Cuántas confusiones, discusiones, enemistades e incluso guerras han sido provocadas por un malentendido! Lo triste, irónicamente triste o tristemente irónico, es que a menudo las personas que así discuten, se enemistan y hasta se matan, no lo hacen defendiendo razones opuestas, porque en realidad cada uno habla de una cosa diferente. Tomemos, para no correr riesgos, un ejemplo inofensivo, un caso en el que la sangre, es de esperar, difícilmente llegue al río.
A propósito de mi nota Las trampas de la etimología, publicada el 14 de marzo, en la que expliqué que el argumento etimológico no sirve para rechazar el matrimonio entre personas del mismo sexo (no sirve para rechazar el uso de ninguna palabra), recibí, en el foro de los lectores y por correo electrónico, algunos comentarios que, en lugar de refutar mi exposición, se limitaban a atacar el matrimonio homosexual. Las personas que los escribieron intuyeron que yo estaba a favor, lo cual es cierto, pero ese no era el tema de la nota y el título no podía ser más claro. Hasta podría haberse entendido como un servicio para los que están en contra, para avisarles que, si quieren oponerse, deben buscar argumentos en otro lado.
Digamos, de paso, que el argumento del diccionario, que algunos utilizan, tampoco sirve. Los autores de los diccionarios no inventan los significados de las palabras, sino que recogen el uso de la comunidad hablante. El Diccionario de la Real Academia Española define el matrimonio como unión de varón y mujer, pero la última edición es de 2001, anterior a la modificación de la ley de matrimonio española. En una próxima edición, la Academia incorporará la nueva acepción, como ya han hecho para sus respectivas lenguas las academias gallega, catalana y valenciana, pero, si no lo hiciera, eso no significaría que la acepción no existe, sino que la Academia no la recogió. Los diccionarios se actualizan constantemente, pero siempre llevan cierto atraso porque, al contrario de lo que muchos creen, las lenguas no se modifican por decreto y los lexicógrafos deben esperar a que un uso esté asentado entre los hablantes para incorporarlo.
Los espacios, para comentarios que muchos medios digitales ofrecen, son muy ilustrativos sobre la manera como lee la gente. Se entablan a veces discusiones, supuestas refutaciones de las notas o de los comentarios, cuando ni esas notas ni esos comentarios han dicho lo que el que los refuta cree haber leído. Los redactores y editores deberían leer atentamente esos foros y tomar esos casos como advertencia, para esmerarse en la redacción y ofrecer textos claros y unívocos.
Tampoco se puede pretender que un diario se lea como un tratado de Filosofía. Los diarios traen cada vez más material y nadie puede leer todo. Pero si el material está, a uno le gusta echar un vistazo. Por eso, es necesario que pueda entenderse con facilidad. Y no siempre la “culpa” del malentendido la tiene el lector. El lector sabe dónde detenerse y dónde pasar rápido. En estos últimos casos, suele conformarse con la lectura del título y algún copete. Pero ocurre que, a veces, el título y el copete se contradicen, o los dos están en contradicción con el cuerpo de la nota. Y a veces, el texto está en contradicción consigo mismo, incluso en datos supuestamente objetivos, como una fecha o una indicación geográfica.
Hace unos días, pudo leerse un título que decía que en la Argentina había aumentado la corrupción. En realidad, se trataba del índice de percepción de la corrupción que elabora Transparencia Internacional, pero mucha gente se quedó con el título y de allí sacó sus conclusiones. Posiblemente “percepción de la corrupción”, algo subjetivo, además de ser muy cacofónico (cosa que no suele preocupar demasiado a los que escriben en los diarios), no cupiera en el espacio disponible, pero si lo que uno quiere decir no entra en el espacio, hay que cambiar el título, no cambiar los hechos de los que se informa.
Algunos editores de medios digitales han desarrollado la lamentable idea de que, como sus materiales se renuevan constantemente, no vale la pena que los vean los correctores. Por lo mismo, tampoco consideran necesario editarlos, así que ni los editan ellos ni los pasan a los que, aunque esa no es su función, en muchos casos, cuando pueden ver el material, tienen que actuar como verdaderos editores. En vista de los resultados, uno se pregunta si lo hacen por pura torpeza o la intención real es confundir al lector.
*Profesora en Letras y periodista
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