. No son traiciones, es la política. Por otra parte, Duhalde guarda más de un rencor con el Colorado de Narváez –considera que éste lo ignoró, a la hora del reparto, antes de las elecciones, aunque se llevó el 33% de los cargos–, la relación quedó trunca y ni tapándose la nariz acompañará a otro aspirante manifiesto a la gobernación como Aníbal Fernández, en obvia carrera hacia La Plata –seguramente dirá: “Me preparé para ese cargo toda la vida”–, quien se imagina que desde la actual Jefatura de Gabinete pegará el gran salto. Descuenta, claro, el éxito del kirchnerismo en los próximos meses. A Néstor le encanta que los suyos demuestren tan fantasiosa ambición, le hace sentir bien pensar que todavía tiene un futuro.
Se reconoce que de esos movimientos de Duhalde, el que más enojo provoca es su vínculo con Alberto Fernández, ahora un confidente psicoanalítico, como antes lo fue de Néstor. Para él, artífice de los grandes destinos, se abre un mundo: si presume que hizo presidentes a Néstor y a Cristina, debe pensar que esa tarea personal la puede repetir con Duhalde. Tanto en las filas bonaerenses del caudillo como en los despachos de la Rosada, esos encuentros semanales generan disturbios. Más entre los pingüinos como De Vido o Zanini –capaces de olvidar sus rencillas por el odio común al Fernández de Argentinos Juniors– y, especialmente, en el ánimo del matrimonio oficial. Ya no quedan fragancias del ex jefe de Gabinete en esos circuitos, acaban de despedir a Marcela Losardo en Justicia (socia del Alberto y de Alberto Iribarne en un estudio de lobby hasta que Néstor alcanzó la Presidencia) y en vías de telegrama colacionado se encuentra Nicolás Trotta, uno de los pocos imberbes que el kirchnerismo inventó como rama juvenil en su primera etapa. Quien está bien informado sospecha que además de privarlo de contactos en la Casa Rosada, al ubicuo Fernández quizá le espere un recordatorio judicial –ya que sus jueces amigos seguramente también dejarán de ser amigos– por su responsabilidad con funcionarios cuestionados (Picolotti, Capaccioli) y, de paso, surgirá algún aide-mémoire periodístico sobre su paso por el Bapro, en tiempos prósperos cuando colaboraba con Duhalde.
Es notable el amor que provoca en espíritus de todo tipo el nombre del Alberto. Sería inapropiado utilizar el argumento de los años de plomo: por algo será.
Se dobla, no se rompe
Esa imagen airada en tantos y en De Vido en particular, a la hora de nombrar a este Fernández, sin embargo desaparece cuando el ministro se reparte en almuerzos y cenas: reparador, abierto, flexible, en estos encuentros De Vido sabe que si pagó en la CGT (plata, obviamente), a las entidades empresarias también deberá adornarlas. Con zanahorias en el pescante o con cargos, igual que a los políticos (¿o para qué se reúne con De la Sota?).
No sólo se superan las heridas con medicación, desinfectantes y ungüentos, se requieren pociones de estricta prescripción.
A los banqueros, vía Boudou, se les aseguró que “las dos partes ganarán” en la vuelta al crédito voluntario, mientras a los industriales se les prometió asumir el caso de las ART que lleva seis años sin solución y que tal vez puedan revisar la pretensión sindical por impregnar aún más el fuero laboral con sus intereses, designando jueces que son abogados de gremios (aluden, como ejemplo, a Héctor Recalde, el diputado abogado de Moyano que colocó a su hijo al frente de Aerolíneas Argentinas junto a La Cámpora y que ubicaría, tal vez, a su esposa como magistrada, al margen de los valores que ella demuestre). Demasiados premios, en apariencia. Con la prosperidad de estos reclamos, las organizaciones empresarias reconocerán entonces ciertas demandas del agro, pero no harán migas exageradas con la Mesa de Enlace, mantendrán distancia con el terceto de AEA (Clarín, Techint y Arcor) y bien podrían integrarse al complejo administrativo de la ANSES, aún no saben si en calidad de vicarios o cómplices. Es el sueño oficial.
Son en suma, los empresarios, parte del sindicalismo, de los políticos progresistas y de algunos del peronismo disidente en el Congreso quienes, luego de percibir cargos, concesiones y permisos, pueden entender –con la piel tan curtida como De la Sota– que desde cada lugar les corresponde contribuir a que la gestión de Cristina no caiga en desafueros en los próximos dos años y medio que le restan. Aun cuando viaje a Venezuela justo cuando los Estados Unidos están por definir a este país como “narco Estado”. Sólo se trata de olvidar y que los ciudadanos paguen.