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Desfile de alegorías

La batalla entre cosas opuestas es más una batalla simbólica que una real.

Rafaelspregelburd150
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La batalla entre cosas opuestas es más una batalla simbólica que una real. El mundo de los lenguajes se ha expandido por sobre el otro (el que no es lenguaje sino mundo) y hablamos de él de maneras cada vez más sofisticadas. Toda esta semana las calles han sido un teatro. La temperatura simbólica ha alcanzado picos que –no por efecto de lo bello, sino de lo contundente– no me han dejado indiferente. Soy escéptico ante cada representación; ésta supone una selección no natural y una omisión descarada. En cada alegoría hay un olor a ausencia que puede ofender al ingenuo, pero también seducir al valiente.

Símbolos. No tenemos muchas otras maneras de ver el mundo. Las palabras son –Saussure me perdone– pequeñas alegorías. Mediante ellas pretendemos criticar discursos, pero no hacemos sino construir otros discursos que validan lo que pretendemos derribar, al darle entidad de real. Así las cosas, opto por no tomarme muy en serio ninguna representación.

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Mairal dixit: “La publicidad no imita al hincha, el hincha imita la publicidad”. La semana de mayo imitó (con gracia y con ribetes) a la publicidad de la semana de mayo. Pudo haber fallado, pero no. ¿Y si Canadá goleaba a Argentina? ¿Si la velada del Colón (en cuyo maniqueo repertorio sólo faltó el Feliz Cumpleaños) optaba por la Europera de John Cage y los públicos se asustaban? ¿Y si CFK y esposo iban a la gala y compartían unos Sugus confitados con Macri, qué hubiera dicho la prensa?

El festejo (editado por TV) me dio algunas alegrías básicas. Pero al día siguiente, con la calle aún sucia de retro-rave, noté que la primera triunfadora de la batalla simbólica era la clase política.