El 17 de junio, en su blog, Paul Krugman imagina un diálogo entre dos personajes, Halcón Germano y Americano Feo. Halcón dice: “Debemos cortar los déficits inmediatamente, porque nos toca lidiar con la carga fiscal de una población que envejece”. Americano contesta que no tiene sentido. “Aun si logras ahorrar 80 mil millones de euros (lo que no harás, porque los recortes en el presupuesto dañarán tu economía y reducirán ingresos), el servicio de la deuda suprimida sería menor a un décimo de un punto porcentual de tu PBI. De modo que la ‘austeridad’ que persigues amenazará la recuperación y no servirá para mejorar la posición de tu presupuesto a largo plazo.” Halcón responde que no quiere discutir los números, lo que importa es la reacción del mercado. Su interlocutor pregunta: “¿Cómo sabes cómo reaccionará el mercado?” Halcón contesta: “Simplemente, no entiendes la situación”. (Fin del diálogo).
La conversación resulta un anticipo parcial de las declaraciones de Angela Merkel al Wall Street Journal, en una entrevista que tuvo lugar el jueves pasado en Berlín. Después de rechazar el consejo de Barack Obama para que Alemania contribuyera a la recuperación de la economía global estimulando la demanda interna y dependiendo menos de sus exportaciones, Angela Merkel deslizó que “la teoría económica imperante sobre el estímulo, según la cuál el gasto fiscal deficitario promueve el crecimiento, no es aplicable a Alemania”. Recalcó que la acumulación de déficits fiscales será contraproducente, debido a la inquietud de sus nacionales por el envejecimiento de la población. El temor a que el estado de bienestar se quede sin fondos más adelante lleva a la gente a ahorrar como precaución –agregó–, pero si se reduce el déficit, entonces el ciudadano está dispuesto a gastar más.
Sea como fuere, Halcón Germano y su contendor podrían zanjar el debate trunco remitiéndose a los hechos, aun corriendo el riesgo de que después Germano haga suyo un principio de su connacional Hegel: “Si los hechos están en contra de mis ideas, allá ellos”. Cuando en mayo empezó a hablarse del rescate a la atribulada Grecia, la renuencia alemana provocó una considerable caída en los mercados de valores. Finalmente, se acordó el auxilio y el monto que estaría disponible multiplica unas diez veces la cifra barajada inicialmente: serán ahora 750 mil millones de euros.
La decisión –trabajosamente unánime– y el inesperado monto lograron un respiro inmediato. Ese día el índice de acciones norteamericanas S&P 500 subió el 4,4%. Los halcones acababan de ser derrotados; la “manada de lobos” husmeó el cambio y se posicionó: las bolsas se dispararon.
Los días que siguieron ratificaron que el diablo está en los detalles. Faltan reglas, instrumentos y modos concretos para que el fondo esté a la mano si se lo necesita. Funciona sí, hasta ahora, el blindaje a Grecia –con una pequeña parte de la gran suma– por vía de compras de los bonos griegos por el Banco Central Europeo. A veces, basta el anuncio del compromiso para que el objetivo se cumpla. La tasa española en el mercado, por momentos en rangos superiores a la griega, indica que el mercado no da por sentado que a una escala bastante mayor se cumpla el mismo protocolo. Thomas Mayer, economista jefe del Deutsche Bank en Londres, opina que la reducción del déficit por sí sola no resuelve el problema de la deuda griega, que resultará insostenible a la larga. El Deutsche debió desmentir una versión del Daily Telegraph sobre apuestas a la baja del banco en bonos de España y Portugal. David Cameron felicitó a Rodríguez Zapatero por el plan de ajuste; de sobrepique, éste le recomendó hacer lo propio en casa “cuanto antes”.
En ese contexto, los mercados revirtieron rápidamente el ímpetu inicial y predominaron los días de saldo negativo. El jueves, vía cables de Frankfurt, trascendió un borrador del documento que firmarán los presidentes y jefes de gobierno del G20 este fin de semana, en su reunión de Toronto. Se dice allí que las dificultades fiscales de muchos países “podrían amenazar seriamente la recuperación”. Jean Claude Trichet, presidente del Banco Central Europeo, declara también el jueves que “la idea de que las medidas de austeridad pueden generar estancamiento es incorrecta”. Antes, dos de los candidatos a sucederlo –Axel Weber y Mario Draghi– se habían despachado en el mismo sentido. El ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, escribe en el Financial Times que “los gobiernos no deberían caer en la adicción del endeudamiento como solución fácil para estimular la demanda”. El mismo día, el Ibex (índice de la bolsa española) sufre una baja superior al 3%.
La concesión del premio Nobel a Krugman no ha impresionado en los mercados, donde sus opiniones se oyen sin mayor atención. Lo contrario pasa con las de su colega Nouriel Roubini, admirado por sus acertadas predicciones sobre la crisis. Es probable que el legendario George Soros sea más popular aún. Sin embargo, Roubini coincide en buena medida con Krugman sobre el peligro de deflación y el riesgo por el retiro temprano de los estímulos.
En Viena, el 8 de junio, en el Instituto de Finanzas Internacionales, Soros recogió algo que en su momento dijo Mervyn King, director del Banco de Inglaterra: las autoridades tienen que hacer en el corto plazo lo opuesto a lo que es necesario en el largo plazo. Tienen que bombear mucho crédito para cubrir el faltante, y por ello reforzar (ahora) el exceso de crédito y endeudamiento que han sido la causa primaria de la crisis. Sólo en el largo plazo, cuando la crisis se supere, cabe reducir el crédito y reestablecer el equilibrio macroeconómico. Esto que Soros dijo fue una “brillante explicación” es, por lo tanto, también una oportuna respuesta –apoyada además por el comportamiento que estamos viendo en los mercados– a los que sin mayor análisis, claman que “un incendio no puede apagarse echando nafta”.
Parecería ser muy difícil evitar que sufran muchas personas en muchos lugares del mundo. En último análisis, los mercados más que ideológicos son pragmáticos y miran sobre todo la sustentabilidad de las economías. Los halcones, si retrocedieron un paso, fue para tomar impulso y saltar. Gobiernos de distinto signo político, sea por convicción, intereses que prevalecen o errores de cálculo, se disponen a tomar el camino equivocado. Para terminar, digamos que desafortunadamente, de un modo u otro, sufrimiento habrá, pero debería ser el menor posible y recaer sobre los mejor preparados para soportarlo.