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Del alcohol a la cocaína

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Un escritor inglés escribió en 1931 esta frase: “Nunca podré ser algo más que amigo de cualquier chica gorda”. Un escritor argentino escribió en 2014 esta otra: “Odio a los gordos. Por antiestéticos, porque se tiran pedos y porque andan siempre todos transpirados, caminando con las piernas abiertas para no pasparse”. La primera corresponde a Hombres del ocaso, la primera novela de Anthony Powell (1905-2000), que se acaba de traducir al castellano. La segunda es de Merca (2014), primera novela de alguien que nació en 1972 y firma como Loyds. El debut de sus autores y la aversión por los gordos no es lo único que las conecta. Afternoon Men, el título original de Powell, es una alusión a los borrachos, calificativo que le cabe al grupo de jóvenes artistas decadentes y desencantados que retrata. Los ochenta años entre Hombres del ocaso y Merca separan el alcohol de la cocaína como combustibles de la vida cotidiana. Las dos novelas comparten además su esqueleto narrativo: son una sucesión de encuentros en fiestas, bares, cenas, reuniones y, alguna vez, en la intimidad.

Leí Hombres del ocaso con gran placer y me quedaría a vivir con sus personajes tan poco simpáticos. No puedo decir lo mismo de Merca, que me produjo una irritación considerable. Tal vez porque me siento más contemporáneo de Powell y de su protagonista, Atwater, que de Loyds y su niño bien Johnny. Incluso los pubs, los colectivos, los departamentos y hasta la bebida y las comidas de la clase media inglesa de los 30 me resultan más familiares que el caviar, las discos, los boliches, los autos y las casas de lujo en la Argentina de este siglo. Y la cocaína, claro. No sé bien de qué habla Loyds en su farragosa sucesión de frases cortas en presente mechadas con términos cool, ni conozco el placer sublime que siente cuando inhala la mejor droga, pero es fácil identificar el discurso megalómano y despectivo sobre todo aquello que esté bajo la sospecha de pobreza.

Más democrático es otro libro reciente escrito en el estilo cocaína: Que todo se detenga, de Gonzalo Unamuno (Buenos Aires, 1985), un monólogo de un adicto desesperado y sin recursos que toma de la mala mientras expone su desprecio por el país y el mundo. Pero Germán es un plebeyo sin plata, un militante quebrado cuyas penurias narra Unamuno en orden cronológico inverso (como en alguna obra de J.B. Priestley o alguna película de Gaspar Noé) hasta llegar a un final apocalíptico. En cambio, aunque tenga un infarto y hable de “este sándwich de mierda que es la vida”, el Johnny de Merca es un winner y se lo hace saber al lector con su doble moral narrativa, tan clara en este pasaje rastacueros: “Acabamos de tomar las dos botellas de Dom Pérignon que tenía guardadas (...) La acidez de este señor champagne francés es más pronunciada, queda rebotando en el sistema digestivo, arriba, abajo y así. También deja un gustito a cítricos y a ahumado que está muy bueno. Punto, no me voy a hacer el sommelier. Odio a los sommeliers, esos pretenciosos de la botella...”. Johnny nos dice en cada página que es un connoisseur. Pero el subrayado es la decisión de Loyds que coloca el libro en la orilla buena de la brecha social, mientras el de Unamuno la mira crecer desde la otra. ¿De qué lado está la nueva literatura argentina?