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Desconfianza rutinaria

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Trío. El Presidente, el ex y la vice, protagonistas de un tiempo de consolidaciones. | Pablo Cuarterolo

Existe por estos días una exageración por los sucesos. Los sucesos tienen una capacidad diferenciadora, ya que adquieren su identidad sobre la base de un quiebre con los estados. Por estados podemos indicar aquella regularidad del comportamiento social aceptada como recurrente y esperable, tan necesaria para que la sociedad pueda funcionar sobre la base de su reproducción en su devenir cotidiano. Unos y otros están entrelazados, ya que sin estados que simulen repetición ningún suceso podría adquirir identidad propia. Sin embargo, el ahogo interesado de uno pierde visibilidad sobre la recurrencia del otro, y esto en política suele ser bastante insistente.

Las incursiones discursivas de Cristina Fernández de Kirchner pueden ser tomadas como sucesos, como episodios que quiebran la monotonía. Algo similar ha ocurrido esta semana con Mauricio Macri. En ambos casos puede describirse como a las dos figuras que insisten en no perder protagonismo, y que para hacerlo deben recurrir a una de las opciones en que la sociedad gira y presta atención: generando una diferencia.

No está muy claro que todos los dirigentes de los espacios en que ambos se representan estén muy complacidos con estas bombas informativas. Tanto una como el otro juegan al mismo tiempo como figuras que nunca terminan de mover su protagonismo hacia alguna posible periferia, y vuelcan esas declaraciones públicas, justamente en formato de paradoja, como sucesos rupturistas en el discurso, utilizando a esos sucesos como garantía de sostenimiento de sus estados en las estructuras partidarias que nunca se permiten abandonar. Un quiebre, parece en estos casos, que es al mismo tiempo una continuidad.

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Pensar con estos elementos permite volver a la idea de las continuidades y menos a los quiebres, algo que todavía las conmemoraciones del 24 de marzo se deben en un sentido historiográfico y de construcción de memoria colectiva. Esos actos se han convertido en un rutinario decir sobre la condena a los brutales asesinatos y vejámenes ejecutados por la última dictadura militar, sin que se pueda encontrar espacio para las violaciones a los derechos humanos en el presente (que tendría sentido porque se llama a tener “memoria” para su uso en la actualidad) ni para un análisis más profundo sobre el peronismo y sus muy serios problemas internos en el período inmediatamente previo al golpe de Estado. Se prefiere pensar a 1976 como un suceso, como un quiebre.

En Argentina, recurrentemente ciertos temas en forma de sucesos confirman situaciones de continuidad, de estados. El dólar, el aumento de los precios de todos los productos posibles con el valor mensual de la inflación, son casos en que la actualización de un valor en un presente determinado vuelve a confirmar la recurrencia de un destino que nadie parece capaz de comprender cómo resolver. Las denuncias de corrupción o los malos manejos de cualquier ejemplo de la administración pública son casos funcionalmente equivalentes y que también operan como confirmaciones de decepciones sucesivas.

Estas dinámicas construyen a su vez una familiaridad indudable. Si bien los anuncios de inflación son decepcionantes, y las declaraciones de Cristina fulminantes, pocos pueden sorprenderse de cada uno de ellos y con facilidad tendrían la posibilidad de reconocerse como informaciones insistentes para la vida cotidiana de nuestro país. A estas dinámicas, a estos quiebres, se los puede describir como procesos de consolidación de desconfianza.

La confianza es una herramienta fundamental para la reproducción social. Y en el mundo moderno adquiere todavía mayor importancia, ya que debe desplegarse con especificidad en ámbitos muy diferentes. Dice Luhmann que con la confianza uno actúa como si solo ciertas opciones en el futuro fueran posibles, de modo que decidir llevar adelante o no una acción sería facilitada por la confianza en los aparentes procesos posibles del futuro que se encadenan a esa acción realizada. Las dudas por dejar o no los dólares en el banco, son un ejemplo de esto mismo; votar a Alberto por miedo a Cristina, es otro.

Para Argentina, el campo posible de acciones parece en realidad minado de múltiples procesos en los que sobre todo la desconfianza parece ser la regla. Quien se expone a la realización o no de una acción (y no nos referimos a las acciones de la vida cotidiana) pone frente a sí las dudas en relación al futuro, y lo hace con un amplio campo de experiencia en que la historia recurrentemente muestra que no hacer algo lleva a problemas. Quien no compra dólares se expone al riesgo de perder dinero. Nos son familiares las estrategias de sobrevivencia, y solo confiamos en la realización de acciones basadas en la desconfianza en procesos formales que el Estado nos ofrece.

Así, los sucesos que tanta obsesión generan y que tantas preguntas por el cambio inquietan, deben ser tratados como mecanismos de consolidación, para el medio argentino, de formas de confirmación de estructuras muy sólidas de desconfianza. Las declaraciones de Macri y Cristina no deben pensarse tanto por lo que podrían modificar, sino por lo que tienden a consolidar.

Quien no confía, no acciona, y esa es la problemática más trágica que la desconfianza coloca en escena. Al no existir un escenario de confianza, cada acción ofrece no solo algunas pocas alternativas en el futuro, sino cientos de miles y hasta incalculables consecuencias. Nadie se anima a desafiar los liderazgos ya que todo lo posible parece ajustado a esas dos figuras, que si son tocadas, los derroteros electorales podrían ser desastrosos. Macri y Cristina son el resguardo en dólares frente a la incertidumbre electoral.

Alberto Fernández, como uno más de nosotros, sabe muy bien que hacer algo puede llevar a demasiados problemas. Mejor recordar el pasado y los males anteriores, que aunque hablen del presente están tan lejos que no tienen ya manera de hacer algo grave en este presente, que necesita siempre seguir igual que el segundo anterior.

*Sociólogo.