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Defensor de los Lectores

De la radio de Hitler a la dictadura de las redes

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Volksempfänger. “Radio del Pueblo”. Creación de Goebbels para imponer el discurso único. | AFP

En estos días, la plataforma Netflix puso en su programación un documental que tiene ya diez años de antigüedad: Inside Job (mal traducido aquí como Trabajo Confidencial) y cuyo contenido (una denuncia concreta contra quienes motivaron el crack de 2008 que derivó en miles de norteamericanos viviendo en las calles, despojados de sus casas y bienes, carentes de trabajo y sobreviviendo a una crisis que motivaron los poderosos del mundo financiero. Es interesante verla, porque facilita entender el porqué del ascenso de un psicópata como Donald Trump a la presidencia y, lo que es peor, el crecimiento de una gran parte de la ciudadanía desencantada y dispuesta a todo, incluso a quebrar el orden institucional del país.

Esta introducción se vincula con mi columna del pasado domingo, en la que explicaba cómo la influencia de la prensa norteamericana ha decaído hasta niveles muy bajos y ya no importa tanto en los pasillos del poder como en los viejos tiempos. Esto no se entiende sin ponerlo en contexto: la sociedad manifestó su desencanto, también, por un periodismo que no vio o no quiso ver las motivaciones profundas de ese cambio de humor social que generó el ascenso al poder de Trump y sus cómplices. Es una lección que cabe para los estadounidenses como para cualquier otro país, incluyendo la Argentina: el malestar ante malas decisiones, o decisiones solo buenas para unos pocos, ya no responde a lo que los medios pueden motorizar o influir sino a otros mecanismos, incluyendo aquellos que tienen su herramienta en el mundo digital. Esto lo han aprendido muy bien los pichones de dictadores y los dictadores mismos, que se recrean casi cotidianamente contratando ejércitos de trolls para inundar las redes con informaciones falsas o tendenciosas, generar descontento y llevar a la sociedad al límite de su aguante. No por nada provocó tanto revuelo que las principales marcas de redes sociales hayan censurado al propio Trump luego de años de servirle de soporte a su crecimiento hasta la cima del poder. Las redes son, hoy, más influyentes que los medios tradicionales. Ocupan un espacio nuevo y maravilloso, libre hasta estos tiempos en los que las empresas que las desarrollan comienzan a aplicar restricciones a esa libertad. Son recursos de comunicación fascinantes y peligrosos, que reeditan exitosas creaciones del pasado.

Para ejemplificar, la memoria lleva a la Alemania nazi. Joseph Goebbels, tan condenable como talentoso armador de los mecanismos de comunicación de Hitler, no descubrió la radio sino que la potenció para que el discurso del régimen –discursos, consignas– llegara a cada casa. Con una feroz censura sobre los medios gráficos, Goebbels ordenó a la empresa Seibt el diseño y producción de los Volksempfänger (en alemán , literalmente, “receptor del pueblo”). Otto Griessing se encargó del desarrollo de los aparatos, que solo habilitaban la escucha de emisoras alemanas. Cien mil fueron producidos en 1933, un millón en los siguientes cinco años y varios millones más hasta 1945. De tal manera, cada palabra de Hitler llegaría con claridad a cada hogar del país, influenciando sin dudas a la ciudadanía y orientándola en una misma dirección: la del líder.

En su última declaración ante el Tribunal de Nüremberg, el arquitecto preferido de Hitler, Albert Speer (ministro de Armamentos y Guerra) dijo: “(La dictadura de Hitler) fue la primera [...] que aprovechó completamente todos los medios técnicos para la dominación de su propio país. Mediante aparatos como la radio, ochenta millones de personas fueron privadas del pensamiento independiente. De ese modo fue posible sujetarlos a la voluntad de un hombre”.

​Sugiero a los lectores de PERFIL que registren estos datos para no caer en interpretaciones superficiales, simplonas, al analizar la realidad de este mundo cambiante.