Brasil está dando pasos agigantados para “desprenderse” de América latina. Y en todos esos movimientos, Lula aparece como el principal impulsor del destino primermundista.
Primero fue la política. Cuando llegó al gobierno, Lula tuvo un gesto poco común para un político latinoamericano: estableció procesos de continuidad en las reformas que había establecido Fernando Henrique Cardoso y no tuvo reparos en señalar los aciertos de su antecesor, un opositor. A pesar de que caminan veredas distintas, hoy Lula y Cardoso pueden aparecer juntos en los actos nacionales de Brasil. De esa manera, las diferencias políticas no dañan el futuro del país. Lula lo hizo.
Luego fue la economía. Aunque lideraba el Partido de los Trabajadores, que en sus comienzos se había reinvindicado marxista, Lula sedujo al capital internacional. Así, Brasil se convirtió en una locomotora latinoamericana hasta convertirse en la sexta economía del mundo, además de integrar el bloque de los BRICS, el grupo de países más influyente del planeta.
El meteórico crecimiento permitió que cerca de veinte millones de pobres fueran incorporados a la clase media. “Belindia”, aquella denominación que subrayaba que en Brasil convivía la mayor opulencia belga con la más extrema pobreza india, está cayendo en la obsolescencia. Algo impensado cuando el presidente-obrero llegó al Planalto.
Ese trasfondo político-económico llevó, necesariamente, a que las instituciones brasileñas tuvieran un desarrollo. Y, finalmente, llegó el turno de la Justicia, donde también Lula es protagonista. Pero, esta vez, a su pesar.
El mensaje que envía la Fiscalía General de Brasil, poniendo la lupa sobre el ex presidente para señalar su responsabilidad en el escándalo de corrupción conocido como “mensalão”, demuestra que Brasilia comienza a dibujar un escenario poco común para los países de América Latina. La Justicia encuentra una autonomía pocas veces vista en la región y decide abrir una investigación a un ex jefe de Estado que todavía reserva grandes cuotas de poder y mientras gobierna su propio partido.
Tampoco fue un obstáculo que Lula sea, después de la presidenta Dilma Rousseff, el político que más chances tiene de ganar las elecciones de 2014. Ambos dirigentes son los que más votos obtendrían si los comicios fueran hoy. Según publicó Folha do Sao Pablo, Rousseff sería la favorita para el 26% y Lula para el 12% de los electores.
Con un impresionante 87% de imagen positiva al finalizar su mandato, Lula se convirtió en el presidente que más aprobación obtuvo en la historia de su país. Y la prensa mundial cayó a sus pies: fue elogiado por Le Monde, El País, Financial Times, Newsweek y The Economist. Pero, según Denise Paraná, su biógrafa, el sueño podría terminar: “Si fuera acusado de ser corrupto e incapaz de administrar el país, sería su condena a muerte”. Su legado, no obstante, lo sobreviviría.