Contra la opinión de muchos, puede no resultar lo peor el viaje de Scioli a Italia cuando empezaba a complicarse el problema de las inundaciones en su provincia. Acaso sea más condenable que no hubiera información clara y oficial al respecto. O que el gobierno bonaerense luciera paralizado en público sin la presencia de su jefe.
Debería ser más indignante la nula o insuficiente cantidad de obras para evitar lo evitable. Scioli lleva ocho años en La Plata y Solá, uno de los que aspiran a sucederlo, estuvo los ocho años anteriores, primero como vice y luego como gobernador. Lo mismo para la responsabilidad del gobierno nacional, con un ministro De Vido y un secretario de Obras Públicas que llevan sentados doce años en el mismo sillón.
Pero no, es preferible criticar a Scioli porque se fue a Italia. Justo a él, que ha construido su carrera política más en base a gestos que a buenas gestiones. Por eso no le cuesta pegar rápido la vuelta y ponerse al frente de la emergencia. Con fotos y todo, claro.
Por esta misma experiencia pasó Macri, cuando la Ciudad se inundaba y él permanecía de vacaciones sin amagar, siquiera, con un regreso de apuro. Podríamos detenernos en la misma anécdota (el líder del PRO es más cuidadoso ahora con sus viajes), aunque volvamos a lo trascendente, que es el impacto positivo que tuvieron sobre territorio porteño las obras que se hicieron.
Como la historia del huevo y la gallina, habría que evaluar en estas actitudes cuánto de demagogia proviene de los dirigentes políticos y cuánto demanda la sociedad. Que los vota. Y hasta los hace presidentes.