En España, Podemos expresa a los “indignados”, uno de los movimientos rebeldes que aparecieron hace pocos años, expresando el desencuentro de los votantes con los antiguos liderazgos políticos. En mayo de 2012 apareció en México el movimiento 132. Enrique Peña Nieto se enfrentó con estudiantes de la Iberoamericana, una universidad de clase media alta. Sus voceros los llamaron “infiltrados”, acusándoles de ser activistas políticos partidarios de López Obrador. Esto produjo una reacción en las redes sociales: 131 estudiantes aparecieron en un video, afirmando que habían participado de la protesta mientras exhibían su carnet universitario. Hubo miles de jóvenes que los apoyaron declarando “yo soy 132” en breves videos. Surgió así un movimiento que expresaba el cansancio de los mexicanos frente a la vieja política. Cuando los militantes de la izquierda tradicional coparon el grupo, los militantes más espontáneos se alejaron y el movimiento desapareció. En realidad, no eran militantes de izquierda, querían algo nuevo.
Algo semejante ocurrió con Marina Silva en Brasil. En 2010 encabezó una campaña innovadora en el fondo y en la forma que la catapultó a los primeros lugares de la política del país. Cuando salió tercera con el 20% de los votos todos reconocieron que había realizado una proeza. En el año 2014 Marina adhirió al Partido Socialista y asumió un discurso “ideológico”, de esos que tenían éxito en el siglo pasado. Después de un primer momento en el que conservó el empuje de 2010, los electores sintieron que la Marina fresca, novedosa, idealista, había cedido el paso a una candidata de la izquierda tradicional.
Alguien puede ser anticuado o moderno según la metodología que usa: se hace política desde una visión elitista o se la hace desde los ojos de la gente. En el primer caso, la campaña se maneja por lo que dicen líderes formados cuando los votantes eran obedientes. Se usa la vieja matemática política, suponiendo que una alianza tendrá la suma de votos de los líderes o los membretes partidistas que la integran. Pero lo cierto es que en la política actual, muchas sumas restan. La gente siente que es propiedad de nadie, es más libre y exige que le escuchen. Podemos se equivocó cuando creyó que era fácil sumar mecánicamente sus votos con los de la Izquierda Unida, porque no analizó lo que hacía desde los ojos de sus bases actuales y potenciales. Decidió hacer una alianza con un partido tradicional sin evaluar que su potencial está en la gente que rechaza al sistema político. La Izquierda Unida es lo que queda de la vieja izquierda marxista, un partido con aparato y pocos votos, que no expresa las insatisfacciones y los sueños de la posmodernidad. Los indignados de 2011 no habrían surgido si los jóvenes se hubiesen sentido representados por el Partido Comunista. Podemos no tiene el desafío de reflotar el acorazado Potemkin, sino el de construir una alternativa para la sociedad de la nanotecnología.
El triunfo del Brexit, la eventual elección de un neonazi en Austria y de Trump en Estados Unidos, nos obligan a repensar la política con una mente abierta, por encima de dogmas y prejuicios. Es hora de superar el mesianismo y usar herramientas modernas de análisis y de comunicación para volver eficiente la actividad política. Mientras el PP se asesoró con consultores políticos profesionales, Podemos se apoyó en militantes de grupos autoritarios latinoamericanos arcaicos que se disuelven en medio de la ineptitud y la corrupción. Las utopías de los indignados españoles tenían mejores horizontes. Es poco probable que hayan aspirado a un gobierno como el de la cleptocracia militar de un país del Caribe, que encarcela disidentes, mata estudiantes y donde la gente hace filas interminables para conseguir un puñado de arroz. Tampoco es probable que hayan soñado que sus líderes asaltaran el erario público y construyeran refugios en los monasterios para esconder el botín. Nadie acampó en la Puerta del Sol con aspiraciones tan primitivas.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.