En los libros de Aira aparece siempre la palabra “verosímil”. No creo que sea una casualidad pero sí es una clave, una indicación de lectura, ignoro adónde apunta. Tal vez se trate de una cábala, de una broma o de la explicación por la cual el protagonista de El testamento del Mago Tenor se tome el 132 en pleno Punjab. Es uno de los misterios de Aira, un escritor sin misterios (salvo el de la asombrosa originalidad que su escritura despliega sin hiatos).
Como voy poco a Buenos Aires, la producción reciente de Aira me desborda. No pude conseguir Actos de caridad, con el que la editorial Urania celebró su septuagésimo aniversario. Ni tampoco El ilustre mago, una miniatura de la Biblioteca Nacional. Sí compré, de la misma editorial pero en la colección Jorge Alvarez que dirige Jorge Alvarez (esta administración no es muy pudorosa en materia de homenajes ni de nombramientos), Tres historias pringlenses, cuya particularidad más evidente es que se trata de cuatro historias, como Los tres mosqueteros.
También tuve en mis manos la reedición aumentada de Un episodio en la vida del pintor viajero, uno de los libros consensuales de Aira (“el que más se ha difundido y traducido en todo el mundo”) que Blatt y Ríos publicó en tapa dura, con ilustraciones de Johann Moritz Rugendas y un estudio (aburridísimo) de Lucile Magnin, quien no se ocupa de lo verosímil sino de lo verdadero que hay en el viaje del pintor Rugendas a la Argentina del cual trata la novela. No lo compré porque me resultó caro: cuesta 470 pesos (no sé cuánto vale la subedición numerada y firmada por el autor), en las antípodas de las ediciones normales de Blatt y Ríos. Pero no intento aquí protestar contra el precio sino destacar que hacer aparecer una edición de lujo en medio de los libritos de batalla de la editorial es un gesto típicamente aireano y, de hecho, se relaciona tanto con sus tres títulos sobre magos como con una de las historias pringlenses, la de la gallina que pone huevos de oro entre los huevos ordinarios de sus congéneres. Vale la pena mencionar que las historias de Pringles, aunque no terminan con la fecha como suele ocurrir con las narraciones de Aira, son un buen indicio para ver por dónde andan sus obsesiones presentes. La economía es una de ellas: el valor de las cosas, la posibilidad de fabricar valor desde la nada, la magia o la literatura misma. Pero también la autobiografía, cada vez más presente en una obra cuyo último capítulo hasta el momento se llama Margarita (un recuerdo), acaso la historia de amor adolescente más recatada de la literatura universal. Por otra parte, Aira se va poniendo cada vez más proustiano, adjetivo que aparece con cierta ironía en los cuentos de Pringles. Pero en El testamento del Mago Tenor –publicado antes pero terminado después de Margarita– se lee: “Sabía por intuición que un escritor que trabajaba a partir de su vocación sin exigencias de mercado se inclinaba inevitablemente a lo autobiográfico”. De ello hay un ejemplo magnífico en A brick wall, el primero de los Relatos reunidos, otro Aira 2013 en el que se cuenta el nacimiento de su cinefilia, el paso previo para “dejar de ser público para ser élite ilustrada”, pero también para “cambiar sin haber cambiado”. Aira es el Proust de las pampas, no hay duda.