Tras el éxodo masivo que a comienzos de 1939 inundó la frontera francesa, algunos españoles (se calcula que unos cien mil) lograron regresar y reinsertarse en una vida medianamente normal en su propio país. Otros, superada la penosa etapa de los campos, terminaron instalándose en Francia. Y entre cincuenta mil y trescientos mil optaron por embarcarse rumbo a América Latina, continente donde el único país que implementaría una franca política de puertas abiertas al exilio republicano sería México. Entre la dirigencia argentina (eran los tiempos de la presidencia de Ortiz) primaba la perspectiva esbozada por Ossorio y Gallardo. Por lo tanto, no hubo una política oficial de recepción a los refugiados españoles. No obstante, aunque en cantidades ínfimas, si se compara con lo que fue el exilio republicano en México, y a través de mecanismos informales, hubo un relativamente importante ingreso de refugiados republicanos a Argentina. Se trata de ingresos más bien azarosos, individuales, ligados a las facilidades que podía ofrecer algún amigo o familiar ya instalado. Muchas veces los refugiados entraban al país a través de las zonas fronterizas menos vigiladas o utilizando documentación falsa, comprada en los muy solicitados puestos clandestinos que en París ofrecían este tipo de “servicio”.
En realidad, hubo una actitud ambigua por parte de la dirigencia local: por un lado, cerrada negativa a recibir traslados oficiales de exiliados; por el otro, tolerancia con los ingresos ilegales. Así se fue perfilando lo que algunos investigadores denominan “goteo” de una migración española de nuevo cuño, considerablemente diferente, tanto en sus dimensiones numéricas como en sus motivaciones socioculturales, a la que había atravesado las fronteras argentinas a fines del siglo XIX.
Hubo dos excepciones a la modalidad de los ingresos en pequeña escala. Una fue la política frente a la población vasca, el único exilio (por otra parte, minoritario) que el gobierno argentino aceptó oficialmente. Probablemente en el origen de esta actitud haya estado el peso que las familias de ese origen tenían en la élite política y económica de la época, así como la conocida adhesión de los vascos a la religión católica, un factor que, en comparación con los sectores de la izquierda republicana, tornaba a la población vasca mucho más “confiable” y próxima ante los ojos de los sectores dominantes.
La otra excepción fueron los sesenta intelectuales españoles que, llegados en el buque Massilia, desembarcaron en el puerto de Buenos Aires en medio de la entusiasta campaña a favor de la República que venía impulsando el director del diario Crítica, Natalio Botana.
Como de costumbre, nada resultaba ser tan lineal ni simple. En Argentina, mientras el establishment político mostraba abierta simpatía por el régimen franquista y su declarado anticomunismo, los sectores ligados a la modernización cultural que desde los años veinte venía cambiando la fisonomía del país tomaron partido por los derrotados en la Guerra Civil Española, a quienes asociaban con modernidad cultural y defensa de las libertades democráticas. No sólo Botana (y más allá del controvertido papel que se le adjudica en torno al derrocamiento de Hipólito Yrigoyen en 1930) había puesto la línea editorial de su periódico absolutamente a favor de la Segunda República española, primero, y de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, después. Victoria Ocampo, además de abrir las páginas de la revista Sur a más de un escritor republicano, hizo gestiones personales para facilitar el ingreso de alguno de ellos al país. “Si bien la posición de Sur no fue muy clara cuando el estallido de la Guerra Civil Española, la vinculación de la revista con intelectuales españoles como Guillermo de Torre (cuñado de Jorge Luis Borges), miembro del primer consejo de redacción, hizo que desde sus páginas se compartieran las diversas fases por las que el conflicto atravesó”, describe Dora Schwarzstein en Entre Franco y Perón. En el mismo libro se reconstruye la llamada telefónica que la Ocampo le hizo a Ricardo Baeza, periodista, crítico literario y ex embajador de la República española en Chile, varado en Francia tras la debacle española: “Mire, Baeza, usted véngase a Argentina, que ya le encontraremos aquí muchas cosas. Podrá trabajar en editoriales, eso ya lo veremos”. Efectivamente, Baeza y su familia, que en un principio no habían logrado obtener el visado argentino, pudieron, gracias a los contactos facilitados por Ocampo, instalarse en el país.
Asimismo, mientras la Sociedad Argentina de Escritores se pronunciaba a favor de que Ortiz permitiera la entrada a los intelectuales españoles republicanos que así lo requirieran, sectores del partido radical y del Partido Socialista fustigaban la política de “puertas cerradas” del oficialismo.
Desde el sector editorial el gran protagonista fue Gonzalo Losada, editor español que había viajado a Argentina para trabajar en la sucursal local de Espasa-Calpe, poco tiempo antes de que estallara la guerra. Losada siguió los acontecimientos que ocurrían en su país desde Buenos Aires, cada vez más preocupado por el cariz que iba tomando el conflicto. Y cada vez más a disgusto con los criterios de la empresa en la que trabajaba, la cual, a su juicio, hacia el fin de la guerra ya había empezado a modificar excesivamente su catálogo en función de los criterios y la censura franquistas.
Por eso, en 1938, el inquieto editor decidió desplegar alas, renunciar a su empleo y emprender un proyecto profesional propio. Junto a Attilio Rossi y Guillermo de Torre, fundó Editorial Losada, firma que llegó a ser conocida como “la editorial de los exiliados”, todo un símbolo de la resistencia cultural republicana.
Convertida en un intenso espacio de intercambio entre intelectuales argentinos y españoles, Editorial Losada publicó la obra poética de la Generación del 27 (Federico García Lorca, León Felipe, Rafael Alberti), además de una larga serie de autores prohibidos en España. Otras dos editoriales que nacieron al calor de un exilio español estrechamente vinculado al mundo de las letras fueron Sudamericana y Emecé.
*Periodista. Fragmento del libro Todo lo que necesitás saber sobre la Guerra Civil Española, editorial Paidós.