Solo seis presidentes de Estados Unidos viajaron a la Argentina durante el ejercicio de su mandato: Franklin D. Roosevelt (1936), Dwight D. Eisenhower (1960), George H. W. Bush (1990), William “Bill” Clinton (1997), George W. Bush (hijo) (2005) y Barack Obama (2016). De no mediar ningún imprevisto, Donald Trump sería el séptimo, cuando llegue el 30 de noviembre de 2018 a la Cumbre del G20 en Buenos Aires. Cada una de estas visitas respondió a objetivos estratégicos, generó demandas y expectativas particulares en la Argentina, incidió en la relación bilateral y a la vez provocó manifestaciones populares, a favor y en contra.
En los estudios sobre la política exterior argentina suele prestarse poca o nula atención a los factores internos que condicionan la política exterior y al movimiento social que puede surgir alrededor de las medidas y/o posiciones adoptadas por los gobiernos.
En este libro, entonces, se aborda el contexto de la relación bilateral en el momento de cada visita, los objetivos de los respectivos gobiernos y las reacciones que suscitaron en la Argentina, tanto a favor como en contra de la profundización del vínculo con Washington. La llegada de cada líder estadounidense generó una singular respuesta social, estudiada en función de determinar los condicionantes internos del vínculo con Estados Unidos.
Desde la consolidación del Estado nacional, hacia 1880, la historia de la relación entre Argentina y Estados Unidos está jalonada por episodios conflictivos, que son la manifestación de tensiones más profundas. Exceptuando períodos particulares (presidencias de Guido, Onganía, Menem, De la Rúa y Macri), en general en la relación entre Buenos Aires y Washington tendieron a primar las disrupciones por sobre las convergencias. La mayor parte de las veces, la distancia frente a Estados Unidos no se vinculaba a políticas autonomistas, nacionalistas, ni mucho menos antiimperialistas, sino más bien con una alianza (subordinada) entre las clases dirigentes locales y distintas potencias extracontinentales. Claro que hubo excepciones, en circunstancias históricas acotadas, durante ciertos momentos de los gobiernos de Yrigoyen, Perón o los Kirchner, por ejemplo. En este sentido, es preciso preguntarse: ¿predominaron estas diferencias bilaterales por sobre los acuerdos? ¿En todos los gobiernos? ¿Eran percibidas por igual por las clases populares y las clases dominantes? ¿Cómo varió el vínculo a lo largo de la historia y cómo fue analizado en cada período? ¿Por qué si la burguesía argentina se veía hace poco más de un siglo como rival –o competidora en pequeña escala– de Estados Unidos, en las últimas décadas abandonó toda pretensión de autonomía frente a Washington? ¿Se diluyó esa búsqueda de alternativas? ¿Qué sectores pugnaron por un mayor entendimiento y cuáles por mantener la distancia?
Para intentar contestar estos interrogantes, se examinan las coyunturas especiales en las que se concretaron las estratégicas visitas presidenciales, con foco en cómo se condensaron en esos momentos las fuerzas centrífugas y centrípetas que incidían (e inciden) en el nexo entre Argentina y Estados Unidos. Cada una de ellas resultó determinante, ya que allí se discutieron las alternativas del vínculo bilateral, se plantearon los intereses y reclamos sectoriales de cada país, se negociaron y firmaron acuerdos y declaraciones, y se expresaron, por distintas vías, los posicionamientos internos en torno a la conexión con la primera potencia mundial.
La visita de Bush Jr. a Mar del Plata, en noviembre de 2005, es quizás la más recordada por los argentinos. En el marco de la IV Cumbre de las Américas, la marcha y los actos de repudio superaron todas las expectativas. En esa oportunidad debía haberse celebrado la aprobación del ALCA, que según lo acordado anteriormente tendría que haber entrado en vigencia el 1° de enero de 2005. Sin embargo, Mar del Plata se transformó en la tumba de ese proyecto impulsado por Estados Unidos para consolidar su hegemonía económica. Hubo una inmensa movilización en las calles de la ciudad balnearia. El mandatario estadounidense era especialmente resistido por haber invadido Irak, en 2003, con información falsa sobre armas de destrucción masiva y sin el aval de las Naciones Unidas. En todo el continente, además, venía resistiéndose contra el ALCA. En Mar del Plata, en forma paralela al evento oficial, se desarrolló una nutrida Cumbre de los Pueblos, un acto en el estadio mundialista y una movilización callejera que convocó a decenas de miles de personas en las inmediaciones de la sede donde se reunían los mandatarios.
La llegada de Trump a la Casa Blanca, en enero de 2017, supuso un desafío para Macri, quien había apostado por la elección de Hillary Clinton, imaginando que así mantendría el vínculo estrecho que había construido con su antecesor. Tras la sorpresiva elección del magnate neoyorquino, la cancillería realizó intensas gestiones para lograr que el presidente argentino fuera invitado a Washington. El 27 de abril del año pasado visitó a su ex “casi socio” en los negocios inmobiliarios, en lo que fue el vigésimo tercer encuentro bilateral entre los presidentes de Estados Unidos y Argentina en sus respectivos países, desde la pionera visita de Roosevelt en 1936.
En esa reunión en el Salón Oval, el flamante mandatario republicano se comprometió a venir a la Argentina en 2018, para asistir a la Cumbre Presidencial del G20. Será la primera vez que Trump, como presidente, viaje a América Latina, tras haber cancelado a último momento su participación en la Cumbre de las Américas que se celebró en Lima el 13 y 14 de abril de este año. La duda es si esa visita se parecerá a la de Obama, o más bien a la de Bush Jr., dado el fuerte rechazo internacional que concita el mandatario estadounidense y la creciente tensión económica, política y social que enfrenta Macri.
*Profesor en Historia, UBA. Autor de Mr. President, Editorial Octubre (Fragmento).