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Defensor de los Lectores

Debates que valen la pena

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A cuatro días del cambio de gobierno, parece ir achicándose la llamada grieta, que desde hace años viene carcomiendo amistades, contaminando relaciones, causando insalvables diferencias cuando la intención es polemizar sobre hechos o ideas. En ese marco, el periodismo también está metido hasta los tuétanos, mal que nos pese a quienes ejercemos este oficio. Más de una vez, esta columna se ocupó del paulatino ensanchamiento entre márgenes de un mismo río, engañosa y perversa división que sólo sirvió para degradar la buena, seria, independiente conducta profesional y su reemplazo por la militancia seudoperiodística.

Así las cosas, lo que se va percibiendo es un mayor acercamiento entre pares que hasta ahora parecían irreconciliables. Los periodistas que estaban siempre a punto de tirarse notebooks o micrófonos por la cabeza para saldar discusiones sin final, han comenzado a reencontrarse y a ir dejando de lado chicanas y jugueteos, juegos de artificio, frases y consignas vacías de contenido, afirmaciones sin sustento o con sustento no argumentativo. Esto –excluyendo personajes recalcitrantes– se está viendo en los medios, particularmente en la televisión, y también en la reaparición de encuentros de intelectuales que vuelven a poner la polémica, la discusión, en términos que nunca debieron quedar de lado.
 
Ayer, haciendo uso de su ácido humor, lo reflejaba en su columna para PERFIL el escritor Martín Kohan, con el título “Un mundo feliz”. Escribió, Kohan, acerca de una reunión familiar a la que definió como “la primera desde el final de la grieta”. Evocaba, casi con resignada nostalgia, aquellas tenidas de no hace tanto cuando “se armaban unas discusiones bárbaras”. Y ejemplificaba: “Las empanadas y los argumentos se enarbolaban y se sacudían por igual; en la mesa había que apartar el bombón suizo para hacerles lugar a las ideologías respectivas. Miento si digo que las voces no se alzaban: que la función social del Estado, que la corrupción y la indecencia, que la presión tributaria y la evasión, que la política cambiaria y los exportadores, que la inaguantable prepotencia del poder, que el pueblo, que la república. Y no faltaba el que traía a cuento el tema de la dominación de clase, queriendo hacer rotar el eje”.
 
A continuación, Kohan parece sufrir este nuevo tiempo sin debate a cachetazos (de palabra, aclaremos), tal vez entristecido porque ya no parece haber temas fuertes para la discusión, con lo que ha bajado el interés y cierto estado de aburrimiento lleva a cerrar las reuniones más temprano tras tocar cuestiones banales.

Esta realidad se está trasladando –el tiempo dirá si para bien o no– al plano periodístico y a ese otro mundo de irrealidades más o menos divertidas que son las redes sociales. En estos casos, quedan remanentes de polemistas virulentos que van aflojando, poco a poco, sus otrora afirmaciones rotundas y sin retorno, muchas veces agraviantes.
Es bienvenida, enriquecedora la buena polémica, que no es patrimonio de la última década. Las discusiones de tono subido, agrio o irónico, han regalado a la historia nacional debates parlamentarios y periodísticos históricos, muchas veces personales y muchas más con ideas opuestas argumentadas con solidez, fundamentos, recursos teóricos, cifras claras e incontrovertibles.
 
A veces, el debate es tan rico que mueve la Historia y la lleva por terrenos no explorados hasta cambiar conductas y culturas. “El 3 de julio de 1549, el Consejo de Indias de España, a instancias del rey Carlos V, mandaba detener la conquista de América. Las denuncias de un fraile, Bartolomé de las Casas, sobre los abusos cometidos por los conquistadores, desembocarían en la llamada Controversia de Valladolid, un fecundo debate entre Juan Ginés de Sepúlveda y el sacerdote, que puso sobre la mesa las dos principales corrientes sobre la legitimidad de la conquista y el derecho de la corona a someter a los indios”. (Teinteresa.es, 1/8/2014). Al regresar de su viaje a América, De las Casas publicó un texto, Brevísima relación de la destrucción de las Indias, resumen de sus conversaciones con la corona española, en las que denunció las crueldades y maltratos que sufrían los indígenas a manos de los conquistadores, sin freno alguno. El rey aceptó los argumentos y los relatos del dominico y dispuso nuevas y duras medidas para evitar tales hechos (que se cumplieran o no, es otra cuestión). En oposición, otro canónigo, Juan Ginés de Sepúlveda, afirmó en sus escritos su caracterización casi subhumana de los invadidos americanos y enfatizó la necesidad de aplicarles la brutal sanción de la guerra sangrienta y sin cuartel.
 
Como se puede apreciar con sólo repasar lo ocurido desde aquel siglo XVI hasta hoy, aquel debate no se saldó.
Muchos de los que hoy siguen en danza, tampoco. Kohan puede quedar en paz.