La economía cubana creció 12,5% en 2006; es el mayor nivel de crecimiento de América latina y, en términos nominales, superior al récord mundial de China en igual período (12,5% vs. 10,4%). También en 2006, el ingreso por habitante se incrementó en un porcentaje similar (12,5%), debido a que su población experimentó un completo estancamiento en ese lapso. Estas cifras, corroboradas por la CEPAL, indican que la desocupación abierta es el 1,9% de la población económicamente activa.
El crecimiento cubano en 2006 no es una excepción sino quizás una nueva regla. El PBI se expandió 11,8% en 2005 y la CEPAL estima, para este año, un auge de 10% del producto.
No obstante, Raúl Castro, general de Ejército y primer vicepresidente de la República, señaló el 26 de julio, al conmemorarse el 54° aniversario del asalto al Moncada, que el hecho central de Cuba es que ya han pasado “más de 16 años de ‘Período Especial’, del que todavía no se ha salido”.
El ‘Período Especial’ fue la situación de colapso que experimentó Cuba a partir de 1991, al desaparecer el subsidio de 3.000 millones de dólares anuales por la implosión de la Unión Soviética, al tiempo que se perdieron el 90% de los mercados para sus exportaciones, por la súbita desintegración del bloque comunista de Europa Oriental.
Se estima que el PBI cayó 25/30% en los dos primeros años posteriores al colapso soviético; y se mantuvo en una situación de depresión estructural en la siguiente década, con la desaparición de gran parte de las importaciones, sobre todo de bienes de equipo y de capital.
Esta situación se mantiene, a pesar de que en los últimos tres años la economía cubana es una de las de mayor crecimiento del mundo. Así, por ejemplo, la agricultura cayó 11,6% en 2005 y volvió a hundirse 6% en 2006. Es el resultado de tres huracanes en 2005 y de “un problema estructural de productividad”, según la CEPAL.
Esto no se debe al bloqueo, sino a errores propios, señaló Raúl Castro. Agregó que “Cuba no tiene mayor desafío que el combate por la eficiencia de su sistema económico”.
El núcleo de la cuestión cubana, de acuerdo a Raúl Castro, es que “el salario no es suficiente para satisfacer las necesidades básicas (…) dejó de cumplir su papel de asegurar el principio socialista de que cada cual aporte según su capacidad y recibe según su trabajo”. Por eso, “se generalizan en Cuba las manifestaciones de indisciplina social y de tolerancia con actitudes antisociales”.
Esta situación no tiene un carácter anecdótico o coyuntural, según Castro; por eso, “para enfrentar estos problemas se requiere un enfoque integral; se necesita rigor, orden y disciplina sistemáticos”.
Si el problema central del modelo cubano es que el salario no alcanza para satisfacer las necesidades básicas; y esta carencia tiene un carácter estructural, de orden sistémico, “no hay incrementos de los salarios (en términos reales) sin aumento de la producción con mayor eficiencia (productividad)”.
Para esto se requiere “un cambio estructural y de conceptos”; el eje es la búsqueda de la inversión extranjera directa de las empresas transnacionales; por supuesto, “para preservar el papel del Estado y el predominio de la propiedad socialista”.
“La economía cubana se aproxima a un momento de crisis”, según Raúl Castro, porque es importadora neta de alimentos y energía, y ambos sectores tienen precios récord en el mercado mundial. El petróleo que se importa en su totalidad ha multiplicado su precio por tres en los últimos cuatro años; y habrá que destinar 340 millones de dólares en 2008 sólo para importar leche en polvo, tres veces más que lo gastado en 2004.
El récord de precios internacionales en alimentos y energía no se manifiesta en el mercado interno, donde están congelados. La diferencia entre precios internacionales y domésticos es afrontado por el Estado, que por eso tiene un déficit de 3,2% del PBI, financiado con emisión monetaria. Pero el peso del Estado es cada vez mayor; el gasto público ascendió a 63,1% del PBI en 2006 y fue 58,9% en 2005; y ahora está 14 puntos por encima del nivel de 2002.
Fidel Castro no ejerce el poder cotidiano hace diez meses; su alejamiento implica, más allá del diagnóstico sobre la salud de un octogenario, una modificación de fondo en el sistema político vigente en la isla desde hace 48 años.
En este período, el poder no reposó en ninguna estructura institucional; sólo recayó en el carisma personal de Fidel Castro. En este régimen, ninguna institución, ni el partido ni el ejército, tuvieron una existencia independiente de Fidel. Al contrario, fueron sólo “correas de transmisión” de las decisiones del líder carismático.
Ese líder no está más en el ejercicio del poder. Por eso hay un nuevo régimen en Cuba, que ahora, en Camagüey, ha realizado un diagnóstico sobre los problemas estructurales del país, ante todo su bajísimo nivel de productividad; y ha afirmado la necesidad de una visión integral para enfrentarlos. El eje de esta visión es la búsqueda sistemática de la inversión de las empresas transnacionales, por supuesto que “para preservar el papel del Estado y el predominio de la propiedad socialista”.