Me fascina el flequillo del señor Trump. Realmente me maravilla, lo miro y ya no puedo dejar de pensar en él. Otras cosas, virtudes diría, también me resultan atractivas, pero no tanto como su flequillo. Me intriga, además, porque no acierto a adivinar cómo hace para mantenerlo siempre peinadito a la que me importa, plumoso, sedoso creo, por lo menos por lo que veo, y neblinoso, como flotante ingrávido y casi como si estuviera hecho de nube. Y eso que lo veo inclinar la cabeza y hasta sacudirla levemente, no mucho y con segura elegancia. Qué bien, pero qué bien qué bien.
Creo que los pelos en la cabeza de los caballeros –y míster Trump seguro que lo es– son muy reveladores de su naturaleza, de su educación, de sus gustos, de su carácter y de sus inclinaciones, y hasta me arriesgaría a decir de sus proyectos para el futuro. Y yo que soy una persona de edad, suelo recordar los peinados rígidos y aplastaditos que las niñas y jovencitas de entonces solíamos admirar. Pavadas, estimado señor, le aseguro, pavadas de la niñez y de la temprana juventud, vea. Por suerte una sigue viviendo y aprendiendo y se da cuenta de que hay cosas más importantes que el peinado. Ay, no, no me obligue a hacer un inventario, querida señora, porque tendríamos que andar haciendo equilibrio al borde del abismo para no pisar terrenos ajenos.
Y ya que estábamos con lo del peinado, este asunto de los pelos suele ser más que importante, por algo algunos monjes de lejanas religiones se afeitan prolijamente la cabeza. Caramba, piensa una, que es ante todo maliciosa, caramba, será tal vez que el pecado se sienta en la punta de los pelos. De nuevo caramba, porque en la cabeza de los señores y de los jóvenes hay muchos pero muchos, muchísimos pelos, lo cual quiere decir que lucen muchos muchísimos pecados. Me parece un tema interesantísimo para ser estudiado.
Le prometo que me pongo hoy mismo a buscar y rebuscar en la bibliografía existente –si es que la hay. A ver si logramos meternos en los vericuetos de los rulos, las preciosas cabelleras, las barbas, los bigotes, en fin, usted me comprende, espero que sí. Supongo que no seremos pioneras pero si tal vez adelantadas en lo que a pelos se refiere. Tenga listo el peine, por favor, ay, no, disculpe, la birome quise decir. Tampoco. La compu, la tablet, el instrumento que quiera o pueda y piérdase en la maraña de los bucles.