Existe una expectativa positiva frente a esta nueva etapa. Después del proceso electoral, y de muchos años de crispación y conflicto, iniciamos un tiempo que esperamos de diálogo y cooperación, para construir una nueva cultura de convivencia que derrame respeto y fraternidad como la mayoría de los argentinos reclama y espera.
¿Significa esto el fin de la disputa política o el aniquilamiento del debate de ideas? Claramente, no.
Es importante dejar andar al nuevo gobierno, que con sus propias definiciones irá dándonos la oportunidad de fijar las nuestras. Lo que debe evitarse es la anticipación prejuiciosa y descalificatoria. La estrategia del miedo fue eficaz. Pero no es bueno sostener en la negativa la mirada sobre lo que viene. Habrá tiempo para marcar diferencias, tomar distancias cuando corresponda en situaciones particulares.
El progresismo parece hoy representar electoralmente un espacio reducido. Pero es potente para incidir en la agenda de prioridades.
La deuda más importante del gobierno que termina son los 12 millones de personas pobres que muestran la traición de la gestión a tanta proclama discursiva. Argentina debe discutir un proyecto de país y el cambio de la situación de los sectores más desfavorecidos que no pueden, éticamente, esperar el derrame de los poderosos del kirchnerismo,
esa nueva burguesía empresarial: contratistas del Estado, obras públicas con sobreprecios, el juego, la especulación e incluso el crimen organizado, peligrosa y extendida red de cooptación de jóvenes con poder territorial, logístico y económico. La grieta institucional y un Estado de derecho resquebrajado permitieron que se colaran la delincuencia compleja y la corrupción pública, política y privada.
¿Tendrá el próximo gobierno la capacidad, la fortaleza y la voluntad para corregir esta situación? ¿Hasta dónde la política en su conjunto es capaz de reconstituir un vínculo virtuoso de instituciones creíbles, eficaces y transparentes, con representantes en los que prime el sentido humano y ético?
Hay que atar la agenda social e institucional. Porque en Argentina la corrupción ha tenido costos humanos irreparables. Necesitamos diálogo sin exclusiones y política de prevención para disminuir las condiciones que facilitan o promueven las malas prácticas.
El nuevo presidente debe expresar su voluntad de cambio en serio, no sólo en el estilo (que también es importante) sino en el contenido. Y no sólo como simples espectadores del funcionamiento de una Justicia
a la que sin necesidad se proclama independiente, sino a través de una cooperación efectiva. La investigación de los ilícitos del pasado y la lucha contra la impunidad son un compromiso fundamental, debiéndose garantizar funcionarios independientes y organismos autónomos en las áreas de control.
Estamos frente a un gran desafío; a la expectativa se responde con compromiso: la igualdad como horizonte y la decencia como práctica.
*Ex candidata presidencial de Progresistas.