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Los Castro

Defenestraciones caribeñas

En la semana los diarios trajeron la noticia de una purga en la cumbre cubana. En esta ocasión, los eyectados más notorios fueron el jefe de Gabinete, Carlos Lage, y el canciller, Felipe Pérez Roque. Inmediatamente, la prensa especuló con una maniobra de Raúl Castro para aligerar la herencia de su hermano, pero Fidel terminó de sepultar a los flamantes caídos en desgracia bajo el rótulo de indignos y ambiciosos.

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En la semana los diarios trajeron la noticia de una purga en la cumbre cubana. En esta ocasión, los eyectados más notorios fueron el jefe de Gabinete, Carlos Lage, y el canciller, Felipe Pérez Roque. Inmediatamente, la prensa especuló con una maniobra de Raúl Castro para aligerar la herencia de su hermano, pero Fidel terminó de sepultar a los flamantes caídos en desgracia bajo el rótulo de indignos y ambiciosos. El régimen castrista no tiene una tradición de purgas tan frondosa como el de sus viejas contrapartidas europeas, pero algo ha contribuido al museo de la defenestración, empezando por la historia de Osvaldo Dorticós, su primer presidente formal (aquel de la foto con Salvador Allende durante la asunción de Cámpora), que se suicidó tras ser alejado del poder. Después de todo, en un sistema sin elecciones, tiene que haber un mecanismo de renovación y la purga se ha probado como uno muy eficaz. Sin ir más lejos, el antecesor de Pérez Roque, Roberto Robaina, sufrió su misma suerte, y la movilidad laboral lo llevó de ministro a jardinero.

Eso ocurrió hace diez años. Pero hace veinte, exactamente en 1989, ocurrió la más grande de todas las purgas caribeñas. Fue el Caso Ochoa, llamado así en honor del general Arnaldo Ochoa, el militar más condecorado de la historia revolucionaria, que terminó sus días fusilado en un potrero de La Habana junto con otros tres funcionarios y tras un juicio que tuvo al país en vilo durante un mes. Si no sabemos bien por qué cayeron Lage y Pérez Roque, lo de Ochoa fue pura tiniebla en medio de la perestroika y el tráfico de drogas a gran escala. Aunque no sirva para esclarecer los hechos, es interesante recurrir a YouTube y seguir el juicio en 8-A, una película que utiliza el material de la televisión cubana. Con su galería de delación, arrepentimiento, obsecuencia, manipulación e hipocresía, la farsa judicial resulta una perfecta actualización de los procesos stalinistas de medio siglo atrás. Es un espectáculo nauseabundo, qué duda cabe, pero pocas veces se tiene la posibilidad de ver cómo el horror de la historia actúa en directo.

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*Periodista y escritor.