Está bien: ya no hay teatro. Hay sucedáneos y otras cosas y el teatro mutará, como siempre. Pero mientras tanto los artistas independientes de esta rama que necesita del convivio vemos aniquilada nuestra fuente de trabajo. No es verdad que los teatros y los sets vayan a ser lo último en reabrir en la nueva normalidad, pero tampoco es mentira. Nadie lo sabe, nadie lo dice. Es probable que los shoppings masivos o las canchas abran antes que las salas pequeñas, donde el peligro es menor.
Los teatristas independientes nos encontramos armando –sin que ninguna autoridad nos lo haya pedido– un protocolo de sanidad con el cual poder volver al trabajo cuerpo a cuerpo en las salas, ya sea dando clases (el teatro vive en gran medida de esa forma de docencia) o haciendo funciones en espacios pequeños. Se trata de garantizar que la actividad vuelva a ser posible, al menos cuando se rehabiliten los shoppings o los mercados de frutas. La novísima agrupación PIT (Profesores Independientes de Teatro) une fuerzas para diseñar un sistema seguro de contacto mínimo con el cual salvar a quienes vivimos de este asunto. Esta semana he hablado con Matías Feldman y Maruja Bustamante, quienes –entre otros– llevan adelante la iniciativa. ¿Ir al teatro será riesgoso? Quizás. Pero, como bromea Feldman, tirarse en ala delta también lo es y sin embargo nadie lo ha prohibido. El riesgo será –tarde o temprano– a gusto del consumidor.
La cuestión más inquietante de este protocolo de barbijos transparentes y cuadrantes personales en los escenarios de trabajo (como en otras áreas de la producción) es que va dirigido a no sabemos quién: ¿una suerte de autoridad sanitaria bondadosa que se apiade de nuestra miseria? Ante esta autoridad es que tenemos que expresar con todas las letras que no hay teatro si no es presencial. Todo lo otro se llama de otra manera y no sirve para lo mismo.
Al mismo tiempo que nos encontramos bien conscientes de lo aparentemente inútil de nuestro quehacer, la realidad nos contradice. Y es nuestra mejor aliada. Nunca antes en la historia la gente ha estado tan profundamente necesitada de ficción. No es solo el encierro; es también el hecho de tener –por primera vez– tiempo. ¿Qué desea hacer la gente con su tiempo? ¿Y si trabajar sin pausa para producir la plusvalía que se lleva otro no fuera tan necesario como nos han hecho creer? Hoy las películas, obras filmadas, conciertos por celular o los audios animados de Gente Rota ocupan nuestro centro y han salvado a más de uno del suicidio. Incluso cuando la tal ficción es –por ejemplo– sobre el suicidio y cuando la gente rota está rotísima. Ya que es mucho mejor ver una película de terror que sentirse en una de verdad. O digámoslo de manera más profunda y más cierta, para que las autoridades que leerán el protocolo nos entiendan: sin ficción no hay alteridad. Sin alteridad, solo hay alienación.