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De aquellas “Felices Pascuas” a esta semana trágica

En abril de 1987, la democracia mostró su primera flaqueza. Después, ganó la amnesia. ¿Fuentealba será parte del pasado de un mañana donde otros cuestionarán la “pesada herencia”?

Edizunino
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Perón. Isabel. Triple A. Montoneros y ERP. Dictadura demencial. Desaparecidos. Juicio y castigo. Malvinas. Semana Santa... Abril de 2007 nos encontró dominados por las efemérides.
Siempre peleando como gatos panza arriba para tratar de exorcizar la penúltima tragedia. Siempre guiados por una verdad oficial que promete refundarlo todo, esta vez para toda la vida.
Democracia por 100 años, consenso, concesiones. Primer mundo, reconciliación, éxito, impunidad. Viveza criolla, decencia idiota, falsa. Justicia amiga del otro. Morosidad judicial. Venganza. De luto siempre. Desgarrados. Mansamente violentos. Violentamente desconcertados al pie del cajón de la última víctima, a la espera de que alguien pague el costo político.
Así andamos. Como barriendo, tarde. Como cangrejeando.
Hace ya 20 años exactos, un domingo de 1987 igualito a hoy –salvo por lo masivo y prometedor–, Raúl Ricardo Alfonsín avisaba que “la casa está en orden” y que “Felices Pascuas”. La democracia mostraba en ese anuncio su primera flaqueza ante un partido militar en retirada, aunque con fuerzas suficientes para pintarse la cara e imponer condiciones.
Nadie habrá olvidado –¿o sí?– lo que vino después, los próximos renuncios, los cercos financieros y sindicales, las demás promesas, los siguientes fracasos. El final anticipado de Alfonsín.
Ganó la amnesia. Una amnesia glamorosa, convenientemente dolarizada. Confesión de amnésicos: no mucho más tarde, en el 2000, uno de los jefes de aquel levantamiento carapintada, el teniente coronel Aldo Rico, llegó a ser ministro de Seguridad de un gobierno peronista en el siempre descontrolado territorio bonaerense. Tampoco anduvo, claro.

¿Semana Santa? Hay que decirlo: la Argentina andaba necesitando alguien que revalorizara un poquito la memoria. Kirchner lo hizo..., de sobra. Sólo que tan en blanco y negro, y tan en provecho propio, que el grueso de los habitantes debería haber estado en coma 4 durante dos décadas para convencerse de que el problema básico de la Argentina radica en “el pasado” y nada más que en “el pasado”, como si se tratara de un sujeto maligno, todopoderoso e impersonal.
En palabras del historiador Natalio Botana: “El empeño para superar las dicotomías que nos enterraron durante décadas en el pantano de la violencia, parece barrido del escenario por un ventarrón prepotente. Podríamos añadir: prepotente e hipócrita, porque sabemos que la fábrica del pasado, para uso y abuso de los gobernantes, no obedece a la lógica de la verdad sino a la lógica del poder”.
El asesinato del docente Carlos Fuentealba (en el contexto de un conflicto gremial que excede a Neuquén: seis semanas de paro en Salta; escuelas copadas por la Gendarmería en la propia provincia del Presidente; medidas de fuerza en La Rioja y Jujuy) debería dejar en claro que el gran drama nacional se basa en una suma de malos diseños del futuro. La quiebra y dispersión del sistema educativo argentino describe por sí sola el panorama.
También hay que decirlo: fue Kirchner (junto a su ministro-candidato, Daniel Filmus) quien prendió la mecha de la explosión en cadena que marca esta Semana Santa. Lo hizo al anunciar un aumento generalizado a nivel nacional para los maestros, que, aparte de las protestas sindicales, arrancó provocando la renuncia del ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires, Gerardo Otero, porque “las cuentas no cierran”.
Hasta anoche –especulando con que el gobernador neuquino, Jorge Sobisch, siguiera haciendo méritos para incinerarse en su gris soledad–, el Presidente permanecía en El Calafate, silencioso.
Las muertes no sirven para nada, pero pueden ayudar a despabilar algunas ideas. O a corregir algunos rumbos. Si eso no sucede, Carlos Fuentealba (como tantos otros antes) habrá sido condenado, además, a formar parte del pasado de un mañana donde ya llegarán otros a cuestionar la “pesada herencia recibida”. Y vuelta a empezar, en nombre del paradigma más oportuno y convocante.

Todos ponen. Mientras tanto, la conmoción generada por el crimen de Fuentealba puso a la mayoría de la dirigencia política a hacer cálculos sobre cómo lograr que el enemigo pague la cuenta. De hecho, el asesinato del profesor se metió de lleno en la campaña electoral porteña:

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  • Mauricio Macri dio por terminada su hasta hace poco “alianza estratégica” con el neuquino Jorge Sobisch. 
  •  Daniel Filmus tuvo que soportar la incomodidad periodística, haciendo malabares para separar lo ocurrido en Neuquén de lo que sucede en Santa Cruz. “No puedo tener la realidad de todos los distritos en la cabeza”, dijo. 
  •  Jorge Telerman y Enrique Olivera decidieron no anunciar ayer su alianza, para evitar hacer campaña en medio del duelo y, de paso, dejar que Filmus y Macri se oscurezcan en aclaraciones.

De aquella Semana Santa a ésta, vamos por el octavo presidente. Unos por exceso de poder, otros por defecto o por falta de sensatez o de tiempo, todos trataron de inaugurar su propia era mirando para atrás. Vivimos el resultado.