COLUMNISTAS
Textos vigentes

De las teorías a las políticas reales

Tres textos de enorme vigencia de Mora y Araujo. Dos, publicados en PERFIL y un fragmento del libro El poder de la conversación.

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Intelectual. Con un claro compromiso: formular ideas en tiempo presente, siempre con fundamentación. | Cedoc Perfil
La sociedad cambia más rápido que la política*
La sociedad cambia más rápidamente que la política. Por eso, la política suele parecer atrasando, a destiempo, con escasa sintonía. El fenómeno es universal. Y no es algo nuevo, pero parece ir acentuándose. El desajuste entre la sociedad y la política es uno de los dramas de los dirigentes políticos. La sociedad que recibe a un gobierno, la que lo ungió a través del voto, no es la misma que ese gobierno deja al cabo de su mandato, aunque a menudo no lo advierta. La Argentina que dejó Menem después de diez años no era la que lo votó y acompañó durante los primeros años de su gestión. La Argentina de hoy no es la de Néstor Kirchner, o la de la Cristina, que asumió hace ocho años. Ni el discurso de la Presidenta ni el de la mayor parte de los políticos parecen registrarlo. Los cambios más relevantes no siempre son evidentes; a menudo son imperceptibles para la mirada de la mayoría. Alexis de Tocqueville lo describió así hace casi dos siglos: “A veces, aunque ningún cambio resulte visible desde afuera, ocurre que el tiempo, las circunstancias y el trabajo solitario del pensamiento de cada hombre poco a poco terminan desgastando alguna creencia (…) La mayoría ya no cree más en aquello en lo que creía, pero parece que aún creyese, y ese fantasma vacío de la opinión pública es suficiente para enfriar a los innovadores y mantenerlos en silencio”. Esos cambios tienen lugar tanto en el plano de la cultura –valores, expectativas– como en el de la estructura sociodemográfica. La cultura está despojando al ámbito público de los elementos ideológicos que fueron durante largo tiempo el armazón dentro del cual funcionaba. El discurso de las consignas ideológicas, la militancia, los ideales que adoptan un tono místico, ya casi no conmueven a nadie. Pero la política todavía está impregnada de esas cosas. Sólo para quienes ven el mundo desde el prisma de la política, un grupo como Tupac Amaru, en Jujuy, puede no resultar anacrónico. La policía baleando a manifestantes que protestan, como sucedió en Tucumán el domingo, hoy no es un exceso sino una monstruosidad. Tildar a alguien porque es de “derecha” o de “izquierda” sólo ocurre en los ámbitos de la política, y aun en ellos pocos son los que lo toman en serio; esas categorías han dejado de tener significado para la inmensa mayoría de los votantes. Los cambios sociodemográficos son posiblemente más relevantes aún. Desde la crisis de 2001, una nueva generación se ha incorporado al cuerpo político de la sociedad. Si nacieron en una villa, es posible que sigan viviendo allí, pero eso es por la ausencia de un mercado de vivienda, que es esencial en los procesos de movilidad social. Por lo demás, sus expectativas han cambiado. Muchos de esos niños de hace quince años hoy son jóvenes adultos que tienen visiones y experiencias de la vida distintas de las de sus mayores. Algunos son “ni-ni” y tal vez sea cierto que viven entre la droga y el delito. Otros fueron a la escuela, terminaron el secundario y hoy tienen trabajos formales; ellos no ven el mundo como sus padres ni como los dirigentes de sus barrios. Podemos sospechar que el creciente fracaso electoral de algunos barones del Conurbano se explica ante todo por esos cambios sociales. Nuestros candidatos presidenciales parecen, todos ellos, emergentes de una sociedad que está cambiando. A su lado, a los candidatos que provienen de la cultura de los viejos hábitos políticos se los ve quedándose atrás. Pero lo que estamos viendo tal vez sólo sea el comienzo de un cambio de mayor profundidad. Hay una agenda de la vieja política, que la Presidenta y muchos opositores tienen en común y que no sintoniza con la mayoría. Hay otra agenda de los políticos de nueva hechura, que tiende a exasperar a los políticos formateados a la antigua. Y hay una agenda del argentino común, del votante medio, que todavía no alcanzamos a descifrar adecuadamente.

Publicado el 4 de diciembre de 2016.*


Comunicación del Gobierno**
La comunicación del gobierno es un tema de debate. Muchos colocan allí su disgusto con la situación actual. ¿Apostó el Gobierno demasiado a la comunicación en las redes o en el timbreo? Una conclusión es que, sea lo que sea lo que haya hecho el macrismo en ese plano, hasta ahora funcionó bien: ganó la elección presidencial, sigue manteniendo una buena tasa de aprobación en la opinión pública y está logrando que la sociedad sostenga expectativas optimistas a pesar del prolongado mal presente. La fascinación con el “poder” de la comunicación es tan antigua como la realidad de la comunicación: es el conducto a través del cual las comunidades humanas construyen su identidad y crean una estructura social. Muchos fenómenos de liderazgo político en la historia han sido asociados a la presencia de un comunicador eficiente. Un caso a menudo mencionado es el de Goebbels. Con frecuencia se atribuye a Goebbels un papel decisivo en el éxito de Hitler; pero también hay quienes han relativizado su influencia y su capacidad todopoderosa como artífice de la maquinaria propagandística nazi. Durante el siglo XIX, y aun más en el siglo XX, la influencia de la comunicación estuvo asociada a la aparición y el impresionante desarrollo de la prensa escrita –hecho posible por una sucesión casi continua de avances técnicos, y simultáneamente por el desarrollo de la profesión del periodismo y de la industria que lo sostuvo– y a la invención de la publicidad. Periódicamente aparecen teorías que ofrecen una fundamentación articulada de la idea de que la comunicación todo lo puede, y correlativamente la idea de que gobernar es comunicar y casi nada más que comunicar (sobreentendiéndose que comunicar es ejercer poder a través de la emisión de mensajes, o sea, es un proceso asimétrico donde alguno puede producir los hechos que desea y que van moldeando la realidad). Así, se piensa a veces que la prensa, o la televisión, o ahora internet, o los estrategas hiperdotados, despojan a los seres humanos de la capacidad de pensar por sí mismos. Lo que implica, obviamente, que en algún tiempo antes pensaban en mayor medida por sí mismos –aun cuando la inmensa mayoría fuesen analfabetos–. Lo cierto es que los seres humanos siempre pensaron lo que pudieron pensar, siempre bajo algunas influencias, siempre con su propia capacidad de formar opiniones y siempre –antes y ahora– condicionados por la información de la que disponen y por las opiniones prevalecientes en el ambiente en el que viven. Las ideas deterministas que relegan el lugar de la comunicación al de la “superestructura”–algo así como un ornamento superficial en procesos cuyas causas son más sólidas– dejaron lugar a una ola creciente de interés por la comunicación que se expandió durante el siglo XX. A veces, el péndulo se movió hacia el otro lado, en desmedro de la comprensión de factores reales que siguen operando. En la Argentina, donde también las ideas deterministas cayeron en desuso, muchos recurren a la omnipotencia comunicacional para explicar por qué ocurren tantas cosas que no les gustan –como el kirchnerismo durante los últimos doce años, el peronismo antes o el “macrismo” ahora–. No hay un enfoque único de comunicación estratégica para cada circunstancia. Es casi imposible que lo haya. Hay, por cierto, enfoques más adecuados en cada momento. La comunicación no fue la misma a partir de la aparición del diario cotidiano, ni a partir de la aparición de la radio, ni de la TV, ni de internet, ni de las redes interactivas. Pero el elemento esencial, insustituible y universal sigue siendo el mismo de siempre: el propósito último es que la gente hable de uno, estar en la boca de los interlocutores en las conversaciones cotidianas. Descubrir cuál es la manera más conducente para lograr ese propósito sigue siendo la clave de una buena comunicación, y eso es un arte, esto es, exige mucha creatividad y flexibilidad, no la aplicación de recetas.

