“¿Es Siria la Serbia de 1914?” Así titula Martin Legros su artículo en el número 94 de noviembre de 2015 de la revista Philosophie. Haciendo eco de las advertencias de los peligrosos riesgos de una posible escalada de la tensión ruso-turca en el norte de Siria a raíz del inicio de los bombardeos aéreos de Rusia contra el llamado Estado Islámico (Daesh), en septiembre pasado, Legros toma el argumento del historiador británico Christopher Clark en su libro Sonámbulos. Cómo Europa fue a la guerra en 2014 (2010) acerca del mecanismo “multipolar y auténticamente interactivo” que llevó a las potencias en julio de 2014 a involucrarse, casi sin darse cuenta, en una guerra mundial. “En Siria –escribe Legros– son actualmente ocho potencias con intereses divergentes que intervienen directamente o indirectamente [en el conflicto]. ¿Acaso miden el riesgo de una escalada que implica esta situación?”
El 24 de noviembre de 2015, un avión de combate F16 de la Fuerza Aérea turca derribó un avión ruso Su24 que realizaba operaciones militares contra Daesh y por unos breves minutos había entrado en el espacio aéreo turco. Conviene acordar que en 2012 los militares sirios derribaron un avión caza P4 Phantom turco y en su momento el presidente Recep Tayyip Erdogan había argumentado que unos breves minutos de violación del espacio aéreo no podían ser una excusa para un ataque. Esta vez, sin embargo, Erdogan insistió en brindar pruebas contundentes de varias advertencias a los pilotos rusos que fueron tajantemente negadas por el copiloto rescatado del avión derribado.
¿Ha sido el derribo del avión ruso un riesgo calculado de parte de Turquía con un mensaje claro tanto a Rusia como a sus aliados de la OTAN de su disgusto por los primeros indicios muy frágiles del avance de las conversaciones en Viena para concordar acerca de una mesa de negociaciones a partir de enero para la resolución del conflicto en Siria, así como de un posible acercamiento ruso-estadounidense para coordinar las operaciones militares contra Daesh?
Si por un lado la obvia defensa del régimen de Bashar al-Assad por parte de Rusia desafía la intransigencia turca con respecto a la exigencia de un derrocamiento del régimen o, por lo menos, el alejamiento de Bashar del poder, por el otro a Ankara no le preocupa menos el apoyo directo de Estados Unidos a los Peshmergas kurdos para liberar una ciudad en Irak ocupada por Daesh.
“Ni Bashar, ni los kurdos; de Daesh y demás islamistas hablamos después”, parece ser el determinante de la postura turca con respecto al conflicto sirio.
El riesgo calculado de Turquía confía en (o chantajea con…) la importancia de su pertenencia a la OTAN. De hecho, y como era de esperar, la solidaridad de la Alianza Atlántica no tardó, desde la “comprensión” de Obama a la postura turca hasta llamadas públicas de militares influyentes como James Stavridis a reforzar más que nunca los lazos con Turquía para hacerle frente a Rusia.
Pero tampoco se ha de descartar que este supuesto riesgo calculado de Turquía pudiera también ser uno de estos eventos cuya sumatoria desencadenaría ya no una guerra de subsidiarios (proxy) sino un enfrentamiento directo entre Rusia y la OTAN, es decir una (tercera) guerra mundial. En estos casos, el telón de fondo de una historia de choque de imperios entre los otomanos y los Romanov desde el siglo XVIII hasta prácticamente el fin de la Primera Guerra Mundial sirve indiscutiblemente a la vez como referencia y como advertencia.
Así, la conquista de Constantinopla en 1453 por el sultán Mohammad al-Fatih terminó con el cristianismo oriental; desde entonces, el Imperio Zarista quiso ser la Tercera Roma e incluyó en su proyección de poder hacia el Mediterráneo la reconquista de la antigua capital bizantina y la restauración de la iglesia Santa Sofía, convertida a una mezquita. Pero recién en 1774 vendrá la primera derrota turca de las manos de los rusos con la destrucción de la flota otomana en el Mar Negro y la expulsión de los turcos de Crimea. En el siglo XIX, los ejércitos del zar y del sultán se enfrentaron en dos oportunidades: 1854-1856 en Crimea y 1877-1878 en el frente caucásico. La intención rusa siempre ha sido llegar al Mediterráneo y su argumento fue la defensa de los cristianos. Cuando en 1914 los otomanos entraron en guerra al lado de los alemanes y se enfrentaron con los rusos por tercera vez, su aspiración era proyectarse hacia Asia Central para edificar un imperio panturco. Comparada con los siglos anteriores, con el kemalismo en Turquía y el comunismo en la Unión Soviética, la frontera ruso-turca permaneció estable en el siglo XX desde el período de entreguerras, durante la Guerra Fría y aun después de 1991, pese a las guerras y la persistente tensión en el Cáucaso. Más aún, poco antes de las revueltas árabes, Moscú y Ankara habían empezado un importante acercamiento acordando en torno de ambiciosos proyectos de desarrollo económico.
¿Es Siria, entonces, un punto de inflexión que marca el regreso de la historia?
Por cierto la historia no sugiere necesariamente fatalismo en los asuntos internacionales. De hecho, desde el 24 de noviembre esfuerzos para distender la situación no faltan. La racionalidad del riesgo calculado supone la conciencia del desastre que significaría la escalada de la tensión hacia el intercambio nuclear. Pero si consideramos que, según varios analistas turcos señalaron, la movida turca vino en defensa de la población turkmena fuerte de 90 mil personas entre el noreste de Latakía y Alepo señalando la vigencia de la solidaridad panturca; y si consideramos la bendición que la Iglesia Ortodoxa le dio a la intervención militar rusa que caracterizó “una batalla sagrada”, la historia podría también dejar de ser una advertencia para, fatalmente, transformarse en nostalgia.
*PhD en Estudios Internacionales de University of Miami. Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés.