Quién vota a quién. Las preferencias se organizan en función de los niveles cultural y económico. |
Al acusar a Macri de “bipolar y derechoso”, Francisco de Narváez no sólo expuso la conflictiva relación personal que mantiene desde hace muchos años con el líder de PRO y empañó la foto donde pocos días antes el Peronismo Federal había juntado a todos sus referentes, sino que dejó en evidencia que en la política argentina actual estar posicionado en la derecha es muy incómodo. Y un disvalor casi insultante.
En la nota de tapa del suplemento Enfoques del diario La Nación del domingo pasado, la socióloga Graciela Römer mostró que de la mitad de los argentinos que acepta definirse ideológicamente, el 39% se considera a sí mismo de izquierda o centroizquierda, el 33% de centro y el 28% de derecha o centroderecha. Mientras que en los años 90 estos valores estaban invertidos y más gente se definía de centroderecha que de centroizquierda.
También el domingo pasado, en esta misma columna se publicó que el Peronismo Federal estaba en inferioridad de condiciones ideológicas porque quedaba ubicado a la derecha del peronismo kirchnerista mientras que el radicalismo quedaba en el centro de ambos, pudiendo recibir votos tanto de la hoy más numerosa centroizquierda como del centro.
Ese corrimiento del electorado hacia la izquierda podría estar directamente relacionado con la crisis económica de 2001/2002, que empobreció a la gran mayoría de la clase media, cuyo nivel de vida, a pesar de la recuperación económica de los últimos años, continúa siendo inferior al de la década pasada (no sucede así con el nivel de vida de la clase más baja, ni con el de la más alta).
Pierre Bourdieu, el sociólogo francés más renombrado de las últimas décadas, mostró cómo la posición económica y cultural constituye una predisposición hacia una ideología más de derecha o más de izquierda e influye en la toma de posición durante las elecciones.
Para Bourdieu, la manera de actuar políticamente del individuo se adecua al estilo de vida que estructura su subjetividad (el habitus) tanto como sus preferencias de consumo. El gráfico que acompaña esta columna simplifica y reduce a unos pocos indicadores el que publicó en su libro La distinción, donde abundaba en detalles como que los empresarios y comerciantes (cuadrante superior derecho) prefieren como animales domésticos a los perros mientras que los intelectuales que se ubican a la izquierda se inclinan más por los gatos.
Bourdieu aclara que ciertas preferencias deben ser adaptadas a cada país y cada momento: la ginebra de Argentina eran el Pernod espumoso en Francia o el sake en Japón. O el truco en Argentina sustituye al mus en Francia. Y respecto a los tiempos, quizá la Francia de los años 80 se corresponda más con la Argentina actual que la contemporánea al estudio de Bourdieu.
Pero Bourdieu también sostiene que son universalmente aplicables los cuatro cuadrantes ordenados a la derecha por más capital económico y a la izquierda por menos, mientras que la parte superior corresponde a más capital cultural y la inferior a menos; a pesar de la adecuaciones por país. Por ejemplo, en Francia la elite prefiere la comida japonesa mientras en Japón las clases más altas se diferencian prefiriendo la cocina francesa, pero la búsqueda de distinción es similar.
“A cada clase de posición le corresponde una clase de habitus o aficiones”, dice Bourdieu. No hace falta ser marxista para reconocer que a cada nivel de consumo le corresponde una superestructura ideológica que justifique su diferencia, y no sería ilógico asociar el empobrecimiento económico de la clase media argentina con ese corrimiento hacia la centroizquierda que se produjo después de 2002.
Y tampoco hace falta ser kirchnerista para reconocer que el posicionamiento de Cobos está más a la derecha que el de Ricardo Alfonsín, y ese será otro factor en la interna del radicalismo.