Somos pocos los que, sin creer en la posibilidad de un centro, no somos de derecha ni de izquierda. Claro que manifestarlo, para la perspectiva de la izquierda nos convierte automáticamente en gente de derecha. Para los de derecha no nos convierte en nada, porque directamente nos desprecian: ¿Quedará alguien de derecha? Tal vez sí, aunque eluda reconocerlo públicamente. De izquierdas sobran: radicales, feministas, ecologistas, coperativistas, marxistas, progresistas ortodoxos, anarcos y ácratas, y una mayoría de los peronistas heterodoxos y también de los heterosexuales, muchos de los cuales hasta le se proclaman “liberales de izquierda”. Liberal de izquierda: ¿Será posible? Sí: todo es posible en el espectro ideológico como también podría llegar a ser posible que habitemos espectralmente una realidad virtual. La paradoja del espejo, en el que la derecha de ese señor ridículo que vemos al mirarnos es en realidad nuestra izquierda, confunde a los niños y a los lectores de Lewis Carroll porque creen que los espejos están para “mirarse” cuando bien podrían “verse” al derecho con sólo imaginarse ubicados detrás, como cualquier operador de cámaras fotográficas o de video. Habría que promover un desagravio al espejo para que las escuelas y las instituciones reconozcan oficialmente que el culpable de la inversión de las imágenes no es el espejo sino el humano tan empecinado en atribuir realidad a lo que ve como reacio a ponerse en el lugar del otro. La paradoja de lo social es que para existir requiere que los que actúan socialmente se representen a la sociedad desde adentro, es decir, con las categorías que la misma sociedad y sus instituciones fueron construyendo para facilitar comportamientos convergentes a sus fines. Si esto se pudiese expresar con un teorema, su corolario sería que, en tanto discutan sobre las mismas cosas, y aún llegando hasta matarse para imponer sus circunstanciales preferencias, izquierda, centro y derecha se complementan en su aporte colectivo al sostén de dos grandes metas sociales: el orden y la acumulación de capital, y, de paso, al ocultamiento del sinsentido del dolor humano que cuesta el mejor cumplimiento de ambas. La adoración de la riqueza, la persecución del bienestar personal, la celebración colectiva de cada avance en el control de la naturaleza exterior y del interior del cuerpo, todo el paquete de la nueva humanidad que vendió el capitalismo mercantil desde sus comienzos, sigue perfeccionándose y derecha e izquierda corren a comprarlo y a disputarse sobre quien lo desenvuelve mejor. Habría que mirararlo desde atrás de la pantalla.