El feminismo en todas sus vertientes promueve la igualdad real de ejercer los derechos básicos sin discriminaciones de ningún tipo, esto aplica para todas las personas. Por eso es muy difícil aceptar la desigualdad desde el feminismo, pero debemos reconocer que esta se mide de distinta forma en diferentes campos, esto obliga a hacer el balance por sector y no usar una única vara de medida. En tiempos electorales como los que vivimos la participación política es el tema casi excluyente. La igualdad gana por la paridad en la representación parlamentaria siempre y cuando por intereses particulares no se busquen formas de evadirla, por ejemplo, si al conformar la lista definitiva según las PASO un varón es pospuesto por su segunda para cumplir la paridad. Si ocurre el recurso legal es el camino. El antecedente de la Corte Interamericana de DDHH ante el reclamo de María Teresa Morini hace años, aseguró en toda la región su cumplimiento. Pero en otros ámbitos como las empresas y los sindicatos gana la desigualdad. En los sindicatos a pesar de contar con una ley aún no se expresa en la conducción nacional.
En el campo de la educación la unidad de medida es la calidad y el egreso de los distintos ciclos. En la calidad gana la desigualdad, el deterioro en la calida de la escuela pública acabo una bandera de la igualdad en el país, se perdió para todes sin diferencias de género. La educación pasó a ser un bien de mercado y la calidad varia según cuanto se puede pagar la privada. Si bien hay gradientes porque el deterioro se extiende a lo privado. La pandemia aumentó la desigualdad y disminuye la capacidad productiva. Un ejemplo es la dificultad de las empresas de incorporar personal con secundario completo por fallas elementales. Si medimos el egreso, en las escuelas públicas es bajo, en los varones por salir a trabajar y falta de estímulo, en las mujeres por el embarazo precoz y asumir tareas de cuidado. La desigualdad gana y tener un 60% de la niñez pobre no permite esperar que mejore. En cuanto a la diversidad de género hay un empate, la igualdad gano con la ley de Educación Sexual Integral, pero perdió ante la falla de su plena implementación.
En salud el resultado es similar al de educación o peor. El aumento del trabajo informal sobrecargó los servicios públicos, empobrecidos por muchos años con presupuestos bajos, pero con recursos humanos buenos. En la pandemia con muy poca inversión en equipos se logró aumentar las prestaciones a expensas de un alto compromiso del personal que no retaceo su esfuerzo sin una retribución acorde. Un articulo reciente del rector de Isalud compara los salarios durante la pandemia con los del personal de Aerolíneas Argentinas, la Biblioteca del Congreso y la Casa Patria Grande, la diferencia es abismal. Si medimos el acceso a las vacunas la desigualdad gana sin diferencias de género, edad u otras variables. Si bien esto ocurre entre países ricos y pobres, aquí es diferente porque se invirtió, pero falló principalmente la priorización de las vacunas adquiridas, además de otras variables.
En trabajo según la ocupación formal con protección de seguridad social, la desigualdad gana en términos de género, los hombres aventajan a las mujeres y población LGBTQI+. No solo en cantidad sino en salarios, las mujeres predominan en el sector informal, trabajan menos horas y ganan menos. La brecha salarial es del 30% menos y en ciertos sectores llega al 50% o más. La sobrecarga de tareas de cuidados: tareas domésticas y cuidado de niños, personas ancianas, discapacitadas y enfermas, son el principal factor. La pandemia aumentó la sobrecarga por sumar el apoyo educacional, la extensión del horario laboral en el hogar y las tareas domésticas. Sumado al empobrecimiento por pérdida del trabajo remunerado informal, la desigualdad ganó y es difícil revertirla.