Publicado el 30 de agosto de 2015. **


Los fundamentos de las opiniones ***
En la mente hay imágenes. Nueva información puede cambiar una imagen; la imagen puede crearse sobre la base de noticias, percepciones, rumores o primeras impresiones, o puede existir previamente y ser insensible a una nueva información. Las imágenes no son verdaderas ni falsas, simplemente son. Nadie está en posición de establecer cuáles imágenes son más correctas o se ajustan mejor a algún atributo “objetivo” de los hechos reales. La circulación de imágenes en el espacio social es un diálogo permanente entre quienes forman parte de él. Esos flujos no siguen caminos para aproximarse a la verdad; tan sólo expresan visiones de las cosas, comunican propuestas de respuestas a los hechos problemáticos, transmiten sentimientos y gustos, reflejan expectativas y demandas, conforman vínculos sociales. Sin duda, hay algunos temas sobre los cuales, para poder opinar, la gente necesita alguna información. Aun así, cuando el tema se hace público, muchos opinan sin disponer de información. Hay otros temas para los cuales no es necesaria mayor información. En muchas situaciones, los individuos opinamos sin mayores fundamentos informativos. Existen mecanismos mediante los cuales las personas desarrollan una opinión propia sin información sostenible: se basan en la opinión de otros, siguen una corriente que asegura algunos elementos de pertenencia y evita el aislamiento social, utilizan un instrumento práctico sustitutivo de la información. Aunque a menudo las opiniones de la gente parecen erráticas o infundadas, generalmente no lo son. Las opiniones de las personas tienden a ser estables, pero hay dos aspectos que generan la apariencia de inestabilidad: la variabilidad estadística a cortísimo plazo y el cambio sustantivo de opinión que a veces ocurre, generado por algún factor que los demás no conocemos y que nos lleva a juzgar a quien cambió de opinión como una persona inestable. Todos tendemos a cambiar de opinión con fundamentos; ahora, no todo el mundo fundamenta sus opiniones de la misma manera: no todo el mundo toma en cuenta la misma información, no todos disponemos de la misma cantidad y calidad de información en nuestra mente, no todos atribuimos la misma importancia a la misma información u opinión que nos llega de afuera. Que los fundamentos de las opiniones puedan ser distintos en distintas personas no quiere decir que algunas opiniones carezcan de fundamentos. Por otro lado, no todos utilizamos siempre los mismos instrumentos cognitivos para formar o seleccionar opiniones. Independientemente del nivel en el que se ubiquen los juicios que en cada circunstancia formula un individuo, es posible diferenciar distintos tipos de lógica que subyacen a ellos. Me interesa el esquema de tipos de creencias propuesto por Dandridge, basándose en una tipología elaborada por Boulding. Ese enfoque sugiere que no todas las opiniones son conmensurables y, por lo tanto, no todo diálogo en el espacio social es fructífero y ni siquiera es siempre viable. Dandridge diferencia cuatro tipos de creencias, sostenidas en cuatro tipos de lógicas: 1. Pensamiento dogmático: las creencias son incuestionables: sólo una conclusión es posible. 2. Pensamiento abierto: es una disposición mental que reconoce la posibilidad de creencias distintas. Alguien puede mantener creencias rígidamente, pero reconoce que otros pueden no hacerlo; se mantiene una fe, pero se reconoce que puede haber otras, o ninguna. Con frecuencia este tipo de pensamiento se sostiene en una autoridad que imparte la creencia correcta. 3. Pensamiento racional argumentativo: es una disposición mental que sólo admite creer en lo que puede ser probado, demostrado o argumentado. Es propia del discurso deductivo. 4. Pensamiento simbólico: consiste en símbolos que inspiran esperanza o nuevos objetivos. Boulding considera este tipo de pensamiento simbólico un estadio superior al pensamiento dogmático, porque no es excluyente y permite una proyección simbólica constructiva. Creencias como los “ideales” o la “fe” no son racionales en el sentido de 3, ni tampoco dogmáticas en el sentido de 1; son más bien imaginativas. Es posible que el ser humano, cuando ha abandonado el pensamiento del tipo 1, necesite el del tipo 4. casi todos actuamos en muchas situaciones de la vida como si fuésemos creyentes de muchas cosas, aunque no las creamos del todo. “La gente elige creer; y al hacerlo las personas se permiten a sí mismas ser influidas por símbolos; pueden ser inspiradas por ellos y hasta gobernadas por ellos”.

Fragmento de El poder de la conversación.***