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Cuba, ¿morir o morir?

Cuba es otra vez noticia, desde que en febrero de 2010 el preso político Orlando Zapata murió en La Habana como consecuencia de una huelga de hambre en protesta por las condiciones de su detención.

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Cuba es otra vez noticia, desde que en febrero de 2010 el preso político Orlando Zapata murió en La Habana como consecuencia de una huelga de hambre en protesta por las condiciones de su detención. Este “preso de conciencia”, así lo califica Amnistía Internacional, condenado a 35 años de cárcel por desacato, desorden público y desobediencia civil, había decidido llamar la atención mundial sobre la falta de libertades en su país al costo de su propia vida.

Así lo hicieron en 1981 una decena de miembros del Ejército Revolucionario Irlandés (IRA), en uno de los pocos ejemplos de este género de protesta llevado hasta su trágico final. La entonces primer ministro de Gran Bretaña, Margaret Thatcher, los dejó morir con el argumento de que cumplían sentencia por “crímenes comunes” y no merecían el cambio de categoría que reclamaban. Los funerales de Bobby Sands y de sus compañeros conmovieron a Irlanda y repercutieron a escala mundial; de puertas adentro abrieron el camino para que en el mediano plazo el IRA optara por la vía pacífica como forma de lucha.

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Al referirse a estos hechos, el diario La Prensa (Managua) recuerda la reacción de Fidel Castro a favor de los “patriotas irlandeses” y la compara con el destrato a Zapata. Este albañil negro que era un pacífico militante de los derechos humanos y no un guerrillero armado fue calificado de criminal común cooptado por el imperialismo.

Estados Unidos y la Unión Europea no han aceptado esta versión y reclaman, además, por la liberación de 200 presos políticos. Personalidades comprometidas con los derechos humanos –incluidos algunos argentinos– apoyan este reclamo. En cambio, la mayoría de los gobiernos latinoamericanos optó por el silencio (el presidente “Lula” se permitió una comparación descalificadora).

A pesar del empeño de los variados progresismos latinoamericanos por dejar congelada la imagen del régimen cubano cincuenta años atrás, la utopía de aquellos guerrilleros barbudos resiste con dificultad el paso del tiempo. Cuba se precia de garantizar a sus ciudadanos alimentos, educación y salud básicos, lo que no es poco, pero no garantiza el respeto por los derechos humanos, la separación de poderes y la alternancia en el gobierno de las democracias modernas, y no acepta que la iniciativa privada contribuya al bienestar general.

“La Revolución pide cambios a gritos”, afirmó uno de los más conocidos músicos cubanos, Silvio Rodríguez. Sin renunciar a su identificación con el régimen, dijo que se necesitaba ampliar el derecho a criticar y propuso admitir las propias responsabilidades en los actuales problemas de la gente y no adjudicárselas al imperialismo. El popular artista aceptó responder con una carta a las críticas que le hizo su compatriota en el exilio, el analista Carlos Alberto Montaner. Dialogar desde posturas opuestas resulta una experiencia renovadora en un país donde sólo se escucha a los hermanos Castro Ruz. La voz de Raúl se alzó recientemente, en respuesta a las críticas internacionales al trato a los prisioneros políticos: “Este país jamás será doblegado por una vía u otra, antes prefiere desaparecer como lo demostramos en 1962”, dijo. Aludía a la crisis de los misiles soviéticos en Cuba que puso en peligro la seguridad mundial y elevó a la revolución socialista a la categoría de símbolo de la lucha antiimperialista. El tiempo pasó y la revolución fue perdiendo o devorando a sus hombres.

Tanta obstinación, trae a la memoria la frase atribuida al almirante español Cervera: “La vieja España muere, pero no se rinde”, antes de enfrentar en desigual combate a la flota de los Estados Unidos en la guerra de 1898 que concluyó con la tardía independencia de Cuba. Su gobierno le exigía gestos heroicos y la flota debía ir al sacrificio para cubrir el honor nacional. No obstante Cervera maniobró con prudencia a fin de preservar la vida de los tripulantes.

Entre las aspiraciones de gobernantes ya cumplidos y las de la gente de a pie, el sentido común aconseja escuchar los intereses de estos últimos. Y en Cuba, más que heroísmo y muerte, se necesita apostar por una transición en paz que sume a los logros de la revolución socialista los que representan las democracias modernas.


*Historiadora.