Una vez más, el debate en la Argentina se concentra solo en la actualidad inmediata, carente de toda perspectiva.
Ello a pesar del hecho que aún en un año deprimido en su actividad económica a causa de la pandemia, se haya registrado la segunda inflación más alta de Latinoamérica (36%) detrás de Venezuela, ni que el país detente la poco honrosa ubicación (8°) en el ranking mundial de altas inflaciones, en un mundo que al respecto mayoritariamente, ostenta tasas casi nulas o negativas.
Con la perspectiva de un país maniatado, inflación estimada de 50/60% para el corriente año, en una tendencia peligrosamente acelerada que no sabe de decretos ni relatos, el escenario político tampoco ofrece signos promisorios: un Presidente autocontradiciéndose y, en muchos casos ausente, gabinete ministerial alternativamente errático o inexistente, y una vicepresidenta en ejercicio del poder supremo que exhibe un doble vector de acción: por un lado la creciente ideologización del Estado intervencionista y dadivoso (quizás para mantener la fidelidad de los propios), con la acentuación de un relato alejado de la realidad, y por otro, su accionar en el frente judicial, con el evidente objetivo de concretar su impunidad y la de su familia, a costa del deterioro institucional.
Las características actuales de la gestión no difieren demasiado de la receta aplicada por el actual oficialismo en sus anteriores turnos presidenciales: cepo y atraso cambiario, control de precios, virtual congelamiento de tarifas, creciente intervencionismo estatal, distorsión de las reglas de juego de la economía, etc. Como consecuencia, las expectativas no podrían ser otras que la persistente devaluación del peso, mayor desaliento a la inversión productiva, desabastecimiento y aumento de precios por caída en la oferta de productos, y menor calidad de los servicios públicos por la baja de inversiones en el sector, entre otras.
La única expresión programática oficial ha sido el presupuesto aprobado para el corriente año, que plantea un ilusorio horizonte inflacionario del 29% y metas incumplibles desde el mismo momento de su elaboración.
Este escenario evidencia un doble panorama en el accionar oficial: acelerada cristinización, y total procrastinación que aunque parezca un triste juego de palabras, exhibe la realidad encarando, con profundos errores, exclusivamente el día a día, con un aparente único objetivo: el triunfo en las próximas elecciones de medio término.
Por su parte, el frente opositor no ha mostrado, salvo excepciones puntuales, una actitud enérgica para plantear consistentemente las alternativas necesarias para enfrentar este padecer crónico, aun cuando no han podido evitar haber sido llevados a debates que, aunque muy importantes, no revisten la perentoriedad que el drama nacional demanda.
Si bien para el Gobierno es fundamental el acto eleccionario próximo, para la sociedad, ¿después de octubre, qué? ¿Si no existió plan alguno hasta el presente, cuál es el proyecto a futuro?
No resulta admisible continuar evitando la discusión sobre la necesidad de un gran acuerdo político, económico y social, que a partir del diseño de un mapa de la realidad argentina, elabore un programa de mediano plazo con objetivos concretos, entre los que deberían adquirir carácter prioritario las reformas de los sistemas previsional, laboral, y del Estado en cuanto a su tamaño y ecuación fiscal que restituya el federalismo perdido, en base a reglas claras para la actividad productiva y de atracción a la inversión y a las empresas privadas, además de un plan de contingencia para el futuro inmediato, a fin de mitigar los problemas urgentes de los más necesitados, en el camino de concreción de los objetivos del mediano plazo que se acuerden.
Esta expresión de deseos, aunque aparente estar muy alejada de su posibilidad fáctica, habrá de sobrevenir, ineludiblemente, sea por el impulso autoimpuesto de la sociedad, o de lo contrario, por la presión de una crisis peor aún a las ya vividas, que lejos de aminorar su advenimiento, se torna cada vez más probable y más cercana.
*Economista. Presidente honorario de la Fundación Grameen Argentina.