Es una historia antigua, entre budista y santiagueña, que el escritor le cuenta al lector, y dice así:
“Cruzado de piernas bajo el árbol de la sabiduría, medita un sabio yogui. Come si hay comida, ayuna si no hay. Un día recibe la visita de un rico. El visitante le dice: ‘Maestro, le daré este documento donde consta que le cedo mi fortuna si a cambio me ilumina con una muestra de su desprendimiento supremo’. El sabio calla y ni siquiera lo mira. El rico repite: ‘Si extiende la mano, el documento es suyo. Si no lo hace, mi fortuna seguirá siendo mía pero yo permaneceré en las sombras del conocimiento’. Entonces el sabio dice: ‘Déjelo sobre la falda de mi túnica’”.
En este punto, el lector dice: “¿Y?”. El escritor contesta: “Ese es el cuento”. El lector se siente con derecho a preguntar: “¿Qué clase de historia es una sin conclusión y sin moraleja?”, a lo que el escritor responde: “Las conclusiones son varias, ninguna de ellas concluyente. Puede que el traspaso de sabiduría a cambio de poder se haya hecho y el sabio se volvió rico y el rico sabio. O que el rico, justo en el momento de entregar el documento, decidiera que sólo el dinero proporciona un saber real y saliera corriendo. O que el sabio haya dejado volar el documento con el soplo del primer viento. La historia queda así, abierta…”. Luego de reflexionar unos segundos, el lector contesta: “Yo creo que el sabio era tan sabio que de antemano sabía que no hay ningún trueque posible entre dinero y saber. El rico proponía un canje entre dos términos sin equivalencia”. El escritor agrega: “Quizás el sabio era un vago. ¿Por qué le dijo al rico que le dejara el documento sobre la falda?”. El lector ríe y dice: “No alcanzo a decidir si tu relato invita a la iluminación o se limita a la anécdota estúpida”. Y el escritor: “Acá aparece la moraleja: el sentido no permanece fijo en ninguna parte y la verdad se disuelve apaciblemente cuando la abraza la paradoja…”.