La vida sigue dando sorpresas, pero el peronismo ya no. Que Amado Boudou, “un joven frívolo y petulante por lo que se ve; sin antecedentes académicos ni profesionales dignos de mención por lo que se sabe; sin siquiera militancia anterior en cualquiera de las versiones del peronismo” (Perfil del 8/4/12), deviniese un día presidente de la República era la ominosa circunstancia que los problemas de salud de Cristina Fernández hicieron realidad. Hace casi dos años, apunté en mi libro La encrucijada argentina (Planeta): “Cualquiera se espeluzna ante la posibilidad de que este individuo, acusado de corrupción y enriquecimiento ilícito desde que asumió la vicepresidencia, resulte llamado a dirigir el país”.
El peronismo vivía entonces la euforia del 54% de los votos obtenidos en las presidenciales y Boudou acababa de instalarse primero en la línea de sucesión. “La designación de un personaje como Boudou para acompañar a Cristina Fernández no tiene pues más explicación que el caudillismo que no tolera competencia; que el desprecio del peronismo por cualquier regla o respeto institucional, así se trate del debido a sus propios partidarios. El nombramiento de Boudou tampoco fue cuestionado por el lote de oportunistas ‘de izquierda’ que adhiere a la versión actual del peronismo. Y se entiende: un peronista no discute la decisión del Líder porque es peronista; un oportunista, porque el oportunismo tiene esas contrariedades” (Perfil, 8/4/12).
A veces la autorreferencia es inevitable, aunque en este caso el mérito es mínimo: cualquiera que tenga en cuenta los antecedentes del peronismo se habría alarmado. De hecho, lo hicieron distintas voces. En 1973, Juan Perón obligó a renunciar a la fórmula presidencial Cámpora-Solano Lima, 45 días después de asumir. La acefalía no fue cubierta por quien seguía en el orden sucesorio, el presidente del Senado, Alejandro Díaz Bialet –alejado del país en un misterioso viaje–, sino por el titular de Diputados, Raúl Lastiri, yerno de José López Rega, el secretario privado de Perón. Lastiri fungió como presidente, mientras el poder real pasaba por la residencia privada de Perón en Vicente López, donde vivían su esposa, María Estela “Isabel” Martínez, y el propio López Rega. Lastiri se limitó a convocar las elecciones del 23 de septiembre de ese año, que ganó Perón acompañado por su esposa. Durante la gestión de Lastiri fue creada la Triple A. A la muerte de Perón, en julio de 1974, asumió Isabel Martínez, un personaje que en términos de antecedentes y calificaciones políticas fue el Boudou de la época. Lastiri había empezado a limpiar el país de izquierdistas; Isabel prosiguió la tarea y se encargó además de sincerar la economía: en 1975, su ministro Celestino Rodrigo dispuso un ajuste y una devaluación. La inflación llegó a tres dígitos anuales y los precios nominales subieron 183% al finalizar 1975, con el consiguiente desabastecimiento de alimentos, combustibles y otros insumos.
De ayer a hoy. El recordatorio sólo vale para subrayar la inescrupulosidad peronista, porque hoy las cosas son a la vez iguales y muy distintas. Iguales en el desparpajo institucional. Iguales porque, entonces, la crisis del petróleo sacudía al mundo; ahora es la financiera y el desempleo. Iguales porque la factura energética, la corrupción y el desbocado manejo agravaban el déficit fiscal; la incontrolable inflación-emisión y un tipo de cambio artificialmente bajo carcomían las reservas internacionales, entre otros graves problemas.
Distintas, entre otras muchas cosas, como el agravamiento actual de la pobreza, la inseguridad, el trabajo en negro y la trata, porque Cristina Fernández no es Isabel, quien tenía el aire de no ver la hora de que terminara su mandato. En cambio, Cristina se ve prócer, sucesora natural de Perón. Su Evita es Néstor Kirchner: El. Tanto se ve así, que hasta hace muy poco intentaba modificar la Constitución para aspirar a un tercer mandato. Ahora, su problema de salud le acaece en vísperas de unas elecciones legislativas de sombrío pronóstico, no ya para sus posibilidades de perpetuarse sino para los dos años que le quedan en el Gobierno. Capacitada o no físicamente, tendrá que afrontar una situación política y económica muy similar a la que obligó a Isabel a autorizar el Rodrigazo. Algo así como si Perón, en lugar de morir, hubiese enfermado.
Antes de su enfermedad, el único horizonte de Fernández era una derrota más o menos seria en las legislativas de octubre. Luego, pasar dos años en condiciones de debilidad política, tratando en lo esencial de evitar un nuevo Rodrigazo. Algo así como trabajar para salvar la ropa, dejándole el entuerto al sucesor. Factible, si se lo mira bien; Argentina es un país rico.
Pero en su actual estado de “Perón enfermo”, Fernández puede evaluar la conveniencia de una renuncia o licencia por enfermedad, antes o después de las legislativas. Sus problemas de salud son reales y variados, y así como ahora se subraya que no le impiden ejercer el mando, mañana podría subrayarse razonablemente que sí lo hacen. Ocurre que llegar a 2015 sin acudir a la devaluación y el ajuste podría revelarse una tarea imposible. La situación social se agrava, y la violencia política, sindical y callejera peronista –entre otras; todo hay que decirlo– ya viene dando signos de tornar a instalarse en el país. En este marco, su salud es para la Presidenta una incuestionable carta en la manga. También para el peronismo, donde los “aprietes” a líderes debilitados y las renuncias melodramáticas son frecuentes.
En cuanto al “presidente” Boudou, tanto puede salir de escena mañana o pasado con cualquier excusa y procedimiento, como permanecer hasta 2015; un pelele en el aire de la convulsa política nacional. Igual que Isabel. No tendría siquiera que buscar un Celestino Rodrigo: es economista, de formación y procedencia liberal.
Estamos en Argentina. En la dimensión peronista, donde todo es posible.
*Periodista y escritor.