Bin Laden era malo, malísimo, el más malo de los malos, la quintaesencia de la maldad. Pero los ojos, y el hecho es cierto, los tenía buenos. La idea generalizada de que encarnaba al mismo demonio, sin dudas, prosperó, y con buenas razones; pero su mirada siempre plácida y más bien serena no dejaba de plantearle problemas al consenso de su figuración como el Satán de nuestra era. Esos ojos tan buenos en ese hombre tan malo estorbaban la percepción del mal en su mayor plenitud y pureza. Los ojos buenos de Bin Laden eran toda una molestia para la iconografía del miedo (mejor para eso los ojos fríos y duros de Saddam Hussein, los ojos chiquitos y un poco erráticos de Muamar Kadafi, los ojos mulatos del indómito Chávez).
De todas las cosas que se van diciendo por estos días, en versiones siempre inciertas y a menudo contradictorias, retengo una, elijo una: que a Osama bin Laden lo mataron acertándole un tiro en el ojo. No sabemos bien qué pasó esa noche en Abbottabad, y puede que no lo sepamos nunca. A cambio, tenemos relatos tan diversos como incesantes. Y la muerte por el tiro en el ojo destaca entre todos ellos con el destello incomparable de una posible verdad. Se dicen muchas cosas: que usó a su esposa como escudo humano (pero tenía más de una, ¿entonces a cuál eligió? Y la elegida, ¿cómo se sintió: la más querida o la menos?); que el presidente Obama siguió todo lo que pasaba con “cara de piedra” (¡lo mal que se habrá sentido el Premio Nobel de la Paz asistiendo a esta cruenta acción de guerra!); que el nombre en clave de Bin Laden en el curso de esta operación era Gerónimo (¿lo vieron indio y lo liquidaron? ¿O lo hicieron indio para poder liquidarlo?); que uno de los helicópteros atacantes fue abatido o no arrancó o se estrelló contra una pared (¿para copiar, inconscientemente desde luego, a los aviones del 11/9?); que la hija de doce años de Bin Laden presenció el asesinato de su padre (el malo no merece piedad, según parece; pero, ¿y la hija?).
De todo eso, puesto a elegir, yo me quedo con el ojo. Sobre todo, a partir de la declaración que ha hecho Jim Carney, el vocero presidencial de los Estados Unidos, que ante la revelación ciertamente crucial de que Bin Laden no estaba armado, especificó a la prensa: “No es necesario estar armado para oponer resistencia” (versión Clarín), “La resistencia no necesita armas” (versión La Nación), “La resistencia ante un ataque no requiere de un arma” (versión Página/12). ¿Qué significa resistirse, cuando no se tienen armas, frente a un comando militar que entra a tiros en una casa? Mi conjetura es que la mirada dulce del abominado Bin Laden resultó insoportable para los intrépidos que iban por él. La lucecita roja del láser se habrá posado en su pupila acaso durante algún segundo. Acto seguido se lo reventaron, al igual que al resto de ese sector de la cabeza. Tal vez para suprimir el otro ojo, el ojo que quedaba, y que en caso de mantenerse abierto seguiría, aun desde la muerte, mirando con su engañosa bondad, fue que decidieron deshacerse del cuerpo entero y prontito. El mar tuvo a bien recibirlo; el cielo, no lo sabemos.
Reinaldo Laddaga compuso hace unos años un collage por demás revelador, que combinaba a John Rockefeller, a Walt Disney y a Bin Laden. Laddaga contó sus vidas y siguió sus rutas en un montaje de gran inteligencia, bajo el título de Tres vidas secretas. La línea del dinero era una de las que permitían recorrer el libro de punta a punta. Porque también esto otro resultaba perturbador en relación con Bin Laden: que siendo multimillonario, accedió a vivir como un pobre. El desconcierto de los organismos de Inteligencia era también un desconcierto ideológico, y no sólo un desconcierto operativo: Bin Laden no usaba Internet, ni teléfono celular, ni tarjeta de crédito, ni nada; vivió por años en carpas precarias casi a la intemperie y su casa final era amplia, pero también muy recatada. La ruta del consumo, que es la ruta obligada de nuestra época, no llevaba hasta Bin Laden. Por eso transcurrieron diez años y no conseguían ubicarlo: estaba en alguna parte, es decir en cualquiera, es decir en ninguna, es decir en todas partes; un poco al igual que ahora, que forma parte del mar. ¿Será cierto que la punta del ovillo que a la larga llevó hasta su guarida la obtuvieron en la base de Guantánamo, con empleo surtido de vejaciones truculentas? Si fue así, ¡menos mal que encontraron a Bin Laden! Porque Obama prometió cerrar el centro de torturas de Guantánamo, y lo hará seguramente apenas tenga tiempo.