El principal diario de París en la época de Napoleón se llamaba El Constitucional. Cuando Napoleón escapó de su prisión, tituló: “El sanguinario ogro ha abandonado su guarida”. Cuando logró desembarcar en las costas de su patria, el diario tituló: “El bandido de Córcega está en Francia”. Cuando Napoleón ya había armado un ejército y alcanzado la ciudad de Grenoble, El Constitucional tituló: “Bonaparte se encamina hacia París”. Tres días después, tituló: “Napoleón prosigue su avance triunfal”. Un día antes de su llegada a la capital, tituló: “Mañana hará su entrada en París el emperador”. Y el día de su ingreso: “Su Majestad Imperial ha llegado a la capital de sus Estados”. Meses después, Napoleón era definitivamente encarcelado y los títulos de los diarios volvieron a ser los del comienzo.
La historia de los títulos de tapa de El Constitucional deberían alcanzar para que todos los presidentes comprendan que “somos infinitamente finitos”, una frase del libro La comunidad inoperante, del filósofo francés contemporáneo Jean-Luc Nancy, que deseo compartir hoy con el lector. En el capítulo “El mito interrumpido”, donde se desarrolla la oposición existente entre mito y escritura, Néstor Kirchner encontrará explicaciones a su permanente aversión al periodismo (y hasta su reciente derrota electoral).
La comunidad se conforma alrededor de un conjunto de mitos en común. Las personas se hermanaron a través de un relato unificado. Lo que las reunió fue el recital. “La humanidad nace para sí misma en la producción del mito”, dice Nancy.
En la medida en que la sociedad desarrolla la fe en un relato totalizador, se va perdiendo: “Aquello a lo que hemos llegado o estamos enfrentados” es la ausencia del mito o su interrupción.
El peronismo cumplió el papel de mito fundante e integrador de los sectores más populares a la ciudadanía plena. Pero la última presidencia de Perón y la de su viuda vaciaron de contenido ese mito. Menem –cínico– lo asumió como cáscara y Kirchner –anacrónico– trató de devolverle su sentido, recargarle su valor estructural y ennoblecerlo para volver a amplificarlo.
Pero fracasó porque el peronismo se parece más a un espejo roto. Los mitos pierden su encanto cuando se constata que son una ficción o se transforman sólo en ella. La pérdida de poder de los mitos es un carácter de época que en mucho trasciende al peronismo. Nancy cita la frase de George Bataille: “La lucidez del hombre actual se define por la conciencia de no poder acceder a la posibilidad de un mito verdadero (...) (y se ha superado) la pasión de quienes otrora no querían vivir en la apagada realidad sino en la realidad mítica”.
Desde tiempos inmemoriales, a ciertas personas correspondió el don, el derecho o el deber de relatar. Así como la ciencia cumplió en su momento el papel desenmascarador de lo ficcional de la religión, al periodismo le tocó cumplir ese rol ante la política. El conflicto de Perón y Kirchner con la prensa surge de esa oposición.
El mito en su autoengendración siempre es totalitario, “se significa a sí mismo y convierte así su propia ficción en fundación o inauguración del sentido mismo”. Y agrega Nancy: “La voluntad de poder del mito es dos veces totalitaria e inmanentista: en su forma y en su contenido”. “La comunidad comparte las obras de diferentes maneras: a modo de mito o a modo de escritura, lo segundo es la interrupción de lo primero; la comunicación interrumpe el mito.”
Nancy se refiere al “comunismo literario” de todo aquel que escribe como oposición a aquellos que “siempre intentarán rehacer un mito pero una voz u otra comenzará a interrumpirlo”. “(Hoy) nos comprendemos a nosotros mismos y al mundo compartiendo la escritura como antaño el grupo se comprendía escuchando el mito.”
En el umbral de cada historia mítica hubo siempre “un relato idílico listo para convertirse en prospectiva utópica”. La escritura épica es simplemente la de héroe y la escritura de la verdad sería esa de quien se sabe antihéroe: “Se trata de dos diferentes géneros literarios que se oponen mutuamente. La escritura no sólo dice que no es héroe de quién se escribe ni quién lo escribe, sino que no hay ningún héroe”.
“Articulación –palabra preferida de Cristina Kirchner– significa, en cierta forma, escritura”, sostiene Nancy.
Comunicación y comunidad. El libro de Nancy se origina alrededor del equívoco sobre la palabra comunismo y dónde comienza y termina su metáfora de comunidad como algo en común. Un ensayo similar se podría realizar con las palabras populismo y pueblo. Nancy parte de una frase ya superada de Sartre: “El comunismo es el horizonte insuperable de nuestro tiempo” para desembocar en el frustrado intento de Marx de “hacer efectiva la totalidad” y lo “ab-soluto”.
Para Nancy, el éxtasis responde “a la imposibilidad de la absolutez del absoluto, o a la imposibilidad absoluta de la inmanencia acabada”. El comunismo fue un pensamiento político que ignoraba el éxtasis.
Para Rousseau, la sociedad era una degradación de la intimidad comunitaria, la sociedad era la que finalmente daba a luz al hombre solitario: “Una sociedad hambrienta de gloria se conduce por la vida como si la muerte no existiese. Pero no hay comunidad de inmortales porque lo que nos une a todos es la certeza de la muerte. Todo individuo, al ver morir a un semejante, es sacado de la estrechez de su persona y no puede más subsistir sino fuera de sí. El elemento emocional que le confiere un valor obsesivo a la existencia común es la muerte”.
“No puede haber conocimiento sin comunidad de investigadores, ni experiencia interior sin comunidad de quienes viven, la comunicación es un hecho que de ninguna manera se agrega a la realidad humana sino que la constituye”, escribió Heidegger. No hay comunicación sin alteridad, no hay identidad sin la existencia de otros distintos que constituyen la singularidad de cada uno.
“La comunidad no es una experiencia que hacemos sino una experiencia que nos hace ser –sostiene Nancy–, y debemos exponernos a lo inaudito. La comunidad nunca fue pensada. No es una obra ni precede de una operación (por eso es inoperante). No nos concierne, sólo nos cierne.”
El ser nunca es solo porque la presencia del otro no sólo no implica un límite al desencadenamiento de las pasiones de cada individuo sino que, por el contrario, es lo que las desencadena.
El núcleo de lo social reside en el cómo y el porqué del reparto de las singularidades. “No hay ser singular sin un otro singular y esa singularidad no es extraída, producida o derivada de la nada. La comunidad no es una comunión de singularidades en una totalidad común superior a ellas” (el comunismo y el fascismo eran el delirio de una comunión encarnada).
“Somos semejantes porque estamos cada uno expuesto al afuera que somos nosotros para nosotros mismos. El semejante no es parecido. No me encuentro ni me reconozco en el otro. La alteridad pone mi singularidad fuera de mí y la finaliza eternamente.”
Para Nancy, nos une la comunicación, la comparencia de todos al juicio de la audiencia, que no es más que la exposición ante los otros.